> Arcanum VI: 2014

domingo, 28 de diciembre de 2014

Introducción a la podredumbre: Gaby's been working for the drug gang


Por Diego Bang Bang

La colonia Guerrero siempre me ha parecido un terruño citadino habitado por fantasmas. De cuando en cuando, no obstante, me he dado cuenta que otro tipo de númenes asoman. Entes acatrinados se pasean por antiguas vecindades, pachucos de bombín y traje de lentejuela. Pequeños hombres lobo asomados sobre los epitafios del Panteón de San Fernando.

Esta historia comienza con un aullido sordo. El aullido de un pequeño hombre lobo homosexual. Aterido de miedo, en plena agonía. Un aullido sordo que transmina por entre los cimientos y los ladrillos y las alcantarillas. Un aullido convertido en lamento cuando se monta en los rieles de la historia de esta Colonia. Lamento escuchable sólo en los distintos salones de baile que atiborraban la avenida Guerrero en los años sesenta. Un lamento jolgorio.

Un lamento que ha perdurado a lo largo de la historia particular de la colonia. Muchos podrán escribir y reflexionar la historia de sus calles, de sus personas, de sus personajes. Aún así el lamento permanece inconmensurable, potente. Un ruido de fondo colgado de la pequeña boca de una lata que narra el terror subyacente en todas sus vecindades, en todas sus azoteas y en todas sus bocacalles.

El desarrollo de mi adicción se dio en este contexto. Contexto: esa palabra tan gris y fuera de foco porque cuando la decimos no decimos nada. Porque cuando por fin rasgo el envoltorio de la crackatoa no pienso en ella. No pienso en los laboratorios ni en los buques marítimos ni en la cuentas bancarias necesarios para poder tenerla en mis neuronas.

Hubo un tiempo, un lapso de este contexto que les cuento, en el que todas las noches me paraba en algún punto de la calle Héroes. El tiempo me atravesaba, pero el tiempo era la última cosa importante en la vida. El tiempo lo medía por la distancia entre una dosis de crackatoa y la siguiente. A veces los días los terminaba con la garganta llena de cobre y los intersticios de los dientes y las muelas llenos de semen.

El desarrollo de mi adicción se dio bajo la consigna de ese derrotero. Nunca imaginar la vida más allá de los 35, nunca imaginar un cuerpo esbelto y bonito, nunca dejar que las tentaciones de la convencionalidad se apoderaran de mí. No al príncipe azul, no a la casa bien amueblada, no a la mascota y no a la perpetuación de la especie humana.

Conforme el humo cobrizo corría por entre mis pulmones la vida iba secando esas tentaciones frescas. Para cuando llegaba el amanecer con sabor a látex, mi ideario ya formaba parte de la Vox Thanatos. Los primeros hilos de luz me contaban la muerte de mi madre, el destino trágico de mi padre ausente. El dolor inmenso del amor.

Más de una vez desperté rodeada de cartones y chatarra en el cruce de Reforma y Eje 1. Entre vestigios de botellas de Tonayán y cobijas con olor a mierda. Más de una vez me platicaron mis escapadas a los hoteles con viejos de la tercera edad. Más de una vez la rodilla raspada, los codos amoratados, los ojos cerrados. En plena oscuridad abisal, sin asomo del caleidoscopio.

Ciertas tardes podía comprender el aullido; algunas otras el lamento jolgorio.

El aullido lo comprendía en las noches de compañía. Cuando el escritor Juan Antonio Castañeda doblaba la esquina de su voluntad y se decidía a estar entre mis piernas. Eran noches hermosas. Juan me contaba de sus otras mujeres y de su vida en familia. Sin embargo, lo que más me gustaba era cuando me escuchaba. Le contaba mis pesadillas, mis sensaciones, mis recuerdos. Él fruncía el ceño mientras fumaba o bebía un poco de cerveza. Siempre terciaba mis relatos con monosílabos o pequeñas onomatopeyas. Juan siempre ha sido un gran tipo. Incluso cuando sólo me dejaba $ 20 pesos para seguirmela. Me decía que ciertas semanas ganaba más en el periódico para el que escribía. En otras menos y por eso sólo tomábamos tepache y comíamos garnachas antes de tenerlo entre mis piernas.

Cuando Juan partía por la mañana, comenzaba el aullido. Muy vivo en mi cabeza, se colgaba de todos los aparejos viejos de los hoteles. Reptaba por las paredes y se desprendía de los azulejos derruidos. Muy vivo en mi cabeza, se lanzaba desde mis entrañas y en pequeños espasmos me sacudía todavía en la cama. Entonces el aullido ya no sólo era interno. Comenzaba a extenderse al salir a la calle y al vislumbrar las rejas mal pintadas. Un aullido no sólo convertido en sonido, sino también en imagen y sensación. La sinestesia propicia para alguien como yo, quien ha vivido toda la vida entre fantasmas, pachucos pervertidos y hombres lobo homosexuales.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Poética de chile pimiento (comatorium amoris)

Por Diego Bang Bang


17) Toda obsesión conlleva una serie inesperada de conexiones insólitas. Los sueños terminan por ser videojuegos, la gente suele expresarse a través de viñetas de cómic o los lapsus verbales convierten los sustantivos en adjetivos. La obsesión, de esta manera, se vuelve una anteojera y -entonces- el nombre de un amor pasado se aparece en el parabrisas de algún camión citadino o luce en la marquesina de cualquier fonda rural. La obsesión produce inesperadas conexiones insólitas que pueden llevar a la locura más sublime o un ridículo inmarcesible.

La obsesión, siempre he pensado, ha sido infravalorada. La obsesión, últimamente lo he pensado, es una expresión del exceso. Obsesión y exceso se mueven en el mismo remolino semántico y uno nunca termina por identificar sus fronteras. Y, quizá, obsesión y exceso sean el binomio que conforma la pasión. Así, por ejemplo, cuando hablamos de una pasión no estamos hablando de otra cosa que de la conjugación de la obsesión y el exceso. De este modo, la pasión sería un eufemismo que no contiene el sesgo patológico de la obsesión y tampoco la vindicación moralizante de la palabra exceso. Por lo anterior, hablaré de mi última gran obsesión: nuestra poética de chile pimiento.

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18) We're Red Hot:  tu fina mano delgada sobre mi abultada mano reseca. Esa imagen me hace pensar que esta historia (nuestra historia), debe comenzar por negar las dicotomías. Moverse allende de los opuestos complementarios. ¿Y si pudiéramos ser unidad todo el tiempo? La trémula línea de bajo de Flea + la fantasmagórica melodía de guitarra de Slovak; el verso dipsómano de Kiedis + el burlesque rítmico de Will Ferrel. Allende de tus cejas lunares y mis pestañas solares. Una misma cosa: Marte + Jupiter. El asterisco magnolia: Robert Johnson + George Clinton.

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19) José “El Frus” Martínez del Campo, restaurante bar Jarritos, México DF, noviembre de 2024. Estaba sentado en una de las mesas de arriba. Tenía en su mano una pluma plateada y pergeñaba garabatos en una libreta tamaño carta. De cuando en cuando, alzaba la vista para pedir otra cerveza. Al principio me pareció, así visto a la distancia, un pretencioso cualquiera. En los 8 años que llevaba de ir al lugar, los jueves de cada semana, había visto desfilar a los de su calaña por montones. Tipos pretenciosos que se autoproclaman escritores por el simple hecho de portar una pluma y un pedazo de papel. Decidí ignorarlo entonces.

Sin embargo, conforme avanzó aquel juevebebes, tuve que interesarme en él. Primero, porque el pretencioso había desmontado su suéter para descubrir una playera de los Red Hot Chili Peppers. Segundo, porque el pretencioso había puesto 3 canciones de la misma agrupación en la vieja rocola del lugar. No tengo que aclarar, a estas alturas del relato, que mi apodo viene devengado de mi afición por los Red Hot. Con el alcohol apoderado de mi voluntad decidí acercarme a su mesa y comenzar una conversación. Desde la primera palabra que profirió, todo me resultó más nebuloso y mágicamente extraño.

No recuerdo su nombre, pero sí su boca ladearse al contarme su empresa escritural. El tipo en cuestión estaba inmerso en una empresa titánica y, por lo tanto, hermosa: escribir de cada una de las canciones de los Red Hot un relato. Le llamaba el Proyecto Escritural Chile Pimiento (PECP). Mientras sostenía nerviosamente su libreta, me enseñó varios de los relatos ya trazados. Ahí estaban Scar Tissue, Freaky Styley, Fight Like a Brave, Suck My Kiss y muchas otras. Emocionado de escucharlo, empinaba mi Bohemia incansablemente. Hasta que el desconocido miró su reloj y cambió de semblante. Me dijo que debía marcharse y me regaló $ 10 para una cerveza más. Lo vi descender la pequeña escalera de madera del Jarritos como una bruma citadina. Después en la pequeña ventana que da a la calle en la parte de arriba, vi pasar finalmente su melena ensortijada. 

En años posteriores, como cada jueves, nunca dejé de ir religiosamente a aquel bar. No le volví a ver por ahí. Tengo la sensación de que aquel encuentro fue un sueño o una alucinación. Un desdoblamiento mío o de una pulsión enquistada en lo más hondo de mis deseos. A veces he llegado a imaginar que encuentro aquella libreta en una fría banca de la avenida Juárez. Eso es lo que pienso cada vez que suena una canción de los Red Hot en la vieja rocola del Jarritos.

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20) Céfiro ondea tu hermoso cabello con su viento fructífero. No obstante, el hermoso girasol que prende de él permanece incólume. El hermoso girasol resplandece in crescendo conforme el vals de Céfiro se anuda a la cascada de tu cabello. Eso es lo que alcanzo a ver desde este balcón donde he colocado el caleidoscopio. La lente tiembla, pero los colores permanecen. Tu cabello ondea y el girasol permanece incólume. Algunos le han dado en llamar la Canción de Céfiro. En ella se cuenta el abismo de colores que antecede al espejo de la luna. El abismo avanza conforme mi necesidad de buscarte también lo hace. Mis pupilas tiemblan y la oscuridad permanece. En ella tu cabello ondea y el girasol permanece incólume. Algunos le han dado en llamar el Espejo de la Luna.

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jueves, 6 de noviembre de 2014

Poética de chile pimiento: trabalenguas (lapsus erotĭcus)

Por Diego Bang Bang

16) La razón es un trasatlántico batiente que repentinamente toca tierra en un embarcadero desconocido. La rueca de Átropos se da tiempo para hilvanar las babas del Diablo. Por supuesto, el cartero no llama dos veces: a cada reloj de pared le corresponde un huraño pajarito inquilino. DIY, servidores públicos de Ósculo, inventan la Estación del Beso en la línea 8 del metro. Algún mamífero en el ártico también se detiene, hiberna. La máquina de follar claudica... ¿Y si el corazón dejara de latir... acaso habría vida? DIY, acólitos de Ósculo, inventan el Beso Zen que no sólo blanquea la mente y sí también detiene el tiempo. Porque todo es una cuestión de tiempo: la Espada de Dámocles, la Isla de Filoctetes, el Martirio de Prometeo. Pero, sobre todo y ante todo, la tortuga que se sincroniza con la flecha del tierno Cupido. Un Cupido temporalmente como Aquiles. Entonces a DI se le traba la lengua, porque el trasatlántico de la razón ha topado con el embarcadero del corazón... que nunca dejará de latir porque siempre habrá vida. Y así este loop de lapsus erotĭcus y así este loop de lapsus erotĭcus.

sábado, 18 de octubre de 2014

Lecturas del Sótano

Por Diego Bang Bang

Uno nunca espera que un dedo te pueda salvar la vida. Pero, deben creerme, un dedo correctamente usado en el culo de una perra puede salvarte la vida. No importa qué tan perra sea; tampoco qué tan ponzoñosa. Si hundes a la profundidad correcta, esa extremidad puede salvarte la vida.

Esto lo aprendí hace 2 años. Bajo los efectos de una anfetamina, me cogí a una perra ponzoñosa que vivía al sur de la Ciudad. Como toda perra de su estirpe, era una entidad de doble dimensión. Por un lado, culta y refinada (incluso mesurada); por otro lado, asquerosa y pervertida. Capaz de coger en el baño de la casa de mis padres después de haber presenciado la muerte de una estudiante de Letras. Aquella mujer trágica que saltando al ritmo de una canción de Soda Stereo cayó de un tercer piso para romperse el cuello. Sus últimas señales de vida fueron: un golpe seco contra el suelo y un balbuceo estertóreo de despedida.

Pues bien, ese día funesto regresamos a mi casa y mientras la tenía empinada en el baño de mis progenitores pensaba en el charco de sangre que habíamos visto 30 minutos antes. Aquella mezcla perversa (la sangre y el enorme culo de la perra) provocaron que me vaciara de inmediato. Vertí, entonces, el semen en su espalda y después lo revolví con mi mano en la parte trasera de su cuello. Deseaba, en el fondo, que cualquiera que la besara en aquella parte de su cuerpo llevara un poco de mi química perversa.

Pero regresemos a la cogida nodal, aquella en la que uno de mis dedos me salva la vida. Recuerdo que aquella fue la última cogida que tuvimos. La muy pinche loca (además de perra) quería tener un hijo y estaba intentando hacerlo conmigo a base de mentiras. Había inventado que era infértil y que su útero pronto sería objeto de una histerectomía. Cuando caí en cuenta de su mitomanía, me arrepentí de las veces que me había venido en calientito. Afortunadamente, supe cortar mi lazo en el momento adecuado. De lo contrario, sería en este momento una más de las estadísticas perdedoras de hombres capados por una perra ponzoñosa.

Bueno… Pero regresemos a la noche que sometí a la muy perra. Ese día mi cuerpo se volvió una máquina (deus ex machina) y le metí la verga por todos sus orificios. Mordí sus grandes tetas y rasguñé sus nalgas como si tuvieran algún recubrimiento funesto. El momento clímax fue cuando le metí mi medio por el culo. La perra volteó con cara tiernamente perversa. Como expresando “guácala que rico” en homenaje al oxímoron favorito de la libido.

Al día siguiente me encontraba exhausto. Ella preparó algo para desayunar, mismo que regresé de inmediato a las alcantarillas. En la sobremesa, con el sabor a vómito aún en la garganta, me dijo que nunca le habían metido el dedo por el culo. Además aseguró haber tenido un orgasmo en aquel clímax. Uno nunca debe creerle a una perra ponzoñosa y menos en cruda de anfetamina y con el estómago aún rezumando vómito. No lo hice como tampoco creí lo de su útero y la supuesta infertilidad genética.

Pasaron pocos días y fue mi cumpleaños. La perra prometió un regalo con ese motivo. Lo cumplió y me regaló The basement tapes de Bob Dylan en formato acetato. Aquel detalle me emocionó bastante, pero agradecí fríamente. Cuando estuve en casa lo toqué y me pregunté acerca de aquellos años intencionalmente perdidos por Bob Dylan. Cuando llegué a la tercera cara del LP, caí en cuenta que la perra había sido sincera respecto a su fascinación por mi metida de medio. Aquella perra, pensé, había sido sincera una vez en la vida. De lo contrario no hubiera podido hacerme aquel regalo, concluí.

Con el paso del tiempo, ya con la perra ponzoñosa fuera de mi vida, mi soledad se fue apuntalando de una manera perturbadora. A las crueles resacas se sumaban depresiones suicidas. En los momentos más oscuros de estas simas, y antes de cortar alguna parte de mi cuerpo, ponía aquellas cintas del sótano. Siempre funcionaron para alzarme el ánimo y pensar en los años intencionalmente perdidos de Bob Dylan. Si soy sincero, puedo asegurar que aquel acetato me ha salvado la vida y lo sigue haciendo. Me basta llegar a You ain´t goin´ nowhere para sentirme menos suicida. A veces, cuando alguno de los exquisitos arreglos suena, pienso en el orgasmo de la perra justo en el momento en el que mi dedo me salva la vida.

domingo, 12 de octubre de 2014

Pequeño cuento romántico de ciencia ficción

Por Diego Bang Bang

Conforme la luna otoñal avanza sobre nuestra ventana, acerco mi boca a tu oído para contarte una pequeña historia que pertenece a ese lugar denominado la parte inventada. Ahí donde todos nuestros desencuentros se vuelven en su viceversa y todos nuestros desatinos se vuelven en afinados dardos atingentes del corazón.

En algún lugar y en algún tiempo, existió un Dios juguetón que nos regaló el insumo necesario de tiempo para pertenecernos sin dilates ni dislates. Para este Dios juguetón la vida adulta representaba un dique para el verdadero amor. No había nada, según su cosmogonía, más dañino al amor que los horarios ajustados del trabajo y las presiones craneanas del estrés. Quizá él mismo estaba tan enamorado como nosotros, pero eso nunca lo podremos saber porque el humano no posee esa maravillosa capacidad de verterse en l líquido de la divinidad. No obstante, de lo que puedo dar cuenta es de nuestra historia y de su carácter inverosímilmente exquisito.

Mientras las últimas palabras caen de mi caja imaginativa, te acomodas un poco sobre la cama del cuarto. Nuestro cuarto-diáspora-amorosa-refugio-de-la-tormenta. De tu boca asoma esa hermosa sonrisa que me ha hecho remontar las más negras pesadillas. Veo el brillo de tus ojos y un escalofrío recorre mi columna vertebral.

Este pequeño gran Dios era un gran aficionado del cristal. Debido a la ductilidad y a su elegancia, era el material preferido para sus obras. Tenía cajas de cristal donde guardaba arcoíris y auroras boreales, tenía miles de cristales que servían como microscopios de almas. Le gustaba horadar hasta lo más profundo de los seres que habitaban los distintos universos. Para nosotros inventó la esfera de cristal del tiempo. Era una esfera que con el solo hecho de sacudirla nos transportaba a otros tiempos y espacios. Un mecanismo sencillo y hermoso que resumía de manera inmejorable el amor romántico: estar con esa persona especial a través de cualquier tiempo y de cualquier espacio. Ser hidrógeno, mas hidrógeno enamorado.

Y entonces la trompeta de Miles Davis cae en la nota decisiva para suscitarnos el deseo más impertérrito de la galaxia. Nuestra galaxia-después-constelación-finalmente-hoyo-negro. Comienzo a lamer tu cuello y paseo mi mano por tu vientre (vuelvo a buscar el ombligo-espiral áureo de tu cuerpo). Por dentro explosiones cuánticas se suceden, mínimos cambios en nuestra química irradian el universo al ritmo y textura de una tierna tristeza. My little blues, blunderbuss…

Así entonces, a la voluntad de un pequeño gran Dios juguetón, viajamos entre los pliegues del tiempo y del espacio. Alguna vez fuimos enfermizos bailarines de rock & roll. En otro espacio, caminamos por el cielo estrellado de la Ciudad de México. Fuimos, también, el espacio infinito de la flor de piel y el tiempo infinito que se respira entre cada beso de los amantes. Fuimos, finalmente, la trompeta del Juicio que toca el ángel Gabriel y repite Miles Davis con tierna tristeza.    

domingo, 17 de agosto de 2014

Vendavales de arrabal II

Huellas citadinas


Por SonnyDe_Lorean

La  historia de nuestra vida está basada en hechos realmente
irreales y ficticios, pero la parte inventada de ésta es lo único
certero que logramos recordar, lo que nuestra memoria mantiene
 en el presente y lo que ha de suceder para nunca olvidarla.

Para Pablo Sandoval la realidad ya había marcado en sus hábitos la monotonía y el hartazgo de la “madurez”. La lucha cotidiana de querer despertar después de escuchar la voz automática del despertador y no poder hacerlo, voltear a un lado y ver el número digital que indicaba el ritual mecánico del conductismo: restregarse los ojos para constatar que seguiría viendo la misma hora y no el rostro apacible de la mujer inolvidable, levantarse como muerto restituido por las palabras de Jesús sólo para ganarse el cielo y el pan de cada día: “Levántate y soporta”, calzar sus pantuflas para comenzar los incontables pasos que algún día pensó lo harían el viajero que el sedentario es, entrar al baño para desechar el reflejo irrefutable de lo que era su vida, desprenderse de su pijama para desvestir algo más que su cuerpo y quedar completamente desalmado viendo en el espejo al narciso aborrecible con la firme intención de cortar de tajo toda realidad. Pero la cobardía y la pereza siempre lo alentaron a continuar con ese ritual mortuorio que sólo prolongaba su apatía interminable.

La normatividad del X del mes X del año X se vio interrumpida cuando la noche anterior el despertador se descompuso y el tiempo se detuvo, ahora el sueño lo volcaba nuevamente a levantar las anclas e izar las velas del galeón para emprender el viaje al Progreso regresivo de todos los días.

Volvía a ser el pirata Jasón dirigiendo al Argos en compañía de los 50 argonautas.  

La llovizna a tempranas horas de la madrugada presagia algo más que un día funesto. Pablo Sandoval apresura el paso tratando de no pisar los charcos, lo que se vuelve más complicado por el rengueo perceptible de su pierna izquierda que lo ha acompañado desde la niñez, mientras acomoda la corbata roja que lo hace desentonar con los hombres de gris. Llega convertido en un manojo de agua y se sienta en la banca del paradero. Ve su reloj sólo para constatar que ya es tarde y que el retraso es general, como si la ciudad estuviera anegada en una parálisis de caos. Cuando el camión llega, la publicidad rotulada se convierte en el oráculo de Delfos y vaticina la profecía: la nueva obra de David Cavazos se estrenará esta noche: Todas son únicas, sólo una es Pandora.

Volvía a surcar los Siete Mares con el afán de perseguir al movimiento.

Mientras sube los peldaños del camión recuerda la frase de Orfeo, su mejor amigo: “Los reencuentros no son una coincidencia porque son una búsqueda gratuitamente necesaria”. Un recuerdo que ha surgido como un rayo en lontananza de un pasado remoto para luego retumbar en ese momento como un trueno estrepitoso en su cabeza. Un soplo frío ha gobernado su cuerpo y lo recorre con el estremecimiento sanguinario que sólo el nombre de esa mujer podía provocar. Porque aún no olvida que su nombre es la primera mujer que vino a la tierra y, probablemente, es el primer ser que desafió a los dioses y los desobedeció, de ahí se entiende la autonomía y determinación que tienen ante los hombres. A partir de ese momento se convirtieron en las herederas culposas de la libertad humana. Está seguro que al igual que su ancestra, ella hubiera renunciado a la divinidad voluntariamente para ser el primer ángel expatriado del paraíso y perseguir el instante eterno del momento como sólo un mortal sabe vivirlo.

Volvía a descifrar las pistas para adentrarse en la aventura.

Ante la lucha ética de hacer o no hacer, Heracles cede su asiento a Pablo Sandoval. Dirigiendo su mirada a través de la ventana del camión, observa el mismo ritmo vertiginoso de los veleros metálicos que transitan por los caudales urbanos. A su lado una mujer custodia un estuche mitológico, el cofre ancestral que aloja todos los grandes bellos-males de la humanidad. Sabe que lo abrirá y de él saldrá el Odio que ruborizará el rostro por el que surgen todas las guerras, ocultará entre sombras la revelación del Deseo y delineará inquietantemente el Vicio de sus parpados, pintará sus labios pasionalmente provocando Enfermedades que extinguirán a la raza humana y rociará tóxicamente en su cuello la irresistible Locura. Al final lo único que le queda por soportar y contemplar es la Esperanza tortuosa que lo ha conquistado.

Volvía a ser un corsario en busca de tesoros perdidos.

De niño siempre pensó que todo pirata tiene algo de detective, ya que los dos tienen como consiga universal el lugar donde marca la X. Después de todo, Pablo Sandoval piensa que somos el reflejo de nuestros nombres, por eso cree que él tiene mucho de ese personaje que aparece en la película El secreto de sus ojos, historia de amor envuelta en un thriller detectivesco, o del libro La pregunta de sus ojos, thriller detectivesco envuelto en una historia de amor. Ese personaje menor y de quinta que nadie quiere ser pero termina siendo el más entrañable, en otras palabras, en estos momentos el siente que es un detective pirata. Pero a diferencia de la mayoría de los detectives, Pablo Sandoval no busca las pistas para resolver el crimen, busca las pistas para encontrarse con y en el crimen.

Volvía a contradecir el designio de los dioses.

El mismo recorrido de todos los días, el Argos que tripula una ciudad inacabada, esquivando baches y pasando por edificios derruidos, olores pestilentes y penetrantes se incrustan como fragancia en la apatía de la tripulación, tropezando con los mismos embarcaderos y las mismas tierras conocidas y nada a la vista. Pablo Sandoval sabe que la ciudad es la geografía de nuestro cuerpo, porque la ciudad está en él. Recorre con el dedo la marca (im)borrable de su brazo y sabe que cada experiencia deja una huella en la piel que no podemos realmente ver, una marca que traspasa el dolor y el recuerdo: la cicatriz del tiempo, huellas que son capaces no sólo de dar un vistazo al pasado sino que también son capaces de predecir el futuro. El reencuentro con Pandora es y será el de todos los días, porque cuando él vea a una mujer en la ciudad, inevitablemente en su alma se imprimirá una pintura de ella que ha estado toda su vida.

Volvía a rencontrarse con la mujer que dejo una terrible X marcada en su alma. Volvía a ser él.

lunes, 11 de agosto de 2014

Dolencias IV (el lector intervenido)

               Recordar es

         Bang




                                            pendientes en este mes
                 "Berlin" de Lou Reed.

               2  4

                                                                                                                                           En la
           canción hay un sonido festivo de fondo, una melodía que se ufana de ser un cumpleaños.
                                las sincronías                      milagrosas,


                                                                 una tóxica sustancia que irriga mis neuronas

                                                                                     como si éste fueras tú...

                2 4

                                                                                             Es el mismo número
                                                           es el mismo número                                     pensando
                                                                                            gerundio              curioso
                                                                                                                                                   . Te diré
la verdad                                                                      otra vez
             esta sensación se vuelve más intensa
                                     


                                                         ¿Te cuento una última cosa?





Hoy pensé algo                                                                            llamarte


                                                                                                                          pero


                       este subterfugio

escritural
                                                                                              es más ad hoc en este momento




                                                                Seguro hoy

                                                                                                                                           "Aeon"

sería un crossover
                                                                          en el fondo





                         de
                                                               nuestro LP. ¿Qué te parece?
                                                                   me gusta lo que representa   .
                                                                                                                               fiesta punk
                                                                                                en color azul
                                                                                    Aparece y te ofrece un momento inolvidable.
                                                                                                                                      . Justo como

7

                                           me gusta                                                              el suicidio aséptico
                                                                                    juntos
                                                                                                         Espera... No me lo tomes a mal. Es
una idea romántica. Bellamente expresada                              ,                azucarada,

                                              en el limbo
                                                                                                                                                    Justo ahí
donde   vuelvo a buscarte                                                      Sólo un tiempo... el necesario
                   .
                     
                      La enfermedad de recordar
selectivamente. Conforme se encierra
                                       en una cadena
                                             rara. Sólo
espero no enredarme
                                                      porque es demasiado tarde.


P.D.
          Siempre me gustó eso de ti.




Realmente


¿qué         ?






                                                              el autor




la memoria    un sabueso

sábado, 9 de agosto de 2014

Polisíndeton



Por Diego Bang Bang


Lucidez extraña de sincronía: volver a jugar la eterna rayuela. Que a veces desaparece porque la sombra del autor de veintisiete años ya no concibe el concepto de felicidad. Pero a veces regresa inesperadamente y la sombra se vuelve neblina delineada y el polisíndeton es un brinco más en la rayuela.

2 y 7 es 9 y entonces el No-Autor (debes empecinarte en no existir desaparecer) se siente cerca del 10. La casilla suprema.

Otra vez: 2 + 7 = 9. D.B.B intuye el 8 horizontal.

Lucidez extraña de sincronía: el personaje de David Olguín recita un diálogo hermoso acerca del paraíso. El defecto de la sonrisa de Él que es lo más bello que Zamira ha visto y esa forma de sonreír de lado y el espectador (debes empecinarte en no existir desaparecer) piensa en Ella. En el orden perfecto de sus dientes y sus dientes como dique amoroso. ¿Quién no ha chocado con el amor con una fuerza de mar proceloso? Pero entonces el personaje de Bolaño que también habla del paraíso y su paraíso es la desconocida que se pasea (igual que Zamira) por Gerona y al dedillo escribe: "El paraíso, por momentos, aparece en la concepción general del caleidoscopio". Entonces me comienza una dislexia estruendosa y los personajes de David se reflejan en los de Bolaño. Y la desconocida tiene el dique dental amoroso de Ella.

2 y 1 es 3 y entonces la desconocida Ella (hermosa mujer que comienza a aparecer) forma parte de esta trinidad absoluta. "Tres". El poemario cicatriz que huele a cerveza. La casilla suprema.

Otra vez: 2 + 1 = 3. Z.C.G. intuye el 8 horizontal.

Lucidez extraña de sincronía: recuerdo a José Manuel Aguilera pronunciar el nombre de Juan José Arreola en la presentación de "Estambul" en el Centro Cultural España. Y ese mismo sonido caracolado se lo escucho a Eusebio Ruvalcaba. En la boca de los vivos se reúnen los muertos, escribió David. Entonces me comienza una dislexia estruendosa y Jalisco se vuelve una perla poética. Ese lugar en el que el abuelo de Aguilera componía poemas exquisitos y ese lugar en el que Higinio Ruvalcaba esperaba a una mujer todo el día sentado en la banqueta.

Y el No-Autor (debes empecinarte en no existir desaparecer) sabe de antemano que nunca escribirá una dramaturgia como David, una canción como Aguilera, un poema como Bolaño o una novela como Ruvalcaba. También sabe que la desconocida Zamira Casandra Gemini algún día aparecerá. Sólo para desarmarlo de sus pertrechos secretos, de las siempre mal interpretadas y bien queridas armas secretas.

jueves, 31 de julio de 2014

Objeto literario citadino

Por Diego Bang Bang

La única verdad absoluta es que nuestra sociedad necesita más escritores que escritura. Más fechas culturales conmemorativas que poemas y cuentos y novelas. Le importa más conocer la vida privada de la sirvienta de Octavio Paz que las últimas palabras de Piel Divina. Le importa más otorgar premios, concordantes al proyecto nacional de desarrollo, que conmoverse con las primeras letras de Arqueles Vela.

Así, más o menos, comienza la Narcoliteratura Mexicana. Esa narración minuciosa y amoral en la que las expresiones más vanguardistas de la literatura se nutren y tienen una relación inexorable con algún narco o con la cultura del narcotráfico.

Visto de un modo pesimista, no hay mayor cultura oficial que la cultura del narco. Sus brazos, de verdadero cetáceo, se extienden indefinidamente y sus fronteras son imposibles de identificar. La manera terminante de esta presencia-ausencia son los objetos. Es en el campo de lo simbólico donde la última gran batalla se libra.

Al menos en eso pensaba mientras el vagón Elena Poniatowska se acercaba al andén. También mientras el boleto del metro Octavio Paz se trababa en los torniquetes. O mientras veía la última colección de Alfonso Reyes anunciarse en un resplandeciente parabús del centro de la Ciudad.

¿Cuántas calles se llamaran Octavio Paz? ¿Cuántas más Elena Poniatowska? Ya casi puedo imaginar las que se llamarán Gabriel Zaid o Guillermo Fadanelli. Y también puedo imaginar la indiferencia de las personas que habitarán esos lugares. Personas que nunca se imaginarán haber perdido una batalla decisiva. Una batalla que comienza en los campos de amapola y termina en las oficinas de Conaculta en Reforma.

Y, entonces, será normal leer poemas de Octavio paz y Efraín Huerta en los libros de texto gratuito. Tan normal como hacer la primera comunión o aprender el Credo o cualquier Padre Nuestro.Y así hasta la preparatoria en que toque leer La noche de Tlatelolco. Y así hasta conocer a algún apóstol perdido... e intentar convertirse a esa doctrina elemental y oficialista.


Entonces, después de ver a los hombres grises leer a García Marquéz, me hice una pregunta: ¿Qué objeto, Diego? ¿Cuál es el objeto? Ese mismo que te gustaría ser o habitar o simplemente nombrar. Hay algunos que son varios como el pequeño gotero para piedra o el ínfimo destapador de cerveza.  

jueves, 24 de julio de 2014

Armada hasta los dientes…

Por Diego Bang Bang

Una dialéctica Frankenstein-Zombierella, le decía. Para mí el amor es una dialéctica entre monstruos. Donde, a veces, los jirones del pasado tremebundo de Frankenstein se enfrentan a las tragedias oníricas de Zombierella. Los lobos de las pulsiones atacan a ambos: los monstruos buscan siempre la sangre derramada. Y todos sabemos, porque lo sabemos pero queremos ignorarlo, que los lobos siempre están al acecho; máxime cuando de amor se trata.

Nunca olvidar la página 66 (para variar) de “La parte inventada”, me decía. Aquella página que había leído para corroborarme que nosotros los monstruos estamos destinados para fallar en el amor. Esa página que me hacía dudar, en los momentos cumbre de nuestro amorío, de mí más que de ti y de todos antes que del amor en sí. Una página perdida entre los miles de momentos que compartimos. Y, sin embargo, una página lapidaria. Nuestro 2666, aunque 2666 de Bolaño tenga páginas muchísimo más trágicas.

Por eso me gusta el cuento de Las armas secretas, le decía. Porque conforme nos vamos conociendo las barricadas se van desmantelando. Los pertrechos bélicos comienzan a malfuncionar para dar paso a la confianza firmada en tratados de paz. Se instala, entonces, el armisticio. Hay que caminar y caminar para reconocer las zonas devastadas. Reconstruirnos. Todo con mucho cuidado porque las armas también siempre están al acecho como los lobos… justo así como los lobos.

El amor es un imperio como el diablo, me decía. Cuando se instala lo carcome todo, incluso los besos fiduciarios que se convierten en moneda de cambio. Fue entonces cuando comencé a leer todo tipo de textos acerca del imperio romano. Los griegos más que un imperio civilizatorio, me parecían un imperio cultural. Más flexible y menos tosco. El amor, me decía, me parece más un imperio civilizatorio. Burdo, tosco… rayano en lo vulgar.

No obstante que nos pensaba instalados en el armisticio, algo raro me presentía. O, quizá, algo raro nos presentía. Por entonces, comencé a pensar que sin mentira no hay imperio. La mayor mentira, le decía cuando tuve oportunidad, es pensarse imperio. De alguna manera, armisticio e imperio son palabras afines: nos convertimos imperio para trasladar la guerra a otros sitios. Las pequeñas guerras periféricas con la familia, los amigos y el trabajo ya no importaban. Lo único importante era el armisticio amoroso. Mentira de mentiras… sin duda.

Un día nos cercaron los bárbaros y nos derrocaron inevitablemente, me decía. Nuestra única falta: haber creído que éramos imperio y que no existían las mentiras. Entonces el imperio hizo agua. Escuchamos los primeros fuegos transgredir nuestras fronteras. El llamado de los bárbaros nos parecía lo más lúcido para entonces. Pero había que resistir, porque alguna verdad tenía que haber existido.

Nunca dejamos de ser monstruos, le decía. El imperio civilizatorio es siempre una falacia: disfrutable pero no perdurable. Los lobos de las pulsiones regresaban al acecho, las armas secretas se instalaban en sus pertrechos. Otra vez Frankenstein perdido en sus jirones de pasado tremebundo; Zombierella, otra vez, atrapada en sus tragedias oníricas y, claro, armada como Roma –nuestro imperio civilizatorio- hasta los dientes… pero de otra forma.