> Arcanum VI: 2017

martes, 26 de diciembre de 2017

Barrio chino

Por Diego Bang Bang

Barrio chico, infierno grande. En otro tiempo lo hubiera podido soportar. Caminar de nuevo por la calle angosta, incluso pararme en los aparadores para mirar las figuras y los objetos multicolores. Hubiera podido entrar en alguno de los restaurantes y hubiera podido tomarme un café, con la seguridad de que mi pulso seguiría estable.

Mientras prendo un cigarrillo pienso en esa gran mentira contada a mí mismo: aquella fábula en la que salgo indemne del amor. Casi como Filiberto García al inicio de su complot amoroso. Siempre me pensé de esa manera: un león enjaulado y por fin puesto en libertad para cuando ellas se marchaban. Así pase la mayoría de mis años veinte. Con bastantes expectativas de que la mujer indicada me encontraría.

En el transcurso de mis años treinta, esa utopía desapareció por completo. Comencé a tener menos tiempo para leer, sobre todo mis amadas novelas policíacas. Mi viejo apodo de antaño, compuesto de una onomatopeya en repetición, perdió también mucho de su sentido. Un día funesto, como cualquier otro, caí en la cuenta del número mayor de likes que leía en comparación del número de bangs. Fue terrible... aunque no lo notara del todo en aquel momento.

Y no lo notaba por el simple hecho de estarme contando la gran mentira de los treinta. ¿Cuántas mentiras debemos contarnos a lo largo de la vida para poder sobrellevarla? Me contaba la mentira de la madurez, del trabajo, de la estabilidad económica y de la productividad como preámbulo de la deseada inserción social. Así viví más de la mitad de mis treinta. Con una sonrisa inamovible como fachada. Huyendo de mis amistades de juerga, de los efímeros coqueteos, de la literatura y sus vicios adyacentes.  

Días previos a la celebración del año chino, un sobre amarillo llegó a la oficina donde laboro. En aquellos días había padecido varias pesadillas. La muerte prematura de mi padre. El asesinato del candidato de izquierda durante las elecciones del próximo año. Una matanza en la que soy, en última instancia, el culpable de manera directa. El sobre contenía el booklet de uno de mis álbumes favoritos. Varias palabras venían remarcadas a propósito. Una especie de criptograma. Y además una nota que decía: Encuéntrame en la celebración del dragón. Atte. La Mujer Intergaláctica.

Ya instalado en mi bar favorito, volví a poner frente a mis ojos las hojas. Varias frases se alcanzaban a leer: “Hombre, tienes una fatal percepción sobre las personas”, “Esto es sólo un juego…”, “Emerge de un lugar muy particular, donde los demonios de las personas juegan a correr y a esconderse”, “Soñé anoche que volvía a verte”… Pedí otra cerveza. Salí a fumar otro cigarrillo. Le pregunté a una de las meseras qué pensaba. No obtuve una respuesta muy lúcida. Aunque había podido distraerme con su penetrante olor y la forma de sus tetas. No hay mejor manera de aceitar el intelecto que con la estratégica liberación de la libido.

Como decía, en otro tiempo lo hubiera podido soportar. No obstante, en este momento siento mis manos engarrotarse, mi esófago paladea miedo y mi vista se obnubila de manera extraña. Treinta minutos llevo sin poder doblar la calle atestada de chinos. Dragones de fuego que parecen burlarse de mí y bolas incandescentes que parecen lanzarse hacia mí. De mi gabardina pude extraer un cigarrillo. No logra calmarme, sino todo lo contrario. Siento mi brazo izquierdo pulsar de manera extraña.

Cuando volteo de nuevo a la bocacalle, ella entra a la celebración oriental. Viste unas botas muy altas que cubren parte de su pantalón de mezclilla. Una chamarra larga cubre más allá de sus nalgas. Alcanzo a descifrar su perfil y una marea de recuerdos me hace caer en una rara ensoñación. Me recuerdo sonriente y también pusilánime, me recuerdo con pocas ganas de vivir y al mismo tiempo con todo por delante, me recuerdo enojado e incomprendido… Me recuerdo tirado en el pequeño callejón dentro del callejón de Dolores. Con una pequeña botella de mezcal y una vieja chamarra de cuero, luego de un concierto de jazz. Con una ansiedad desbordada y en busca de uno de los famosos fumaderos de opio. Con aquella maldita necesidad para poder calmar el dolor de aquel complot amoroso.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Ciudad Limbo

Por Diego Bang Bang

1) Regresé a Ciudad Limbo muy pronto. Porque me avisaron que mi padre había sufrido un ataque al corazón. No tenía mucho de mi partida hacia Ciudad Monstruo. Apenas comenzaba a perderme entre sus alcantarillas. En aquel tiempo llevaba la idea de perderme y olvidarme de mi pasado por completo. Negar mi genealogía. Negar todo ese mosaico triste y sórdido en donde me veía reflejado. Pero el pasado es futuro. Y es una fuerza innegable e inconmensurable.

Y heme ahí de nuevo. En sus calles rectas y bajas. Con los rostros tristes e incomprendidos. Donde el viento sopla una melodía vulgar y donde todos nos hacemos tontos para no escucharla.

2) Valeria era su nombre. Una niña pequeña de tamaño que ya rozaba la adolescencia. Esa adolescencia precoz, vulgar y violenta propia de Ciudad Limbo. Porque acá las mujeres se embarazan luego de la fiesta de XV años. Porque acá las mujeres son mancilladas con palabras vulgares con regularidad.

Valeria no decidió subir a ese automóvil. Lo decidió su padre. Lo decidió el destino. Lo decidió el Diablo. ¿Qué miraban sus ojos al subir a esa combi? ¿Olía a grasa y a gasolina? ¿Qué fue lo último que escuchó Valeria? ¿Cuál fue su último pensamiento antes de ser asesinada?

¿Y el asesino? ¿Qué pasó por su cabeza? ¿Cuánta ansiedad reconcentrada en sus testículos? ¿Cuánto dolor a largo plazo nos cuesta este placer de corto plazo? Placer funesto, maldito y estúpido.

Mi sobrina también se llama Valeria. También vive en la Colonia Benito Juárez. Espero nunca le pase lo que le pasó a Valeria.

3) Me encuentro por encima de la Avenida Siete. Una laguna privilegiada para entender la palabra “conurbada”. Justo en esta franja la provincia choca de manera estruendosa con la capital hasta convertirse en otra cosa. Una cosa feroz e indetenible que avienta sus rastros y vestigios hasta las costas del metro Pantitlán o los muelles del aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México.

En el reflejo de la ventana se repiten patrones de luces y construcciones cuadradas de concreto gris. Con esa imagen baldía por delante, una serie de recuerdos se asoman en mi cabeza. Por ejemplo, mi primera visita a Radián en la cárcel. Porque ahí comenzaba la cárcel, ese era el comienzo de un camino sin retorno. Continuado en dos nichos espejo: uno a la virgen de Guadalupe y el otro dedicado a las potestades de la santa muerte. En ese preciso lugar, las puertas aperladas del infierno, recuerdo haber visto la mirada gris de Radián. Iluminada repentinamente por nuestro ansiado encuentro. Mi mano temblorosa, guardada en mi bolsillo derecho, jugueteaba nerviosamente con un puñado de monedas. Monedas catalizadoras de la violencia inmediatista y microfísica del lugar.

Esa misma tarde, Radián me entregó Rayuela a la orilla de una escalera en la cárcel, a la orilla de cualquier convención, a la orilla de la tranquilidad, a la orilla del mundo. En el inframundo que se expresa en el número cero si se le mira dentro de una escala de diez.

4) Ciudad Limbo es un lugar triste, melancólico, desgarrador. Un lugar de paso, ente mestizo constituido de concreto y hierbas malas rastreras. Un lugar donde los maridos matan a sus esposas con un cuchillo. Crisol armado de doble moral y centro comercial. Donde la música de banda se refracta en un cielo sin estrellas. Y donde el olor a basura se filtra por las ventanas acompañando muchas veces a los rayos del sol. Una luz fétida asoma en sus amaneceres y marca el designio de los días. Las calles inundadas por peces gigantes llamados “Chimecos”, los cuales desembocan en los arenales del Bordo de Xochiaca y se quedan varados para presenciar la ilusión ignota de un juego de fútbol. Ciudad Limbo es un lugar cantado por El Haragán y nosotros somos su compañía. 

5) Un nueve, a veces un ocho infinito, dentro de una escala de diez. Así defino algunos lugares de Ciudad Limbo. Como por ejemplo, la tierna sonrisa de mi hermana. O las palabras de mi madre durante la comida. El pan de muerto de mi abuelo. O la juventud de mi padre, cuando cortejaba a mi madre montado en una pequeña bicicleta. Un gol por entre las piernas en un sábado de gloria. Los rizos de Cynthia en la primaria “Emiliano Zapata”. La tienda del Bona, donde se descubría el ocho infinito en las letras de una pila de cartones de cerveza. El cuarto de Carlos con un póster de Nirvana en el techo y una muñeca inflable que pasa de mano en mano mientras Los Colvins cantan: “Eres una puta, pero no lo bastante…”. Un nueve, a veces un ocho infinito.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Las señales de humo de Los Coronas

Por Diego Bang Bang

Una de las cosas fundamentales al contar la historia del rock & roll es la selección de los hechos históricos. A partir de esa selección se pueden obtener formas del razonamiento capaces de explicarnos algún pasaje temporal de esta forma de arte. En el caso de “Señales de humo”, dos hechos históricos pueden brindar cierta explicación de su urdimbre y ambición musical. Por un lado, el lanzamiento de “Blonde on blonde” de Bob Dylan y de “Joe´s Garage” de Frank Zappa. Por otro lado, la publicación de “London Calling” de The Clash.

Los dos primeros LPs se recuperan para evidenciar lo inusitado de obras magnas que están integradas por más de 10 canciones o más de 30 minutos de grabación musical. En una reseña a propósito del disco de Bob Dylan se proponía que la foto borrosa de la portada tiene esa cualidad debido a lo frenético y fértil del núcleo creativo del cantautor en aquella época. En cierto modo, esa aseveración concretiza uno de los rasgos a tomar en cuenta cuando se trata de explicar el fenómeno de los álbumes dobles: la explosión creativa.

El larga duración de The Clash es pertinente para pensar otro de los rasgos esenciales de los discos dobles: la hibridación. Perogrullo es mencionar el mosaico de sonidos contenidos en aquella obra de 1977. El repaso de sonidos contenido funcionó como un manifiesto acerca de las posibilidades del rock. No sólo en cuanto a su multiplicidad, sino en la recuperación de algunas de las fuentes más ignotas. De ahí que los Clash hayan incluido una composición ska del relato oral de Stagger Lee así como una revisitación al reggae con su canción “Guns of Brixton”.

Los dos hechos anteriores funcionan como marcos de referencia para comprender lo logrado por Los Coronas en “Señales de humo”. Una obra que repasa distintas musicalidades y rescata la capacidad gatoparduna del rock a través de géneros como la rumba africana (“La Fiebre”), los sonidos árabes (“Essaouira”), el surf clásico a la The Ventures (“Correvuela”), el western a la Morricone (“Drama west”), la música balcánica (“7 + 6”) así como la épica del surf (“Epic wave”). Así mismo, una obra explosiva en términos creativos que raya en el desbordamiento estético. Lo integran 17 canciones, casi las mismas que su primer álbum doble “Surfin´ Tenochtitlan”, y cierra un ciclo compositivo de estos padrinos del surf ibérico. Un salto cualitativo y momento de inflexión en la carrera de la banda que pone sobre la mesa un cuestionamiento acerca de nuestro consumo cultural: ¿Se necesita vender humo entre los escuchas para que puedan adentrarse en un álbum doble? Estas señales de humo, metáfora inmejorable de la percepción corriente que se tiene de la música instrumental, se adentran en la brecha de consumo abierta estrepitosamente por el formato vinil y procuran reivindicarse como un producto cultural genuino, digno de atención. Máxime en un contexto donde reina la mercantilización fetichizada de la música —potenciada por la ubicuidad del formato digital— y donde los escuchas ya no logran la atención ni siquiera de 2 minutos y medio, tiempo de duración de un sencillo convencional.

El séptimo álbum de Los Coronas es la vigorización y reivindicación de la palabra “surf” y contraviene lo declarado y entendido por Jorge Drexler de esta palabra. Con Los Coronas, “surf” significa vértigo, ingravidez, ignota profundidad musical, actualización de la identidad. Lo mejor del horizonte rockero en 2017.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Alcantarillas literarias

Por Diego Bang Bang 

Escritores encerrados en cubículos, sin contacto con el mundo material. Sin la posibilidad de experimentar cosas genuinas en eso llamado realidad. ¿Acaso no se escribe sobre la adrenalina de esperar en un punto de venta de droga? ¿Acaso no se escribe de la culpa infinita que se siente después de ser infiel? ¿Acaso no se escribe acerca de la manera como el capitalismo nos chupa la vida a cuentagotas? ¿Acaso no se escribe sobre las injusticias cometidas en la recta final de las vidas de nuestros padres? ¿Acaso no se escribe sobre la asfixia causada por un consumo excesivo de crack o cocaína? ¿Para qué una formación escritural de claustro con base en el mecenazgo de la clase empresarial de México? Una formación a raya de las injusticias de la existencia, a raya del dolor por hambruna e ignorancia. ¿Quienes deseamos ser escritores deberíamos abandonar los perros románticos y acercarnos con mesura de vida al mecenazgo acomodaticio? ¿A las fanfarrias y vítores de la solemnidad enclaustrada?

—¿Por qué tantos jóvenes de tu edad leen a Roberto Bolaño? Seguramente has leído Los Detectives Salvajes.

—Porque, como propone Villoro en uno de sus textos, Los Detectives Salvajes es una educación sentimental en la que todos nos podemos ver identificados… Pero la obra principal de Bolaño no es Los Detectives Salvajes, sino los libros que le preceden. Y el concepto principal de su obra es el de la Literatura Nazi. Un concepto que refiere a cómo el campo político atraviesa al campo de la literatura. Un concepto, o quizá una metáfora, que nos invita a desentrañar el poder político enquistado en las obras de arte. Sobre todo, en las literarias.

Ellos me miran atentamente. Parece que he atrapado su atención. Más la del hombre viejo con apellido europeo (Langagne). El otro viejo hombre, de mirada priista, se mantiene callado. Como en otro plano.

Ha pasado poco tiempo de la entrevista. Mi fervor por la obra de Bolaño y mi seguridad de fracaso lo han hecho imperceptible. Por fin el viejo hombre de mirada priista dice “[…] nos ha impresionado bastante tu perfil, pero son pocas las becas y tantos los buenos perfiles. Es difícil decirte si estaremos en condiciones de darte la beca”— retumba en el pequeño cuarto mientras uno de sus ojos toma una tangente de sus movimientos regulares. “Decirte, finalmente, que parece que las letras son un territorio de experimentación para ti. Te vamos a pedir que nunca dejes de seguir tu intuición”.

—A riesgo de sonar rimbombante y pedante, les puedo asegurar que vivo conforme lo aprendido en Los Detectives Salvajes. Trato de vivir mi vida como si fuera una obra de arte. Trato de buscar la dimensión estética de la existencia — balbuceo mientras huelo nuevamente el fracaso e intuyo la marginación. Aprieto un par de veces sus manos, a manera de despedida, para tratar de apelar a la piel de su memoria. Antes de cruzar el umbral de aquel cuarto lo sé: no me otorgarán la beca. No sé si fui demasiado radical como para ser apadrinado por dinero de Televisa y de la clase empresarial. No sé si es mi vejez la que no me permite ser formado como escritor según los cánones de la figura de Octavio Paz. ¿Acaso los dramaturgos amanerados son los dignos depositarios de este mecenazgo literario?

Bajo las escaleras de corte antiguo y le deseo suerte al siguiente entrevistado. Es un joven enjuto con grandes lentes. Lo veo y en él veo un pequeño cordero. La vieja de la recepción sigue con su cara malhumorada. El policía sale del sopor de su caseta y me despide con un “todas las entrevistas duran poco”. Mientras camino la calle de Liverpool, guardo el saco con el cual me disfracé para pasar como un escritor comprometido. Como un escritor normal que entiende el razonamiento intestino de las instituciones, como bien lo aconseja Mario Bellatin. Como ese escritor que aparece en las notas periodísticas a propósito de los diez años de la Fundación y habla sobre lo desafiante de convertirse en escritor en una institución financiada por la clase empresarial.

Días después, a la semana siguiente, recibo un correo electrónico con la negativa del otorgamiento de la beca. Algo sabido y reforzador de mi ánimo perdedor y la sensación continuada de derrota. Me siento mal todo ese día, hago cuentas de cuánto gastarán por cada potencial escritor (144 mil pesos) y cuánto en total por toda la generación (poco más de 4 millones de pesos). Pienso en los 90 millones de pesos reunidos como bolsa inicial cuando Azcárraga Jean decidió cumplir con el capricho cultural de su padre. Pienso en lo anterior y una sensación rara se apodera de mí. Me dan ganas de no volver a escribir. De dejarlo de hacer en definitiva. Y, al mismo tiempo, unas ganas irrefrenables de ponerme escribir se apodera de mí. 

A la semana siguiente, vuelvo a encontrar a un par de jóvenes becarios con los que platiqué antes de la entrevista de selección. Estamos a la espera de entrar a una puesta en escena del geógrafo-dramaturgo. Platicamos con rigidez y un leve dejo de incomodidad a propósito de mi rechazo. Y con discreción acerca de su continuidad con los beneficios del insumo material. A decir verdad, ya había puesto en el costal del olvido ese fracaso. Una tribulación suplanta a otra y me encontraba concentrado en las dificultades de vejez de mis padres. El encuentro con los potenciales escritores sopló sobre la pequeña herida. ¿Debería lanzar diatribas resentidas sin fundamento ante el diseño institucional de la cultura? ¿Cuánto de la marginalidad es propiciada por el marginado? ¿Qué se esconde detrás de aquel encuentro casual? ¿Debería dejarme llevar por la envidia, la tirria y el enojo? Pésima salida. ¿Y si lo tomo como una provocación de la literatura, de la vida? Una afirmación de la identidad. Una postura firme ante la marginación institucional continuada. Una condición necesaria, una adversidad necesaria…

sábado, 23 de septiembre de 2017

Complejo de Luna

Por SonnyDe_Lorean

  
AMOR
(María-Marie)

El amor se muere.
El amor empieza a morirse -igual que nosotros- a partir del momento exacto de su nacimiento.
El amor, nuestro amor, se muere con el renacimiento de su memoria.

Yo no puedo precisar el momento exacto en que comencé a amarte, María-Marie, porque mi amor por ti sólo puede comenzar cuando tú decidiste empezar a amarme.
Bienaventurados aquellos contados elegidos que comienzan amarse simultáneamente y ponen a funcionar el motor del amor juntos, al mismo tiempo.
No fuese ése nuestro caso. En la mayoría de los casos no es así.
En la mayoría de los casos el que empieza amar al otro y ese otro decide entonces si reacciona a ese amor respondiéndole o no.
En el amor, casi siempre, uno pregunta y otra contesta. Por lo general el amor del que responde es el que se mueve primero.
Digo que no puedo precisar el momento exacto en el que comencé amarte, María-Marie, pero sí puedo identificar con exactitud las coordenadas de dónde y cuándo comenzaste a amarme…

Rodrigo Fresán


Muchos dicen que los perros son el mejor amigo del hombre, yo no estoy en contra pero tampoco lo sostengo, porque he hallado en los libros un apoyo más incondicional aun cuando tú los olvides. Por si las dudas yo tengo a los dos, a uno por convicción y al otro por devoción.

En otros momentos hubiera recurrido a Julio Denis para apaciguar la ansiedad y afrontar el dolor, pero cuando estaba en el librero recordé que Rayuela se llamaría Mandala, y las mandalas tienen tanto de Mantra que cualquier sonido o símbolo es capaz de representarlo y aclararlo todo, una conexión sin vuelta de hoja. Además de ser dos novelas heterocigotas al estar escritas por autores argentinos y recobrar y sincretizar lo francés con lo latinoamericano, y es que ella, mi María-Marie, siempre ha sido una mexicana tan afrancesada.

Pienso que lo que dice Rodrigo Fresán acerca de que el amor se muere y es atemporal para el que empieza amar es insuficiente y hasta equívoco, porque el amor es el Bing-Bang de la vida: explosivo y contrayente, y nunca morirá porque la contracción sólo servirá para juntar la Vida Total en el Ombligo del Universo y así se superpondrá la armonía de la existencia. No importa quién ame antes o más, porque si hay amor se convertirá en una fuerza reconciliadora. En definitiva, pienso que se debe ser siempre aferrado e irrenunciable con y al amor, sino de qué otra manera aprenderemos a levantarnos de los campos de batalla con la libertad y la victoria del que imagina ganar la guerra.

Quiero darle continuidad a la lectura de Mantra, pero con mi historia… Recurro a la única máquina del tiempo que verdaderamente existe en los hombres para reconstruir mis memorias… El sonido del teléfono no conoce de tiempos ni lugares y me interrumpe para que dirija mis energías a vislumbrar mi Bing-Bang.

Es un número desconocido. Pienso que puede ser mi María-Marie que habla desde otro número, o desde la calle para decirme que regresará. La ansiedad vuelve a desbordar mis manos y mi voz. ¿Eres tú?, pregunté con voz titilante. Paroxismo y mutismo al otro lado de la bocina, el sonido del viento emite un rasguño a manera de advertencia: “Nos veremos pronto”. Reconocería en diez mil planetas la voz de ella y esa no era su voz.

Vuelvo al escritorio con un miedo sobrado por ese hilito de voz afilada que atisbó mis sentidos. Me gustaría seguir leyendo para apaciguar mi sentir, pero ese mensaje me ha dejado con los nervios crispados. Ya es la hora del diablo y pretextos no faltan para salir a las calles. Escucho que Maya rasca la puerta y no busco más motivos para salir a dar un paseo.

Esta vez no le pondré correa, le daré la libertad para moverse como mejor le complazca y perderse en la noche, sé que es la única parte de mi María-Marie que no me abandonará. Maya se acerca a una pareja, seguramente es un proxeneta con su prostituta saliendo de un hotel, pero Maya no sabe de preocupaciones sociales y juguetea con ellos. Siempre se da a querer. Somos tan disimiles ella y yo, como mi María-Marie lo es conmigo. Ella tan sociable y sonriente hasta las entrañas, yo tan misántropo y huraño hasta las vísceras. Definitivamente soy la única mala relación social que ella pudo haber tenido.

Camino hasta la explana de la delegación, me siento un rato en las escaleras y miro lo excitante que es la ciudad en la noche. Los recuerdos son como un cuarto de municiones a punto de explotar, y al estallar no sabes cuándo dejarán de cimbrar en tu cabeza y cuál será la esquirla que más te volverá a hacer daño. Siempre creí que sería ella la que me diría que borraría cada instante vivido conmigo, como en aquella película de resplandencencias y oscuridades, para dejar de sentir. Pero al final de todo soy yo quien quiere borrar cada instante para olvidarla paulatinamente con la intención de revivir lo sublime de su presencia en mí.   

La luna está particularmente lúcida a unos minutos de que amanezca, excitante como el fuego de la noche. Mi María-Marie también tenía ese poder hipnótico de afectar mi corazón, mi cerebro, mi entelequia con sus mareas. Será que esto de las relaciones tendrá un Complejo de Luna, como dice Rayden Martínez: “salen, se ponen, se vacían y se ocultan pero no por ello dejan de intentarlo”.

Maya lambe mis manos y salgo de mis pensamientos. Es momento de ir a casa y esperar con paciencia su regreso. Al abrir la puerta del edificio Maya ladra y susceptiblemente escucho la melodía de una canción, Abducted. Lo curioso es que no viene del departamento sino de la azotea. Subo con la expectativa de encontrarla. Una figura delgada con ropa hirsuta me ve llegar, con la edad de todos los años de mi infancia me confirma que no es ella. Siento temor de acércame, pero me advierte que ha venido por mí, o en su caso se quedará conmigo. Me ha hablado la Soledad.

Me niego a aceptarla porque sería dejar de aferrarme al amor y a mi María-Marie. Le digo que el amor nunca muere y que sólo tengo que tener paciencia y esperanza. Me da coraje de que esté tan segura de que de alguna u otra forma permaneceremos juntos mucho tiempo. Estoy temblando, mi cuerpo sacude dolor y tristeza. Me toma de la mano y me dice que así como hay libros y noches, hay mujeres que cambian la vida, y otras que ayudan a entenderla, y rara vez se conjugan en un mismo proceso, que mi María-Marie es un fenómeno de este tipo. 

Con soltura me ayuda a sentarme en una silla y me doy cuenta que no es la silla eléctrica, ella continúa cantando Abducted y me asegura que su estupor tampoco es una cámara de gases, al final de cantar me abraza y sus brazos mucho menos son la horca. El sueño me está consumiendo y antes de cerrar los ojos veo el amanecer destellando un bello cielo abierto. Tal vez deba dormir para aceptar ese extraño fenómeno que representa mi María-Marie.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Antihomenaje a Eusebio Ruvalcaba


Por Diego Bang Bang

En la línea y en concordancia con tus antiensayos. En contrapunto y alejado del más solemne de los recintos culturales de México (Palacio de Bellas Artes). 

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí. Era más joven y, por lo tanto, entusiasta. Tenía muchas ganas de existir. Y uno de los catalizadores de ese impulso existencial eran tus letras. Descubiertas en alguna edición peregrina de La Mosca en la Pared. ¿Por qué te relaciono con esta pulquería? Tú nunca estuviste aquí, en Las Duelistas. Es ahora cuando debo confesar que este antihomenaje sucede por capricho de asociación. 

En alguno de tus textos, leído por mí en aquel tiempo remoto, mencionabas tu predilección por el curado de apio. En esa misma gota de tiempo condensado, me recuerdo probando mi primer pulque de apio en este lugar. Ese sabor fresco, de literatura y de alcohol, impregnó mi memoria. Y yace aquí pulsante. En el menú de hoy. 

El capricho de asociación es consecuente respecto a otro menester. Me recuerdo sufriendo a solas en este lugar por mi primer amor. Como los hombres sórdidos y miserables de tus textos. Hombres regulares con aspiraciones regulares. Que pelean por teléfono con sus ex esposas. Justo como el hombre que yace a mi lado en este momento. Obrero regular, igual que todos, que huye del trabajo para poder tomarse un trago y apaciguar la tortuosa existencia. "El matarratas" en pocas palabras. 

Las puertas de este lugar son un díptico de tipo western y, mientras las miro, recuerdo una de las fotos más difundidas de tu efigie. Miras a la cámara de manera serena y tus manos se posan en ambas alas de la puerta de alguna entrañable cantina. Es raro pensarte en muerte. Como una inexistencia. En la ausencia. Y esta rara sensación se extiende hasta pensar como un sueño aquella vez que platicamos cara a cara. En esa ocasión, me contaste la siguiente anécdota: el padre de uno de tus amigos se encontraba en la parte más turbulenta de su vida. Un malvado alzheimer lo mantenía entre lo tangible del recuerdo y lo lacerante del olvido. No obstante esta pérfida situación, tu amigo era un hombre feliz. Regocijante a causa de la posibilidad de una retribución existencial para con su padre. Feliz en el ouroboros de la vida, feliz en ese momento crucial donde los papeles de esta tragicomedia se invierten: el hijo cuida al padre y cierra con dignidad los entretelones de la puesta en escena. Desde aquel día me permito pensar en cómo afrontaré ese momento: ¿por qué no habría de ser un placer el cuidado de los padres? Más allá de los diques existenciales, más allá de las mezquindades, más allá de eso... la sangre llama a la sangre para su celebración. 

El chile en polvo se mezcla con el sabor acuoso del curado de apio, alzo la mirada y vislumbro una pequeña cucaracha. Una genuina sonrisa aparece en la comisura de mis labios. Grata coincidencia encontrarme con uno de estos insectos en este preciso momento. Me hace recordar el inicio de "El despojo soy yo". En un primer párrafo invitas al lector a lanzar su sensibilidad a las cucarachas luego de una resaca. En general, así es como tus textos me hacían y me hacen sentir. Como un insecto, como una insignificancia. Un ser que mueve sus extremidades agónicamente, incluidas las antenas. Incluido el corazón. Una nada olvidada (porque hay nadas que se recuerdan) y marginada del bullicio del mundo. Una nada marginada de la solemnidad y la cómoda hipocresía. 

Largo rato he pensado cómo terminar este antihomenaje de bolsillo. Y dos imágenes se proyectan en mi cabeza. En la primera, todos tus personajes se reúnen en tu cantina favorita para hacerte un homenaje. El Taimex, León Bernal y su amigo chino, Mariana y Elena, algún travesti de mucha monta, tu maestro literario quien escribía con las manos ensangrentadas, tu padre y sus amigos del cuarteto Lener, Chopin y Schumann, el Diablo... En la segunda, mis mejores amigos baten las puertas de esta pulquería. Y, guarecidos de cualquier indicio de solemnidad, repasamos con melancolía recuerdos de nuestra juventud. Y entonces nos damos cuenta: tu literatura, querido Eusebio, siempre será uno de los puntos de fuga.

martes, 27 de junio de 2017

Ciudad Palimpsesto IV

Por Diego Bang Bang

16) Condicional: abrir bien los ojos

Ante todo, fue el sentido del humor. El tuyo particular, esa manera de anudar las palabras con tanta gracia. Ese mismo que regresa cada vez que miro una de tus fotografías. Y entonces me pregunto: “¿qué pensarás cuando te cuente?”. Cuando te diga de la pequeña libreta amarilla. Ese diario extrapersonal. ¿Nuestro? Liado con cada uno de tus sueños, recuerdos y fotografías. En algunos aparezco reproducido a escala. En otros simplemente no aparezco. Y entonces me pierdo en ese largo trecho llamado memoria, tu memoria. Una especie de desierto con zonas selváticas. Así me la imagino.

Luego de un rato regreso a las fotografías: ¿qué habrás sentido al tomar ésta? ¿cuánto de ti se ha ido en ésta otra? Me da un vértigo. De no saber quién eres. De perderme en la infinidad de tu ser. Porque de eso se trata, ¿no? De abrirnos, como rendijas del universo que somos, para dejar entrar al otro. Al ser vivo, al humano. Al amante impertérrito. Por eso aquí estoy: con la curvatura del cielo frente a mí y con la vieja computadora. Invento relatos, derivados de tus fotografías.

***

Te vi a lo lejos. Estabas con un hombre apuesto. Él bebía una margarita mientras avizoraba un puñado de gaviotas surcar hostilmente el cielo. Fue el ruido, quizá, de las aves lo que me hizo voltear. No lo sé. En esta parte de la fotografía mi memoria se ha vuelto ambigua. Porque todo se volvió desechable al percatarme de ti. Una cámara apuntada al cielo. Uno, dos o tres tiros. No lo recuerdo bien tampoco. Mi mirada fija en tus furtivas orejas. Seis aves impregnadas en una memoria digital, portátil. Cuando bajaste la cabeza para revisar las imágenes, entonces regresé la mirada con alivio a mi libro en turno. Desde entonces acompañas mis lecturas… ¿y yo tus fotografías?        

17) Condicional: un poco de suerte

Este texto trata sobre la suerte. Suerte de sobrevivencia. Al contexto vil y variopinto de donde provengo: Ciudad Limbo.

En mi familia sólo mi abuelo es el portador de la fe artística. Él ha librado épicas batallas en nombre de la pintura. Algunas las ha ganado y las más importantes las ha perdido. Él fue quien sembró la raíz de nosotros, su progenie, en las profundidades de Ciudad Limbo. Dejó la pintura para dedicarse a la panadería y así poder mantener a más de una decena de hijos. Con un poco de suerte, algunos de sus nietos hemos podido heredar algún viso artístico.

En un universo ordinario sin suerte, me convierto en un padre de familia adolescente o en un ladrón de poca monta antes de caer en las garras de la cárcel. Ante la desesperación de este cruel encierro, decido quitarme la vida. Mi madre llora al pie de mi ataúd. Mi padre muere de un segundo ataque al corazón, luego de mi sepelio. Mis sobrinas siempre me recordarán como un ser deleznable y desechable. No hay epitafio ni dedicatoria alguna en mi tumba.

En el caso particular del universo extraordinario con suerte, me tocó poder escribir una pequeña obra de teatro antes de cumplir los treinta. Esta pequeña obra cuenta dos historias. En la primera, el personaje femenino reivindica los valores de la rebeldía a través del anarquismo. En la segunda, la obrita se publica y puedo regalarla a mi abuelo y a mi padre. La dedicatoria, el contraepitafio, es para ellos. Porque sin ellos no habría ópera punk a la mexicana.

En el universo ordinario sin suerte, pude haber sido mi primo que murió con esquizofrenia o alguno de mis primos que viven con retraso. También pude haber heredado la pusilanimidad de algunos de mis tíos. Pero no… me tocó lo extraordinario y lo agradezco enormemente. Me tocó poder despedir un libro, porque todo libro es un viajero. Buena suerte, CamiLa.  

18) Condicional: la vocación de incendio

Orgullosa de sí misma / Se levanta la ciudad de México-Tenochtitlan / Aquí nadie teme la muerte en la guerra / Esta es nuestra gloria / Este es tu mandato / ¡Oh, dador de la vida! / Tenedlo presente, oh príncipes / No lo olvidéis / ¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlan? / ¿Quién podrá conmover los cimientos del cielo…? / Con nuestras flechas / Con nuestros escudos / Está existiendo la ciudad / ¡México-Tenochtitlan subsiste!        

19) Condicional: encontrar a Ella

Ganar una ciudad… formidable recurso para el amor.

Llegué a Ciudad Palimpsesto luego de un largo y forzado deambular en Ciudad Limbo. Fui traído por los intempestivos lamentos de una tumba que se sucedieron oníricamente en blanco y negro.

Negro y blanco era el vestido de la aparición femenina de aquellos sueños. Sus labios incendiados de rojo pronunciaban un apellido: Lafragua.

Cuando me hube en la urbe, lo primero que hice fue apostarme en el cruce de las calles de San Fernando y Héroes. Así pude leer la inscripción que se me presentó varias ocasiones en sueño: “Llegaba ya al altar feliz esposa, ahí la hirió la muerte, aquí reposa”.

Las hojas de los árboles se mecían acompasadamente, a la luz de los últimos hilos del rubor químico de la tarde, mientras una noble brizna rozaba mi rostro. A lo lejos un rayo iluminó las hierbas que tiritaban en las grietas del pavimento. Entonces la aparición femenina salió de su aposento. Se acercó a mi cuerpo adosado a las polvorientas rejas. Su presencia era etérea, se sentía un gran vacío y también una ubicuidad desbordante. Cuando habló, una calma inconmensurable inundó el panteón. “Debes buscar a la Mujer Intergaláctica”, me dijo en un claro español. Para después perderse entre las columnas de piedra y los viejos troncos de los árboles.

Aquella fue la noche decisiva para confirmar tu existencia y comenzar a buscarte… Mujer Intergaláctica.    

20) Condicional: perder la decencia

Esquina del eje de Guerrero y Puente de Alvarado. Son las nueve de la noche de un miércoles de 2017. Un par de viejos amigos de la universidad se encuentran en la cantina El Mirador. Ambos son directores de teatro, reconocidos cada uno en su estilo. Uno de ellos ha sido multipremiado por las instituciones de cultura del sistema político mexicano. Ha tenido algunos coqueteos con el teatro comercial. El segundo ha tenido cada cierto tiempo bombazos en las taquillas de los teatros más comerciales de la república mexicana. Ambos dan clases en escuelas de teatro. Luego de haber bebido un par de horas, la lengua se suelta leguas. Han hablado ya de sus proyectos en puerta. De la muerte de Vicente Leñero. De los múltiples homenajes a Ludwik Margules. Es el momento idóneo para hablar de las víctimas:

Dramaturgo-geógrafo: tenía 21 años cuando la conocí y comencé a darle clases. Su nombre era María. Mis alumnos presentaban monólogos, si no mal recuerdo, como examen final. María quería ser actriz antes que cualquier cosa, pero no daba el ancho. Cada uno de sus ejercicios era pésimo. No tenía presencia escénica, no tenía ni el más mínimo dominio de su corporalidad. En sus ojos se asomaba todo el tiempo la inseguridad. Nunca le dije nada al respecto. Siempre traté de hacer buenos comentarios y mostrarme optimista acerca de su trabajo. Para el momento del examen final, escogió un texto de Ingmar Bergman. Fue su peor actuación. Incluso así hice algunos comentarios positivos, sobre todo acerca de su dicción. Ella pasó el curso con una calificación regular. No volví a saber de ella hasta dos años después. Había terminado la carrera en actuación, pero no había tenido ningún trabajo profesional ni en teatro ni en televisión. En todas las audiciones la rechazaban y también todos los directores de teatro la hacían a un lado. Se encontraba trabajando en la cafetería de un espacio escénico por las noches. Por las mañanas se empleaba en la limpieza del recién abierto “Gran Frontón de México”. Había subido de peso notablemente y una enfermedad cérvico-uterina parecía asomarse en los más recientes estudios que se había hecho. Todo me lo contó en el pequeño coctel del estreno de El sueño de Strindberg en el Centro Cultural del Bosque. Luego de despedirnos, una culpa inmensa no me soltó de vuelta a casa. Mi poca responsabilidad como tutor la había hecho creer en una carrera en el teatro. Me había comportado como un amante que hace creer en el amor eterno a la otra persona y después la traiciona de la manera más vil. Una culpa así de inmensa me revuelca cada vez que pienso en María. Cada vez que pienso en si hubiera sido responsable y fiel a la causa pedagógica. Pero no lo fui y ahora ella está destinada a deambular por las calles de Ciudad Monstruo en busca de algún escenario que pueda arroparla. En verdad lo siento... Pobre María.    

miércoles, 17 de mayo de 2017

Ciudad Palimpsesto III

Por Diego Bang Bang

11) Condicional: abrir bien los ojos

El hombre baja del vagón y comienza a reprobar con la cabeza. Sus pies se arrastran a causa de un accidente, como bien lo hizo saber durante su trayecto. Trae un par de muletas adheridas a sus brazos. Su expresión es de desesperación mientras cabecea. Su piel ha perdido color en todos estos años de pedir ayuda. Una profunda impotencia se asoma en sus ojos y su boca.

***

Su cama es una rampa para discapacitados. Huele a podredumbre. El cartón y la cobija con los que duerme parecen chamuscados por la acumulación de mugre. Todo el tiempo profiere groserías. La gente pasa y lo mira maldecir. Algunos piensan que son ellos el objetivo de aquellas injurias. Su cuerpo repta a espasmos por Puente de Alvarado. De algún modo, es a todos a quien ofende con sus enunciaciones. A la ciudad. Al país.

***

Se encuentra parada en la esquina de la avenida Héroes Ferrocarrileros. Viste una chamarra barata de algo parecido a la piel. Su acompañante huele solvente. Ella cuenta una historia sobre un hombre. En particular, sobre la amenaza que le hizo ese hombre. Su ojo luce una aureola. Una aureola asimétrica. Un golpe propinado, ¿por el hombre del relato? Un golpe asestado, ¿por la ciudad, por el país?

***

Cuando lo conocí tenía el cabello en forma de arbusto. Ahora lo tiene en forma de casco ensortijado. Calza tenis anchos de skater, aunque seguramente no patina. Viste un chaleco rosa del gobierno local de lunes a viernes. Es moreno. Como su mamá. Y habla lento. Como su mamá. Recoge basura. Como su mamá. Pocas veces habla. Y, si lo hace, es para asentir. Para encaminar la basura de la colonia al repositorio móvil más cercano. Las hojas caídas lo siguen en su trayecto de pequeño Frankenstein. ¿Cuál será su nombre? ¿Alguna vez conoció a su padre? ¿Vive en un basural?

***

Manos finamente delgadas que tocan un piano ficticio a la luz de las velas. Sus piernas son largas y blancas, recorridas por torrentes verdosos. También su cara es de una fresca blancura. Suele vestir blusas transparentes. Su espalda está marcada a tinta por dos alas negras. El plumaje frondoso de un cisne. Labios pintados de un pálido naranja. Ojos de prostituta, de águila cazadora. Habla por celular mientras mira a los roedores. Puede penetrar tu ano con su pene delicadamente o lamer tus testículos con voluptuosidad femenina. Los clientes con antigüedad compran dubonnet para el encuentro y se lo sirven en las rocas. Su nombre es Paulhan. Su signo es la androginia. Su carta el arcano XV, el Diablo.  

12) Condicional: un poco de suerte

Las hojas caen dramáticamente, son un velo. Un ornamento para la visión. Una anteojera necesaria para poder reconocer los escombros, las ruinas. Un tamiz calibrado para recoger las historias, los gestos y las voces.

Las hojas caen fidedignamente, son un designio. Un augurio de la escritura. Un amuleto entre tanta realidad obliterada. Entre tanta realidad de plasma, plasmada en la ubicua pantalla.   

La realidad es un coitus interruptus que dura un meme. La erección de la realidad dura muy poco y sus procesos se han visto pervertidos. Entre tanta intermitencia, la jauría de perros que ladra en su babel, el coito prolongado de la literatura es inconcebible. Por eso, las hojas que caen dramáticamente son un signo. Son una suerte. Un sino de la escritura. 

13) Condicional: la vocación de incendio








14) Condicional: encontrarse

Fenómeno curioso cuando el amor comienza entre lágrimas. El cuerpo hierve en deseo sexual, en su lógica carnal irrefrenable. La mente se bambolea entre celos y aprehensiones.

Ella descansa en tu pecho mientras lanza preguntas inexactas: ¿deberíamos estar juntos? ¿nos merecemos mutuamente? Un verso aparece en nuestras cuatro paredes (¿mentales?): “No supe ser el que tú esperabas, yo sólo soy el que supo llegar”. Su sueño se acerca a tus ojos: una marca antigua en forma de alacrán emerge de su empeine. Un veneno corroe tu garganta. Es dulce, sabe a vino, y es amargo también. Es un éxtasis. Una patología extática. 

Regresas a la vieja computadora y lo puedes ver claramente: un café con leche, un cigarrillo entre su adictiva boca y las gotas de lluvia que mojan Bucareli. Puedes verlo claramente: eres nuevamente ese adolescente enamoradizo. El mismo que llora de felicidad por descubrir el amor.

Y llueve, llueve y llueve de felicidad en la ciudad.

15) Condicional: perder la decencia

Se abre una rendija existencial y aparece el miedo. Ella lame el pecho de él. Botellas de vino tinto por todo el lugar. Sabes que se habían deseado por mucho tiempo. Discretamente, furtivamente, respetuosamente. Era cuestión de dejarlos libres. De quitar los diques sociales de las buenas maneras y el chauvinismo emocional. Cortar el cordón umbilical societario.

Estás sobre un bote de pintura. Ella olisquea su pene. Él agarra su nuca y la nalguea. Tú no puedes hacer nada. Ni siquiera es una ventana de sótano para romper el cristal. Es una ranura en el concreto. Tus manos golpean la pintura amarilla fúnebre del cuarto inexpugnable. No quieres seguir observando, pero es inevitable.

Y entonces ella le pide la penetración. Y nunca la habías visto mejor. Tan ahíta de placer. Grita y grita y grita. Tú mueres un poquito. Lloras sin lágrimas. Ya no hay sustancia en ti. Cada noche la pesadilla es la misma. Lucky once, never twice.

domingo, 19 de marzo de 2017

Ciudad Palimpsesto II

Por Diego Bang Bang

6) Condicional: abrir bien los ojos

Un óleo poblado con voluminosas nubes yace como telón de fondo. Se colorea con finos hilos de luz naranja y magenta. En primer plano se observan hoteles, edificios comerciales y oficinas de gobierno. En otro plano, más epidérmico, una llamarada de autos y ríos de gente. Las nubes doradas cuentan una infame historia de amor. En su seno de algodón, todas las tardes el sol asalta con fuerza lujuriosa y crepuscular a la luna. Los ríos de gente no lo notan por lo regular. Pero todas las tardes, en las mismas coordenadas del firmamento, Él calma su ansiedad al beber de los turgentes labios de Ella. Por la noche, huyen al pantano onírico de la existencia.
 
7) Condicional: un poco suerte

Pudimos no haber vivido en el pospretérito. Alejarnos de la cruel posibilidad del pasado. Sentarnos en medio de Plaza de República con una sonrisa absoluta en la comisura presente del tiempo. Desactivar los mecanismos ansiosos de casa embrujada. Podíamos dejar de sentir un ardor en la garganta causado por nuestras neurosis insalvables. Acercarnos más a la factibilidad del futuro. Sentarnos en Santa María La Ribera en la tensa cuerda del equilibrista absoluto del presente. Pudimos, podíamos y, sin embargo, fuimos pospretérito. ¡Canallas! 

8) Condicional: la vocación de incendio 

RUINAS DEL TEMPLO MAYOR

Aquí cayeron los antepasados

Pueblos hábiles para la guerra   temerosos 

de sus hoscas deidades

Con manos delicadas para tallar la piedra

entretejer las plumas

abrir el pecho del cautivo 

y con lágrimas

para llorar después la servidumbre 

9) Condicional: encontrar a Él

Holly Fernández ha sido su nombre por mucho tiempo. Tomado de una vieja canción inspirada en Scott Fitzgerald una mañana de viernes, a ritmo de jazz mientras vislumbraba el sabor local de Ciudad Palimpsesto. De su pasado recuerda poco. En sueños, a veces lo recuerda mucho. Cuando esto sucede, su pecho vibra y le causa disnea. Un vértigo acompañado de lágrimas ralentizadas. De su futuro recuerda mucho. Una misión sideral, sobre todo.

Pero antes… 

Una mañana límpida. De lluvia cristalina, de aire fugaz. El escaparate de una librería. Autos y siluetas danzan en el reflejo del vidrio que funciona como filtro a sus ventas. Holly mira la portada de un libro. El fondo del cielo, un libro portátil y vibrátil. Cuando lo tiene entre sus manos se identifica: “[…] una historia con ciencia ficción.” Así es como fluye su existencia, entre cuentos infragalácticos de escritores rusos y teorías psicoanalíticas para explicar la anomalía de su memoria. “¿En qué momento comencé a recordar mis vidas futuras? Tu cuello, tu cabello ensortijado, el sabor de tus labios…”, se dijo de inmediato. Al salir de la tienda, ubicada en la Torre Central, un repentino golpe del destino: el choque de dos estrellas incandescentes. Así lo piensa ahora, aunque en ese momento sólo fue un grito pequeño de pudor y un “disculpe usted”. El pacto futuro se selló mientras las manos de él entregaban el libro portátil y vibrátil. Justo como sus corazones. 

***

Mientras camina agarrado de un libro de José Emilio Pacheco lo nota. No ha podido dejar de pensar en la mujer con la que chocó hace unos días. Mujer Intergaláctica ha decidido llamarla. 

10) Condicional: perder la decencia

Calle Mina: su rostro supura incertidumbre, sus labios rugosos claman por un poco de agua. Una parte de su cuello ha sido arrancada. En esa superficie, sangre roja coagulada convive con carne ennegrecida por el tiempo. Sus pasos son nimios. Ínfimas monedas brillan entre sus dedos. En cualquier momento una coladera mal dispuesta lo tragará por completo. Un desecho más de Ciudad Palimpsesto. 

El detective asoma todas las noches de su agujero favorito. Tiene bigotes largos y orejas puntiagudas. Apostado en la superficie sondea los pesares de los transeúntes. Como el de aquélla mujer detenida en la oscuridad de la pequeña plaza Tristessa. Quien recuerda el primer beso y también la amarga despedida.

domingo, 26 de febrero de 2017

DF Turnaround

Por Diego Bang Bang

Anoche soñé que volvía a verte. Nos encontrábamos de nuevo, a la vera de un arroyo seco. Estancado en el tiempo. Lleno de basura emocional. Salías de entre las sombras nocturnas. Tus pasos se acercaban al ritmo de la pequeña estampida de un vaso de unicel abandonado. Te pedía, entonces, que me imaginaras como un fantasma. Para poder escucharte, para volver a mirarnos.

Te hablaba del tiempo. De cuando me dijiste “es tiempo”. De las pocas historias nuestras pergeñadas en el diario impersonal de Ciudad Monstruo aka Distrito Ficcional.

Te contaba de la sintaxis intestina entre Raina, Sleeping pills y Stanyan Street. Nuestras tres canciones favoritas. En ellas, el autor, regresaba a una época particular de su vida. Un tórrido amor, un apartamento sobre una avenida aledaña y un tormentoso exilio amoroso. Es decir, la mujer mencionada en la tercera canción es Raina. La misma a la que sueña bajo el influjo de somníferos.

Extrañamente, porque así son las cosas en el infausto mundo onírico, transmutabas en alguien más. Pronto me decías tu nuevo nombre: Tan Triste. Menudo nombre aparejado al mío: Monstruo Enamorado. Condenados a habitar entre la Dimensión Desconocida y el Espejo Oscuro. Así yacíamos en el universo del Arenero. 

Agarrados por las manos nos desvanecíamos. Para aparecer, de espaldas, en China Town. Un pequeño jardín nos arropaba en su calor incómodo. El pequeño infierno de nuestro amor. En el centro tú llorabas, luego de 16 pastillas para dormir y 23 días de hospital. En los márgenes, en el movimiento centrípeto de la vida breve, yo destilaba culpa. Fenecía a fuego lento acechado por los perros románticos. 

Black Out. 

Tiempo después, una entrevista en nuestro programa de radio favorito reactivó la fuerza centrífuga de la historia más larga. “No sé si eres sueño todo el tiempo…”, te decía con el pensamiento. 

Caminaba contigo por senderos pueblerinos y conforme avanzábamos se convertían en rellanos citadinos. “La canción que cierra el disco, nuestro favorito de nuestro último año, se llama así porque Elvis Presley tomaba anfetaminas en sus giras para aguantar, para no dormir”, me decías con las manos.

En los flancos de nuestra caminata, en la intuición yacente en los rabillos de los ojos, se abrían las puertas de los cientos de lugares no visitados. Los pequeños universos paralelos de la imposibilidad. Vestigios prehispánicos, pueblos mágicos, ciudades exóticas, naturaleza viva y en vivo. “La única letra impresa en el librillo del disco corresponde a la única canción instrumental del mismo. Como ya lo sospechábamos”, creo que ambos enunciamos. 

De pronto percibimos, a nuestras espaldas, una fuerte presencia intermitente. Un hombre de lentes gruesos, camisa elegantemente dibujada a rayas y un saco a medio morir nos dio alcance. Se colocó frente a nosotros. Olía a cigarrillo barato y a alcohol de segunda. “Nunca te enamoras dos veces igual”, sentenció.

viernes, 10 de febrero de 2017

Ciudad Palimpsesto

Por Diego Bang Bang 

Dedicado a Eusebio Ruvalcaba. Cuando muere un autor, muere un amor.


1) Condicional: abrir bien los ojos.   
 
Hablábamos de la condición ulterior del alma. De la inexistencia de una vida espiritual sin las debidas condiciones materiales. Me decías: “Si tuviera el tiempo suficiente, lo resolvería”. Y sin duda no resolvíamos nada. Porque a mí ya me empezaba la comezón propia de la ansiedad espiritual. (Es raro, te veo en fotos y pareces otra. Te veo en persona y no pareces la misma.)  
 
El reflejo de las nubes desfilaba frente a nosotros. En ese momento me parecieron veleros dorados cargados con los huevos absurdos de nuestro romance epiléptico. Se podía ver un óleo pintado de forma natural en los cristales infinitos de la inmovilidad. (Pocas veces cambias de expresión. Lo haces, sobre todo, cuando hablamos de amor.)  
 
Fumábamos. El humo crecía lentamente en las dos monedas de oro incrustadas en tu rostro. Las comisuras de tu boca ladeaban sensualmente. Me decías: "Sin tanto pasado, tendríamos un futuro". Y tenías razón... Básicamente porque teníamos un poco de presente. (Te quise borrar de mi memoria superficialmente. Mientras escribo, tu imagen crece desde el fondo de mis ojos hasta convertirse en una ruina ígnea).      
 
2) Condicional: un poco suerte 
 
¿A dónde van a parar todas las utopías amorosas? Los viajes, los planes acompasados y los pesares acumulados. ¿Existe un muladar para todas esas palabras y deseos? ¿Existe un basurero para todas esas ideas? Si quisiéramos recuperarlas, deberíamos inventarnos algún artilugio. Una tienda con artefactos mágicos, por ejemplo. Un universo paralelo donde pudiéramos ver la estrella distante en el fondo del pozo. Lanzar las monedas a la espera del viraje venturoso.

Tú un tanto menos insegura; yo librado de ninguna culpa. Desgraciadamente, la suerte de la primera vez nunca regresa para la segunda vuelta.    

 3) Condicional: la vocación de incendio  
 
En este lugar el zumbido de los insectos solía llamar a la lluvia. Los dioses eran aeróbicos, se mimetizaban con las piedras circundantes. Faltos de la medida antropomórfica, hacían simbiosis con el follaje de los árboles y los silbidos del viento. 

Sangre derramada. La huella del homo, el templo aterrizado y la multiplicación de los ídolos. Piedras pensadas como sudarios. Prestidigitación alquímica: la transmutación del pulque en vino.

El Guerrero Águila atraviesa la armadura con el fuego rabioso de su lanza. El venido de ultramar saquea los tesoros naturales. El fuego incandescente de la historia los cobija.  

Las letras de neón asoman en la esquina. Un mariachi espera en la puerta principal. De un recoveco secreto surge un mercader sonriente. La peor de las sustancias es la mejor de las ganancias. Debajo de aquella construcción se encuentra una de las ruinas principales del Mictlán.

¿Cuántas huellas dactilares de sus cuatro patas habrán pasado sobre nuestros restos? Hordas de caballos metálicos y apocalípticos. Tenochtitlán, día tras día, se hunde más en nosotros. Algunos somos lodo, algunos ya somos magma. Nunca aceptaremos el mote de homo urbanus.

4) Condicional: encontrar a Ella

Se conocieron en la segunda década del S. XXI. Por aquel entonces, Viajero del Tiempo sólo pensaba en una cosa: Ciudad Palimpsesto. No obstante, la Ciudad era una colección de imágenes confusas… difusas. De ella, sólo unas cuantas cuadras se dibujaban con nitidez: Bucareli, Reforma y Guerrero. A sus pensamientos solía llamarlos dioramas citadinos. En ellos, la gente hablaba incansablemente. De cualquier tema, de cualquier amor. Paseaban a sus mascotas y miraban perdidos el pavimento. De igual forma, luces intermitentes asomaban a distintas distancias.

Después de un tiempo, los pensamientos transmutaron en sueños. Por un largo período, Viajero del Tiempo soñó con el mismo lugar y en las mismas condiciones. Un panteón. Una tumba. Con fechas inverosímiles. Datadas en un futuro lejano. Los atardeceres oníricos se sucedieron. Una escritura disímil también se ceñía a la piedra de aquella tumba. Todas las mañanas se hizo la misma pregunta: ¿A quién pertenecía esa tumba?

***

De ella sólo se recuerda que soñaba a colores radiantes y con bellos lugares imprecisos.

5) Condicional: perder la decencia

Todas las mañanas miro sus tetas. Sentada sobre Puente de Alvarado, mira los autos pasar. La imagino frente al espejo del cuarto 505 del Hotel Riviera. Su cabellera ensortijada brilla debido a algún producto de tienda de autoservicio. Quizá servicio sea justamente la palabra. Ella brinda un servicio. No solamente cuando practica sexo oral a cambio de dinero. No sólo cuando practica sexo anal. Ella sirve, funciona en el todo citadino. No sólo yo le miro sus bellas tetas. He visto como lo hacen hombres más viejos y también más jóvenes. ¿Pensarán lo mismo? ¿Sienten hervir los testículos? ¿Las ganas de querer morder esas tetas y oler ese culo?

He pensado seriamente en detenerme un día y confesárselo. Decirle “tienes un par de tetas deliciosas”. Imagino su sonrisa al escuchar esto. Aunque, si soy sincero, también imagino su incomodidad. ¿Debería pagar por ver? El pensamiento común dice lo contrario: la mirada es inofensiva hasta que enamora. Y sus tetas en verdad son motivo de enamoramiento.

Es mediodía. Sombras vestidas con corbata pasan a mi lado. Soy, lo sé, también una de esas sombras. Sigo pensando en la prostituta parada frente al puesto de historietas. ¿Cuál es su nombre? ¿Cuántos penes mamara al día? ¿Cuánto dinero ganó el día anterior? ¿Tiene alguna enfermedad infecciosa? ¿Alguno de sus clientes se ha enamorado de ella?  

Mientras aquellos pensamientos aún revolotean en mi mente, recuerdo a las mujeres que he amado en mi vida. Entonces, una mezcla vívida de sensaciones evanescentes me carcome. No río ni tampoco flaqueo. Simplemente cierro los ojos y escucho el tren de la vida llegar. Siguiente estación: Tristessa.

jueves, 26 de enero de 2017

Texto a seis manos: Diatribas de Dylan

Por Los IntRas

Fue una madrugada de hace cuatro años, en casa de Samuel Fierro, cuando llegamos a la conclusión: el genuino heredero musical de Bob Dylan es Sufjan Stevens. Esto viene a colación, porque ahora nos parece un muladar lamentable. Nos referimos a las falsas herencias e interpretaciones tramposas de la obra de Dylan. Y no solamente significamos lo sucedido con el premio nobel (en minúsculas para que venda menos libros), también al abigarrado dechado de falaces exégetas pululantes.

Empecemos por las obviedades: Bob Dylan no es el único revulsivo del paradigma histórico del rock & roll. Ni tampoco el único forjador de la escena cultural de Greenwich Village. Por el contrario, fue el más apto para hacer mímesis con el naciente capitalismo cultural salvaje de la década de los sesenta. Un hombre blanco más en el memorial de los latrocinios a la cultura negra. Un Judas. No en el sentido del grito más snob de la historia de los conciertos. Más bien, un Judas genuino en el sentido cristiano del epíteto.

El otro gran robo de Dylan pertenece a la esfera de los poetas malditos y la generación beat. En este sentido, el premio nobel (en minúsculas para que lo lean los Poetas Posmodernos) es la muestra más acabada. ¿Lo habrán entendido los jueces anónimos nórdicos, cuasi dioses, como un premio a la vena de poetas como Baudelaire y Rimbaud? ¿O como un triunfo institucional, vigilar y castigar, sobre Kerouac y Ginsberg? Por cierto, en el marco de la condecoración, no coincidimos tampoco con Juan Villoro. No hubo tal salto cualitativo por parte de la Academia y, en consecuencia, no se premió la dimensión oral de la literatura. Más bien se premió al snobismo suscitado por la figura de Dylan. 

En lo tocante a falsas herencias e interpretaciones tramposas, nos parece lamentable la mercantilización de Sergio Zurita en el panorama mexicano. Dramaturgo de oropel que en la radio mexicana expolia el legado del otrora mil veces ladrón. Ese mismo que necesita valor y se refugia en la lírica de Dylan al componer sus frívolas escenas (Antes de irme, el amor (2015), verbigracia). Capaz de mezclar la industria de la autoayuda y al Rimbaud digerido en Dylan. 

Lo anterior como el grotesco más aberrante. No obstante, incluso Fresán ha abusado de esto que consideramos una fórmula. Fórmula alguna vez estética; devenida en fórmula comercial. 

Como todo axioma de la cultura popular, la fórmula comercial es simple. Citar y/o referenciar a Dylan. Entre más descarado mejor. Entre más evidente mejor. Ya no sólo en los epígrafes, también en los títulos (Adiós a Dylan (2016), por ejemplo). Lo anterior a manera de estatuto de conocimiento. Una vez docto falaz en la obra: las reseñas, las entrevistas, las presentaciones de libros, las redes sociales y el dinero. El dinero dylaniano. Más efectivo que el efectivo e incluso que las bitcoins.

Por supuesto, esta es una fórmula ladrona simple destilada de la fórmula maestra del ladrón supremo. Porque si tomamos el hurto como una de las grandes herramientas del arte, entonces son pocos los ladrones maestros. En ello radica la diferencia entre los Zurita y los Alejandro Carrillo en comparación con los José Agustín y los Sufjan Stevens. 

Los últimos dos fueron artífices, alquimistas, de la dimensión estética de la fórmula dylaniana.

martes, 17 de enero de 2017

Texto a seis manos: El espíritu de la ciencia ficción

Por Los IntRas

Conforme pasan los años una cosa sucede más a menudo en nuestras vidas: el desencanto. Quizá por ello, con regularidad, recordamos la primera vez que leímos Los detectives salvajes. Regresamos, como necesidad perentoria, a ese primer golpe energético clavado en nuestra memoria. Volvemos a ese libro capaz de fungir como “[…] manual de comportamiento de los jóvenes lectores”. Educación sentimental necesaria, aunque no lo pensáramos así en aquel momento. 

Desde entonces el eje temporal se ha movido bastante y rápidamente. Cierta estrella en nuestros ojos se ha apagado. Porque en nuestra memoria tripartita habitan los asfixiantes rellanos de la cárcel, un aeropuerto sofocante en Frankfurt y la disnea que causa tasajear la vida de un no nacido. Porque en nuestras vidas extrañamos a Clavijero como, en el fondo, sólo él nos extraña. 

Parte de esa estrella menguante se encuentra en la banalización de Bob Dylan. En la normalización de Roberto Bolaño. En el desprecio irrestricto por la obra de José Agustín. En el usufructo a Kerouac por ciertos pensadores ávidos de likes y no de kilómetros carretera. Manifiestos hechizantes, coloquios teledirigidos y opinólogos supuestamente ubicuos en redes sociales derivan de estas lacras.

Es tema de antaño, lo sabemos. Por supuesto, no escribimos esto para decir algo novedoso. Este texto, pues, es un te amo cotidiano para La Desconocida. Una serendipia citadina que encuentra una nueva ventana encendida, vibrátil, encima de La Habana. Para ser más precisos: es un contrapunteo al nefasto prólogo escrito por Christopher Domínguez Michael a propósito del libro El espíritu de la ciencia ficción. Una cachetada al canibalismo y la cobardía tanto de Carolina como de los otros buitres alrededor de la obra póstuma y publicada en vida de Roberto Bolaño.

Por ello, lo primero para desmontar toda esta parafernalia es dejar de emparejar la obra Bolaño con el canon construido por académicos como Domínguez Michael. Ya desde hace mucho tiempo Terry Eagleton demostró lo falaz de ese tipo de argumentos. La noción misma de literatura es una construcción social dictada en cascada por un grupo intelectual de élite. Resultado inmediato: el encarcelamiento de la obra. De ahí nace la fijación del historiador amateur en literatura maldita (Domínguez Michael) por aparejar la obra del chileno a la los “grandes clásicos” de la lengua española. De ahí la necesidad de acotar la obra a la Teoría de Juegos y/o a la Teoría de la Recepción.

Lo anterior nos lleva al segundo punto: ¿por qué lo último en discutirse a la salida del libro fue, por inverosímil que parezca, la ciencia ficción? Aunque explícito desde el título, este subgénero cedió a las pulsiones y luchas intestinas de agentes literarios o, mejor dicho, de brokers literarios. Personas dedicadas a firmar papeles, a cerrar compromisos, a valorizar el valor del bien simbólico. Meros especuladores de las letras. 

De lo contrario, Fresán hubiera escrito el prólogo con apego al gusto desmedido de ambos por la ciencia ficción. Hubiera hablado del gusto de ambos por Philip K. Dick. Del único pasaje de Los detectives salvajes cifrado en la sintaxis de este subgénero. Del universo paralelo de Los detectives salvajes si hubiera seguido el curso patente en El espíritu de la ciencia ficción. De que, seguramente, Bolaño tiene resguarda por sus buitres de cabecera una novela de este cariz.

Pero este hipotético prólogo es un universo paralelo en sí. No existe en este plano existencial. Porque lo realmente importante, aquí y ahora, es saber quién tiene los derechos de cuál libro y quién paga un favor con qué prólogo acartonado. Todo en el marco de una vulgar telenovela emanada de un supuesto tórrido amorío. 

El tercer punto, en nuestra memoria tripartita, es el más deplorable. La disnea, asfixiante y sofocante, causada por la burda comercialización de la obra de Bolaño. Desde los anuncios ingenuos en el metro hasta los pésimos textos escritos, a manera de homenaje, en los panfletos confeccionados por la librería Gandhi. Comercialización deplorable, decimos, porque desemboca en nuestro vil desencanto cotidiano. Porque leer a Bolaño, desgraciadamente, ha dejado de ser arriesgado. Lo hemos condenado a la cárcel, lo hemos abandonado en un hostil aeropuerto de Frankfurt. En lo consecuente, hemos de tasajearlo como a un no nacido. Le extrañaremos, aunque él ya no lo haga.