> Arcanum VI: 2015

viernes, 16 de octubre de 2015

Periferias del Narco

Por Diego Bang Bang

Esta historia está desenfocada. Esta pequeña historia es tangencial. Es un rayo oblicuo atravesando la tempestad. Una sustancia visceral mezclada con el ácido estomacal de una tierra baldía.

Comenzó una noche hace ya varios años. Situada en uno de los círculos abismales de la Isla de Filoctetes. Terminó esa misma noche como todas las peripecias en esta isla.

El personaje principal es el viento. Un viento rojo que avanza poco a poco en el transcurso de la noche. Una mancha seminal que cubre el fondo de nuestros sueños. 

Respiramos el viento y lo convertimos en aliento. El ave del viento hace fotosíntesis con nuestra química alcohólica. Así caminamos entre sueños rotos, sin saber lo que la Máquina nos tiene preparado.

Un mismo cuarto para los tres. Así estamos aún en mi memoria. Despiertos envueltos por volutas con olor a gas. Dormidos con el olor a sexo marchito. Los dientes tiemblan al rememorar el encuentro inmediatamente anterior: ¡Jesús!

Un momento antes le encontramos. Lo encontramos. No al Hijo de Dios. Sí al Mesías. También al Judas. Supimos su nombre luego de haber dado las primeras caladas a su cigarro de marihuana.

Instalados en su pequeño automóvil. Se había acercado a nosotros a la luz de un Oxxo. Nos invitó a beber una cerveza de manera efusiva. Por el dinero no debíamos preocuparnos. No lo hicimos. Subimos y aparcamos justo frente a la casa de mis padres.

“Amo demasiado a mi hija”, dijo abruptamente. “También a mi esposa”, completó. Después de los primeros 5 minutos ya no nos miraba. Ni siquiera en el reflejo del espejo retrovisor. Su mirada se encontraba en un hoyo negro incrustado en medio del parabrisas.

Clavijero bebía de manera desfachatada. El viento rojo avanzaba lentamente. Radián volteado hacia su propio reflejo en el vidrio lateral. Jesús, así se llamaba. Amaba en superlativo a su hija. También a su esposa. El viento rojo ya era para entonces el sudario del Hombre de la Luna.

Sus manos hormigueaban sobre el volante. Silencio entonces. El coche era un desorden total. Basura en todos sus recovecos. Las circuitos eléctricos colapsados igual que los nervios. Su chamarra olía a pólvora. Su sexo estaba marchito. La palidez parduzca de su cara: un vivo reflejo del viento rojo. Rojo como el coyote inmenso que aullaba debajo de aquella noche.

La mirada de Radián se posa en la mía. Esta historia está desenfocada. Es una línea amarilla trazada en medio de la gran capa roja. Un ojo noctambulo cruzado por una paja de cristal lacerante. Pensamos lo mismo. Clavijero fuma marihuana desgarbadamente. Nos despedimos mientras Jesús regresa de sí. Dos legañas brillan con el furor de lágrimas. Bajamos del pequeño automóvil.

Antes de abrir la puerta, Clavijero nos manda al diablo. Su cuerpo necesita droga. También el nuestro, pero somos drogos pudorosos. Cobardes. Nuestro amigo, entonces, se confunde con el punto de fuga rojizo desdibujado en el horizonte.


Cerramos la puerta. Con aliento alcohólico lo decimos: “Acaba de matar a alguien”. Jesús era un asesino a sueldo. Amaba a su hija en superlativo. Un sicario de la Isla de Filoctetes. Amaba a su esposa también.

jueves, 20 de agosto de 2015

VI. El Enamorado

En la carta: Las siamesas, Cupido y 9.

La Papisa: C´est l´amour a Marseille, Santiago. Carta sagrada: ¡oh, Fortuna, semper variabilis! ¡El enamorado! Tu amigo te trajo suerte.

13: No bebí suerte. Bebí chartreuse, absynth, pierdealmas... Me llené el buche con el monstruo de los ojos verdes...

La Papisa: Aloxinus en latín papal.

13: Eso, exactamente: alucino.

La Papisa: ¿Pero qué tanto cargas, muchacho, qué cargas en tu equipaje?

9: Carga conmigo, no lo sabe pero me carga, lo intuye secretamente, no sé si acaricia la posibilidad pero yo sí lo sé de cierto: El cruzado loco, me dicen, y soy Santiagueño. A Santiago de Matamoros amo y en Santiago de Matamoros creo.. No hay más palabra que la de Santiago. Él es mi fe y mi justicia y mi espada y mi sangre y mi boca y todo mi cuerpo espera una palabra suya para sanar mi alma. Santiago despierta en mí el respeto del padre que no tuve. Predica con cuentos y a veces me pierdo las palabras pero nunca el movimiento de su boca. Santiagueño soy y por él muero y aunque nunca toque esa boca, por él sería capaz de matar.

Cupido flecha al enamorado y desata sus zaetas. Todo enloquece en un rapto de amor.

[...]

La Papisa (furioso) : Damas y caballeros, aquí se abre un paréntesis. Aparecen Los Amorosos y todo se va al Diablo, y no me refiero al azul del Tarot. El Arcano VI, el amor, es una carta que perturba todo, tiene su imperio y arrasa; y si es capaz de abrir mares, ¿no podrá sacar una trama de su ya de por sí frágil cauce?

Fragmento de La inocencia de David Olguín.

lunes, 3 de agosto de 2015

El limbo de Lulú

Por Diego Bang Bang

Las sopas maruchan yacen medio vacías o medio llenas, según se las vea. No tragábamos nada más en aquel tiempo. En verdad me parece curiosa la palabra tiempo. Decirla, escribirla y ya no se diga pensarla. Cuando la pienso para referirme a aquel tiempo es como una espiral de volutas con olor a marihuana. O como un delicioso mareo posterior a un orgasmo. Así era aquel tiempo: un bello mareo posorgasmico con olor a marihuana.

De Lulú mucho se puede decir, pero basta decir que oímos sus gemidos mientras tiraba y también sus cánticos en el metro para alimentarnos. Nos enseñó expresiones tan particulares como coño de su madre y por ella aprendimos el sentido y la profundidad de andar pegados. En algún momento, llegamos a suponer su locura como secuela por conocer México. O, al menos, de conocer a tres con ese gentilicio. Nadie lo sabe. Ni siquiera la Psiquiatría.

En más de una ocasión nos vio volvernos mierda: en su casa o en el terreno irregular de Santo Domingo. Al palpar el agua de su excusado o también al dormir en su aposento llorando a causa de alguna traición amorosa. Vimos, bajo su techo, los ojos de Radián ponerse más rojos que los atardeceres de Marte. Fuimos testigos, a las afueras de su morada, del trance de Clavijero a causa de una ingesta innoble de Válium o algo parecido al Diazepam.

Percibimos la muerte de la mujer en turno, para luego aullar como cisnes negros. De muchas maneras, en esos cuartos llenos de antipoesía, comenzamos a delinear nuestra convicción literaria. Miramos a los ojos de los “literatos”. Aquellos que ya lo son, porque así han decidido declararlo. Ellos, los ganadores de premios de poesía o narrativa. Ellos, los fundadores de casas de cultura con su nombre.


A decir verdad, sólo palpamos algunos de los bordes de este exquisito limbo. Nacido del arquetipo de Auxilio Lacouture. Quizá Lulú no conocía a todos los escritores de nuestra generación, pero de alguna manera quienes la conocían intuían algo poético en ella. Esa flama conmovedora que deja malparado a cualquiera. Porque en lugar de encontrar una madre, encontramos a la mujer compañera. Lulú no como un Auxilio sino como un Exilio.

viernes, 17 de julio de 2015

El monstruo enamorado VII

Por Diego Bang Bang

Como el asesino sigiloso de Rojo y Blanco, como Alec Holland internado en la maleza, como Erik debajo de su máscara en la Ópera Garnier …así aguarda el monstruo que vive en mí.

Este monstruo, querida Raina… el mismo que innumerables veces te ha hecho el amor con furia y violencia amorosos.

Llora todas las noches por encontrar su humanidad y no poderla compartir. Ha escrito a la luz de una vela las peores páginas estilísticas, pero sinceramente vertidas.

Ese monstruo palidece y se enerva al saberse sin ti. Guarda tus pesares y escribe un pequeño libro con todos tus recuerdos.

Desearía ser un relato de ciencia ficción escrito por Rod Serling, sólo para darle un giro inesperado a esta historia y poder estar contigo ahora mismo.

Este monstruo no es distinto del hipópotamo, tampoco difiere del lobo solitario al caer la tarde.

En lugar de tinta, ocupa su sangre mientras recita este relato salvaje.


Monstruo verde nihilista, quien baila el twist hasta volverse un zombie de amor por ti.   

martes, 7 de julio de 2015

Australia, un imposible


Por Diego Bang Bang

Intermitencia permanente. De los cuerpos, pero no de las ideas. Así se siente poder utilizar tal o cual término, sin miedo a echarlo en saco roto. Por momentos, somos una teoría. Una eminente teoría del deseo. Vuelve tu aliento a desembocar en mi nuca, mis labios rasguean nuevamente tus brazos. Ni siquiera necesitamos explicar las geografías cortazarianas, porque otra vez nuestras manos descansan finamente escaladas.

También somos memoria (only memories remain). Tu pantalón azul indómito perdido en Coyoacán; mi sweter azul perdido en Reforma. Mi sillón, bueno el de mis padres; tu sillón, bueno el de Wilco con el cielo azul, mi azul. Decía somos memoria (only memories remain), una teoría escrita en pequeñas bibliotecas municipales. En antesalas de consultorios médicos donde el fantasma de Farabeuf nunca deambula. Memoria y teoría biológica (maybe praxis), sobre todo cuando dijiste y aún dices “sabía de tus labios cálidos por una tura previa tuya”, después del descensor.

Memoria y teoría biológica: frustrada en la praxis. Desahogada en alguna isla digital descrita por nuestro geógrafo-dramaturgo favorito. Ese mismo snob residente de la calle Geógrafos, el mismo que ha trazado Siberia o Belice como círculos dantescos. Él, quien nos imagino en la isla de Filoctetes: Australia, el limbo. Nuestro limbo.

Región estricta del corazón. Descrita antiguamente por un puñado de predicadores maniáticos. Anunciada en esas primeras grafías pegadas a la piel de tu cuello-espalda. Ahí donde mi aliento vuelve a desembocar y evocar alguna geografía cortazariana. (El geógrafo-dramaturgo, entonces, cierra la puerta. Nos hace mutis. Nos lanza al cielo azul, mi azul.)

Ella (prendiendo una vela): ¿A qué te refieres con pensar en el espacio?

Él (deseándola con aspavientos): El dramaturgo, en mi opinión, debe intuir -conforme escribe- el aleph único del escenario. Cortar las letras en el papel para volverlas gravedad en el cuerpo de los actores.

Ella (vuelve gerundio escénico Impossible Germany de Wilco): ¿Entonces, si alcanzo a entender, me planteas un imposible a la manera de Bataille?

Él (mientras maldice a Cortázar): Puede ser, puede ser. Particularmente, cuando su teoría se refiere a lo oculto. El geógrafo-dramaturgo lo sincretiza así: “Una dramaturgia evoluciona el aparato lingüístico hasta transmutarlo en carne viva. En momento. En presente continuo. El hecho escénico, en este sentido, es un renacimiento perpetuo”.

Ella (se imagina Simone de Beauvoir): Sería interesante, ahora pienso, hacer una nota acerca del entrecruzamiento del hecho escénico y el hecho erótico. Con el énfasis puesto en el eje temporal de ambos.

Él: ¡Ajá!

SILENCIO



Ambos (cielo azul, mi azul de fondo): ¡Mejor ya hay que dormirnos!

 
Él (últimos pensamientos peregrinos, se escucha en todo el espacio): El entrecruzamiento es el deseo. El imposible. Un imposible.

domingo, 21 de junio de 2015

Suave descenso

Por Diego Bang Bang

NEGRO

Noche de ruido en capaz, los perros parecen toros, los gatos parecen lobos. La luna parece un sol. Los minutos horas. Horas que se perpetúan días. Granos de arena convertidos en galaxias eternas. El YO pende del hilo universal. Capas de ruido en la noche. El vecino platica con sus cuadros, la gotera se filtra en mi glande. Piedras que no ruedan atoradas en mi ducto urinal. El dolor a manera de verdad. La insistencia mi única facilidad. ¿Felicidad? 

GRIS

Grises en escalada. El olor es desagradable pero placentero. Mi cuarto todo ha descendido a instinto. Las mismas paredes sangran al tenor y tesitura de la Virgen María. Las tetas de ELLA rebotan en las volutas de humo. Algo reconforta su cuerpo y su trazo se vuelve pura y llana tiza.

BLANCO

Luz cegadora eterna. Los oídos se tapan porque las comisuras se muerden a pequeñas nerviosas dentelladas. La nariz ígnea. Las neuronas azules, amarillas y también magenta. Alguien hace una broma pesada: construir el nombre de ELLA con finas líneas blancas. Me invita a absorberlas. "Es toda tuya". Cada inhalación es motivo detonador lacrimógeno.  

GRIS 

Mañana de seda carnívora. Una guitarra acústica desecha que toco con mis dedos sabor a tu ano. En mi pecho yace tu orina y tus heces cuelgan de la cresta de mi lengua. Tu recuerdo es poco a poco más nítido. El huidizo olor de tu cabello, tus manos carcomidas por ti misma aventada a la más cruda ansiedad. Narcisismo caníbal. Tu miedo a ser penetrada por mi daga ecléctica. 

NEGRO

La noche está llena de ruidos. El rasgueo de los alaridos de la Ciudad Perdida. Diferente, diferenciada de la Ciudad de la Furia y también de Canciones Tristes. Diferenciable. 

BLANCO 

ELLA no viene, porque prefiere todas las fiestas de mañana. Mañana de seda carnívora. A espaldas de tu espalda, a orillas de tu saliva. De nuevo el suave descenso: las manos dormidas por la insatisfacción, el sexo retraído como cigarra agonizante, la inminente soledad de la primera adultez. Sólo quedará la música hecha capaz de luz en nuestra pequeña estación Souvlaki.   

Apocalipsis de bolsillo

INSTRUCCIONES: Aterido de horror en una esquina de tu cuarto azul recorre 5 de los recovecos injustos de la memoria en busca de reactivos cerrados. Cualquier coincidencia con el capítulo 3 de la serie inglesa Black Mirror es absolutamente voluntaria.

Reactivo # 1

El único precedente de nuestro apocalipsis de bolsillo fue un pequeño círculo polar escrito en notas al pie de página. Habitantes de zonas frías y, por ende, adictos a la ausencia. Sabíamos del amor como un momento. Del amor como un monosílabo. Una dicotomía en dos sílabas tendiente a perderse en cualquier estertor.

Sí/No

Reactivo # 2

Curioso resulta haber dormido a tu lado y recordar ese día como el más solitario de mi vida. Haber leído al ciclista antisolitario fue mortal. La soledad no puede habitar donde sólo un objeto existe. La soledad, me enseñaste aquel día, es una insatisfacción compartida. A espaldas de tu espalda, a orillas de tu saliva. Perdido en la ropa vertida en el azar de tu pequeño cuarto incompartido.

Sí/No

Reactivo # 3

La vida en la línea rosa. Tus nalgas se pegan a mi pelvis, la punta de mi pene envuelto en las orillas de tus nalgas. El metro brinca mientras el corazón vuelca. Apareces en la puerta. Primero en Balderas. Luego en Cuauhtémoc. Tú siempre a las afueras, yo siempre en los adentros. Otra vez en Cuauhtémoc. Eres ese afuera que pervierte mi adentro. Ese afuera que me hace pensar, ya de vuelta a casa, en nuestra intermitencia permanente. En las mesetas o las crestas escribientes de líneas sin puntos, de permanentes tangentes.

Sí/No

Reactivo # 4

Un mañana. Como la canción del Flaco Spinetta. Una mañana. Como la canción de Café Tacuba. Tus muñecas doblan delicadamente para volver a enganchar tu sostén. Una primera capa de luz entra por la pequeña ventana de "nuestro" hotel. Anoche tu espalda en primer plano; en segundo plano, la ciudad. La maniobra de tus manos me regresa a la gravedad, la misma palabra sostén lo hace. Anoche parecías flotar como personaje de Kawabata. Por la mañana el sudor se evapora místicamente, los gemidos se vuelven ecos musicales y el polvo regresa a ocupar su estado poético primigenio.

Sí/No

Reactivo # 5

La palidez particular que causa el darse cuenta de las cosas. Palidez causada por conducto de la lucidez. Palidez acompañada de paroxismo. Un escalofrío helado, un hilo hecho hielo, que recorre toda la espina dorsal: desde la médula hasta la próstata. Una palidez al alimón de la negrura espesa de tu mirada perdida. Ese momento exacto, tu cerebro iluminado por un relámpago de melancolía, en que te falta un mucho de aire. Ese adiós con eco de disparo (¡Bang!); cinco letras resumidas en mi tetraonomatopeya (¡Bang!). Tu nombre en mi boca: ¡Bang!.

Sí/No

viernes, 3 de abril de 2015

26/Marzo para armar III


Por Diego Bang Bang

* La carne pequeñita, aún manchada con las tintas del vientre materno, de Sofía se constriñe hasta el rechazo. La aguja se tensa al entrar en un cúmulo de músculos recién creados por la naturaleza. Más que sufrir ella, sufrimos nosotros al mirar la expresión de dolor en estado puro. A través de sus ojos escurre la Lágrima de Oro; a través de sus gritos se expresa la oscuridad más profunda del Universo.

1.- Uno es el número de veces que he visto a mi padre llorar.

a) Beso de ginebra. Desde Celta hasta Maracaibo, desde un blues hasta una sonata, desde el pezón de fuego hasta la punta de tu dedo más gélido, desde la A hasta la Z, desde el crepúsculo de la lucidez hasta la más peregrina locura, desde la primera mirada hasta el último aullido... Así me sabe este primer inciso-ósculo de la serie Besos de Licor.

* La mitad de su cuerpo se encuentra destrozado. Es una noche lluviosa. Se arrastra en busca de refugio. Su ladrido ya figura estertor. Es un hilo de aliento que palidece en mitad de la noche. Las llantas del coche se encuentran marcadas en su estómago. Sus entrañas parecen las babas de Diablo inyectadas de sangre. No hay nada que pueda hacer, el pobre animal está por perder la vida. Se escurre poco a poco, la vida y también la sangre, por los pequeños torrentes de agua encaminados a las alcantarillas. Justo ahí donde reposan las costras pérfidas de este mundo. ¿El perro agonizando es acaso un arquetipo citadino recurrente?

2.- Dos es el número de líneas necesarias para comenzar a intuir al Creador.

b) Beso de vino tinto. Cada 28 días, según la costumbre astral, la Luna palidece al Sol porque su sensibilidad se encuentra mancillada. En su centro emocional se guarece la fuerza destructora del Tanatos. Es una máquina destructora creadora de tempestades y marejadas salvajes. Entonces el Sol comprende la función trascendental del verbo transmutar. Transmutar el Tanatos en Eros a través del acto oral. Beber la sangre derramada y así permitir la alquimia de Midas. Convertir el agua en vino y el vino en oro.

* ¿Alguna vez has pensado en quitarle la vida a otra persona? ¿En presenciar el último respiro y el último brillo de vida en sus ojos? ¿Sentir como su carne desinfla en tus manos para perder grosor y volverse voluta involuntaria? ¿Dices no? ¿O dices sí? De tu respuesta depende que no se ensarte la tijera plateada en tu cuello.

3.- Tres es el poemario de Bolaño que olvidé en algún rincón de Santa Teresa.

c) Beso de Jerez. Tu risa me da risa. Tu calor me da valor. Regálame otro beso de jerez. Uno que termine con todo este dolor. Con toda insatisfacción. Con la corrupción. Con la NORMALIZACIÓN. Tu risa me da risa. Tu calor me da valor. Regálame otro beso de jerez. Uno que termine con todo este exilio. Con todo el exterminio. Con el genocidio. Con la Babylon del desaparecido. Regálame, Malegria, otro beso de jerez.

* normalizar.
1. tr. Regularizar o poner en orden lo que no lo estaba.
2. tr. Hacer que algo se estabilice en la normalidad. Normalizar políticamente.
3. tr. tipificar (‖ ajustar a un tipo o norma).
4. INTRANSITIVO. NORMALIZAR A LOS NORMALISTAS A 6 MESES. A 6 MESES, NORMALIZAR A LOS NORMALISTAS.

D)(D

martes, 17 de marzo de 2015

26/Marzo para armar II

*Últimos estertores de invierno. El aliento se vuelve respiración, a cada beso corresponde un tanque de oxígeno. No hay nada parecido a estar perdido, sin rumbo y saberse en todas partes. Sólo necesito mirar el círculo que bordea sus ojos para comprobar el uróboros. Y claro... sus costillas pequeños hexagramas; sus venas intrincados laberintos. 
*Documento recién encontrado. Sección "Efemérides del corazón". Track 7. Año: 1987. Mientras mi madre me entrega a ese otro mundo, el documento sonoro termina su hechura. 11 canciones en total. Sólo una importa: "This one goes out to the one i love". Tu madre ni siquiera aún conoce a tu padre. México aún no sale del primer periodo de la hegemonía priista. Ambos ya conocemos el amor. ¿José Agustín ya había escrito "Cerca del fuego"? El coro del documento sonoro: "Fire".
* Las volutas de humo se vuelven espirales que surcan piratas en barcos fantasmas. ¡Crack! Así suenan nuestras articulaciones verbales. RadiAn escupe algo acerca del abismo. Una frase de Nietzsche convertida en personaje de Moore. ¡Crack! Así se siente la sinapsis en nuestros cerebros. En la oscuridad total se escucha una luz. Es la voz de Carl Gustav Jung. Quien conoce la vastedad del interior, intuye el infinito exterior. Quien mira el abismo es mirado por el abismo. ¡Crack!
* Arrellanado en un sillón derruido. La única ventana del mundo tiene bordes intermitentes. La luz mortecina que se filtra es color ámbar. La visión de mi cabeza es de un rojo intenso. Como la edición de ese libro en Anagrama. De pronto, me siento indefenso. Mis padres morirán algún día. Mis amigos se exiliarán en la familia. Mis ojos cegarán pronto, mi hígado dejará de sintetizar. Igual que mi cerebro. Me gusta pensar que el hecho de perder 21 gramos es un acto volitivo. El soplo de la vida se vuelve el aliento de la muerte.
* punk.(Voz ingl.).1. adj. Perteneciente o relativo al movimiento punk. 2. adj. Seguidor o partidario de ese movimiento. U. m. c. s. 3. m. Movimiento musical aparecido en Inglaterra a fines de la década de 1970, que surge con carácter de protesta juvenil y cuyos seguidores adoptan atuendos y comportamientos no convencionales.

D)(D

26/Marzo para armar

*Monosa en la esquina de Allende y República de Cuba. Brazo tatuado desde el hombro hasta el índice. Alguien le da su cambio. Recién le metió la verga por el ano. Mira a la nada, respira el éter. Compra una cerveza mientras todos los seniles le miran el culo. Uno de ellos también le meterá la verga en el callejón de enfrente.

*En el lugar recibe a los parroquianos con una amplia sonrisa. Dice "mi amor". Sus ojos brillan en color ámbar. De la cerveza y de las paredes. Recuerda, mientras desmonta su traje, en un antiguo amor de cantina. Fausto era su nombre. Le conoció en el ´74. Ella tenía un fleco tamaño parabólica. Él vestía casimir todos los días. Duró poco la emoción, la infatuación. Él apareció muerto en el ´85, bajo los escombros. Ella lee a Jodorowsky en el metro de camino a casa.

*Una vez más: "Los detectives salvajes". Un yuppie ahora hipster en el Péndulo de Zona Rosa. El libro rojo con el ámbar, de la cerveza y las paredes, a manera de fondo. También un proto punk lo lee en el metro. El rojo es más intenso según el contexto. El ámbar es del mismo color del hígado agonizante de Bolaño. Un ámbar casi naranja y naranja casi negro. Tan negro como el año 26/66 en Santa Teresa.

* 26 de febrero. Debería ser una fecha unipersonal pluriéxtatica. Lo es, en cierta medida. De cierto modo. Por cuestiones personales/trascendentes/intrascendentes. Porque el blues de la mirada de Raina rebota en cada resquicio de la ciudad. El problema, de esta pequeña pieza de rompecabezas, comienza cuando la normalización asoma. La normalización de los normalistas, por supuesto. La normalización de los monstruos de Raina. Normalización tan negra como el año 26/66 en Santa Teresa. 

* rompecabezas. 1. m. Juego que consiste en componer determinada figura combinando cierto número de pedazos de madera o cartón, en cada uno de los cuales hay una parte de la figura. 2. m. coloq. Problema o acertijo de difícil solución. 3. m. Arma ofensiva compuesta de dos bolas de hierro o plomo sujetas a los extremos de un mango corto y flexible.

D)(D

lunes, 2 de marzo de 2015

El monstruo enamorado VI

Por Diego Bang Bang

Querida Raina:

Para cuando termine de escribir este texto la noche será profunda y mis ganas de estar contigo serán olas de un mar igual de profundo. En esa profundidad, la noche y mi ansiedad por ti se convertirán en una sola, única y misma cosa.

Recuerdo las noches que fuimos blues. Cuando nos mandábamos canciones a través de Mypain.com; tú en el avatar de Joy Press (la esposa desaparecida de Simon Reynolds) y yo en el avatar de Cerpin Taxt (el personaje de Deloused in the comatorium).

Te conté, entonces, del coma psicodélico de Cerpin Taxt. Su relación con un planeta lleno de veneno para hadas. La manera en que un escritor argentino había unido los mundos de Onetti y de la extinta banda The Mars Volta. El nombre de la banda texana era una de las regiones más oscuras de Santa María. Una región en completa desolación.

Me contaste acerca del imposible. La imposibilidad de los mundos. La imposibilidad del tiempo. La imposibilidad del amor. La imposibilidad de vida en otros planetas. Todo era ruptura, según entiendo. Todo es ruptura, según entendí. Esa misma noche me enseñaste una cita de Bataille acerca del Imposible. La habías escrito a lo largo de tu brazo y daba vueltas concéntricas en tu bella extremidad.

Nos despedimos cerca de la hora del segundo atardecer. Los dos soles ya se dibujaban en el horizonte. Andy Kaufman empezaba su segunda emisión a través de la frecuencia Kenneth. Para cuando dijimos adiós, para entonces, sonaba Everybody hurts. Un clásico de Twisted Kites, la banda favorita de Joy Press.

Extracto del libro Sommeil paradoxal de Danieri C. Aquiahuatl.

lunes, 23 de febrero de 2015

El monstruo enamorado IV

Por Diego Bang Bang

"¿Estás enamorado?", me preguntó en su tono homosexual característico. Respondí afirmativamente. Afuera el sonido de los vigilantes era potente. Se escuchaban sus pasos por entre las estructuras de metal y concreto. Las sirenas iluminaban las calles en azul y rojo, sobre todo en rojo. 

"¿Cómo sabes que estás enamorado?", volvió a inquirir aquel hombre lobo mientras una luz mortecina se filtraba por la ventana del bar. Entonces pensé en Raymond Carver. En Henry Miller. En Juan Carlos Onetti. ¿Qué hubieran contestado? Seguramente mucho o tal vez nada. Quizá hubieran quemado un libro de Jaime Sabines frente a su interlocutor.

Traté de guardar la calma. La nariz ya se me había convertido en cara cortada. El monstruo blanco dentro del monstruo eléctrico. "¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?", pronuncié con la boca hecha champurrado de cebada. "Lo sé porque su recuerdo se vuelve inesperado, aparece de la nada y en la nada". Mi amigo, el hombre lobo homosexual, volteó ansioso a ambos lados del bar. Buscaba los ojos, las siluetas, la materialidad de un mundo convertido en materia onírica. Me hubiera encantado estar en las brumas de su cabeza. Mirar con microscopio la alquimia de la cocaína.

Después de un rato, se levantó para ir al baño. Así pasaron algunos minutos. Mi garganta dormía el sueño de Iztaccíhuatl, entre nieve epidérmica y fuego arcano interior. Volví en cuantiosas ocasiones a los ejércitos de Cebada. Cerré los ojos y vi el rojo derramado de las sirenas. El cómico favorito del pueblo deprimido, luego también muerto. Cuando los abrí, mi amigo estaba agazapado en un rincón. Debajo de una escalera de madera. Intercambiando caricias con otro hombre lobo homosexual. El olor a cereza era penetrante. En los baños explotaban los poppers. Sólo en esta parte de África las cosas son tristes. Triste sí, triste no.

Entendí que debía salir de Casablanca. Cuando empujé las pequeñas puertas, mi amigo se encontraba bailando con su compinche nocturno. Sus pechos se rozaban a un ritmo frenético de contrabando, una máquina de contrabajo. "El baile y el salón", escrita en 1985 por Estación Rockabilly. Banda formada por el escritor, bajista también, de "El vampiro de la colonia Roma".

De camino a casa, en la soledad nocturna del Metrobús, escribí a Raina un mensaje: "A veces perdido en Santa María intuyo comprender el mundo. Una sensación extraña se apodera de mí. Una especie de desasosiego dulce y también incierto. A lo cual mi memoria sólo recurre a ti. Como certeza. Como cereza existencial. Lo demás, no es baladí decirlo, es un camposanto minado de preguntas sin respuestas".

sábado, 14 de febrero de 2015

El monstruo enamorado III

Por Diego Bang Bang

Nuestra historia estaba perdida entre las extraordinarias narraciones de Edgar Allan Poe. Era una edición barata Porrúa, sin remitente como una botella en mitad del todo. Una historia de revista, de fanzine, una pulp fiction non grata. Una biblia tijuanense sin destino ni remitente.

Comenzó en un patio convertido en pista de baile. Tú bailabas como siempre... como nunca. Tu cabello corto supersónico. Tu segunda piel: unas medias negras. Botas leopardo, botas de espanto. Boca menuda; piernas largas. ¿Popotitos?

La luna pendía completa, ahíta, llena y desbordante. Hombres lobo homosexuales, fantasmas acatrinados, el perseguidor de señales. Un lamento: el canto de un cisne negro. Una azotea en alguna vecindad de la Guerrero. Nosotros no teníamos salones de baile y tampoco las explanadas de barrio. Nosotros éramos azotea... otro día sótano.

El tacón de tus zapatos fue lo primero. El rojo de tus labios el corolario. Mi voluntad anidaba, aquella noche, en un lejano rincón. Rayos de luces serpenteantes, sombras ignotas danzantes. Mis ojos pegados a tu figura. Mis dedos deseosos de la álgida Atlántida. Mi corazón perdido en la ardiente Pompeya. El caleidoscopio sin lente; un pequeño estrobo diletante.

Mi garganta invadida por los ejércitos de Cebada. Mi nariz convertida en cara cortada. El cantrabajo que siempre me recuerda la palabra contrabando. Tus caderas, la locura: la guitarra sin Elvis y sin Vincent. Gene o Price. Pero no cualquier baladronada.

martes, 10 de febrero de 2015

El monstruo enamorado II

Por Diego Bang Bang

Lo único que nos unió fue el terror. Ese terror intrínseco de la existencia anidado en ciertas palabras. Como obliterar.

Nos recuerdo, por ejemplo, tirados en alguna vieja calle de Coyoacán. Con los labios rojos de mordernos tanto. Con las orejas rojas de tanto ron o vodka o bacanora. Un día como tantos en los que inventábamos nombres de taquerías, cantinas y restaurantes. Un día como tantos en los que enlistábamos nuestras palabras favoritas. Más pronto que tarde, caímos en cuenta: nos gustaban por su terror inherente. Tú decías fiambre y entonces contestaba con púas y alambre. A veces decías mierda; otras sangre. Nunca pene o pito o verga. Así sabíamos: el terror no es cosa baladí ni cotidiana. El terror es cosa velada. Humareda convertida en velo de gitana.

El terror, uno de los hilos de Ariadna. Hilo narrativo concluyente en mi aborto a los veintiuno. Oralidad terminante en las babas del Diablo; otrora hilos de la Virgen. O, mejor aún, semillas de la ídem. Semillas consejeras: "TODOS SOMOS ABORTOS, pequeño diego". De alguna u otra forma así es. Abortos sociales diseñados para abortar biológicamente. Terror, terror y más terror.

La luna pende completa, ahíta, llena y desbordante. Algún músico se desangra en una capilla decimonónica. Cansado de perseguir arcoiris, el pariente lejano del caleidoscopio. Mira la luna. Otra vez el terror. Dentro de su palidez, una obertura. Una pompa fúnebre que da paso al obturador que escupe fuego. Una navaja de afeitar se ha quedado atrapada dentro del ojo noctambulo de la luna. Raspa la plata; desangra al conejo.

Los tiempos de vapor ya no permiten monstruos como nosotros. Por eso amarse se ha vuelto una actividad furtiva. El ojo público, con paja incluida, permite el orgullo y la soberbia del enojo. No así la vulnerabilidad del enamorado. El arcano VI es el más extraviado de nuestros días. Me decía una oriental. Por eso nosotros los monstruos vivimos en la aciaga laguna. Alejados/apartados/obliterados. Vivimos en el terror bajo tierra, bajo lava. En el terror de amar. Incansablemente. Indefectiblemente.