> Arcanum VI: febrero 2015

lunes, 23 de febrero de 2015

El monstruo enamorado IV

Por Diego Bang Bang

"¿Estás enamorado?", me preguntó en su tono homosexual característico. Respondí afirmativamente. Afuera el sonido de los vigilantes era potente. Se escuchaban sus pasos por entre las estructuras de metal y concreto. Las sirenas iluminaban las calles en azul y rojo, sobre todo en rojo. 

"¿Cómo sabes que estás enamorado?", volvió a inquirir aquel hombre lobo mientras una luz mortecina se filtraba por la ventana del bar. Entonces pensé en Raymond Carver. En Henry Miller. En Juan Carlos Onetti. ¿Qué hubieran contestado? Seguramente mucho o tal vez nada. Quizá hubieran quemado un libro de Jaime Sabines frente a su interlocutor.

Traté de guardar la calma. La nariz ya se me había convertido en cara cortada. El monstruo blanco dentro del monstruo eléctrico. "¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?", pronuncié con la boca hecha champurrado de cebada. "Lo sé porque su recuerdo se vuelve inesperado, aparece de la nada y en la nada". Mi amigo, el hombre lobo homosexual, volteó ansioso a ambos lados del bar. Buscaba los ojos, las siluetas, la materialidad de un mundo convertido en materia onírica. Me hubiera encantado estar en las brumas de su cabeza. Mirar con microscopio la alquimia de la cocaína.

Después de un rato, se levantó para ir al baño. Así pasaron algunos minutos. Mi garganta dormía el sueño de Iztaccíhuatl, entre nieve epidérmica y fuego arcano interior. Volví en cuantiosas ocasiones a los ejércitos de Cebada. Cerré los ojos y vi el rojo derramado de las sirenas. El cómico favorito del pueblo deprimido, luego también muerto. Cuando los abrí, mi amigo estaba agazapado en un rincón. Debajo de una escalera de madera. Intercambiando caricias con otro hombre lobo homosexual. El olor a cereza era penetrante. En los baños explotaban los poppers. Sólo en esta parte de África las cosas son tristes. Triste sí, triste no.

Entendí que debía salir de Casablanca. Cuando empujé las pequeñas puertas, mi amigo se encontraba bailando con su compinche nocturno. Sus pechos se rozaban a un ritmo frenético de contrabando, una máquina de contrabajo. "El baile y el salón", escrita en 1985 por Estación Rockabilly. Banda formada por el escritor, bajista también, de "El vampiro de la colonia Roma".

De camino a casa, en la soledad nocturna del Metrobús, escribí a Raina un mensaje: "A veces perdido en Santa María intuyo comprender el mundo. Una sensación extraña se apodera de mí. Una especie de desasosiego dulce y también incierto. A lo cual mi memoria sólo recurre a ti. Como certeza. Como cereza existencial. Lo demás, no es baladí decirlo, es un camposanto minado de preguntas sin respuestas".

sábado, 14 de febrero de 2015

El monstruo enamorado III

Por Diego Bang Bang

Nuestra historia estaba perdida entre las extraordinarias narraciones de Edgar Allan Poe. Era una edición barata Porrúa, sin remitente como una botella en mitad del todo. Una historia de revista, de fanzine, una pulp fiction non grata. Una biblia tijuanense sin destino ni remitente.

Comenzó en un patio convertido en pista de baile. Tú bailabas como siempre... como nunca. Tu cabello corto supersónico. Tu segunda piel: unas medias negras. Botas leopardo, botas de espanto. Boca menuda; piernas largas. ¿Popotitos?

La luna pendía completa, ahíta, llena y desbordante. Hombres lobo homosexuales, fantasmas acatrinados, el perseguidor de señales. Un lamento: el canto de un cisne negro. Una azotea en alguna vecindad de la Guerrero. Nosotros no teníamos salones de baile y tampoco las explanadas de barrio. Nosotros éramos azotea... otro día sótano.

El tacón de tus zapatos fue lo primero. El rojo de tus labios el corolario. Mi voluntad anidaba, aquella noche, en un lejano rincón. Rayos de luces serpenteantes, sombras ignotas danzantes. Mis ojos pegados a tu figura. Mis dedos deseosos de la álgida Atlántida. Mi corazón perdido en la ardiente Pompeya. El caleidoscopio sin lente; un pequeño estrobo diletante.

Mi garganta invadida por los ejércitos de Cebada. Mi nariz convertida en cara cortada. El cantrabajo que siempre me recuerda la palabra contrabando. Tus caderas, la locura: la guitarra sin Elvis y sin Vincent. Gene o Price. Pero no cualquier baladronada.

martes, 10 de febrero de 2015

El monstruo enamorado II

Por Diego Bang Bang

Lo único que nos unió fue el terror. Ese terror intrínseco de la existencia anidado en ciertas palabras. Como obliterar.

Nos recuerdo, por ejemplo, tirados en alguna vieja calle de Coyoacán. Con los labios rojos de mordernos tanto. Con las orejas rojas de tanto ron o vodka o bacanora. Un día como tantos en los que inventábamos nombres de taquerías, cantinas y restaurantes. Un día como tantos en los que enlistábamos nuestras palabras favoritas. Más pronto que tarde, caímos en cuenta: nos gustaban por su terror inherente. Tú decías fiambre y entonces contestaba con púas y alambre. A veces decías mierda; otras sangre. Nunca pene o pito o verga. Así sabíamos: el terror no es cosa baladí ni cotidiana. El terror es cosa velada. Humareda convertida en velo de gitana.

El terror, uno de los hilos de Ariadna. Hilo narrativo concluyente en mi aborto a los veintiuno. Oralidad terminante en las babas del Diablo; otrora hilos de la Virgen. O, mejor aún, semillas de la ídem. Semillas consejeras: "TODOS SOMOS ABORTOS, pequeño diego". De alguna u otra forma así es. Abortos sociales diseñados para abortar biológicamente. Terror, terror y más terror.

La luna pende completa, ahíta, llena y desbordante. Algún músico se desangra en una capilla decimonónica. Cansado de perseguir arcoiris, el pariente lejano del caleidoscopio. Mira la luna. Otra vez el terror. Dentro de su palidez, una obertura. Una pompa fúnebre que da paso al obturador que escupe fuego. Una navaja de afeitar se ha quedado atrapada dentro del ojo noctambulo de la luna. Raspa la plata; desangra al conejo.

Los tiempos de vapor ya no permiten monstruos como nosotros. Por eso amarse se ha vuelto una actividad furtiva. El ojo público, con paja incluida, permite el orgullo y la soberbia del enojo. No así la vulnerabilidad del enamorado. El arcano VI es el más extraviado de nuestros días. Me decía una oriental. Por eso nosotros los monstruos vivimos en la aciaga laguna. Alejados/apartados/obliterados. Vivimos en el terror bajo tierra, bajo lava. En el terror de amar. Incansablemente. Indefectiblemente.

miércoles, 4 de febrero de 2015

El monstruo enamorado

Por Diego Bang Bang

El enamorado no es otra cosa que el perseguidor de señales. Alguien que decide ponerse en el canal intempestivo del destino y, por lo tanto, del lado de la fe. Ésta última, instancia inexplicable desde el raciocinio y que trasciende el plano emocional. La fe, entonces, es una conjunción de la negación racional, la trascendencia emocional y la convicción estética.

Este perseguidor tiene distintas modalidades para hurgar entre las capas del enamoramiento. Hay una en particular que interesa a los asiduos del enamoramiento: la arrobadora, valiente, salvaje, tempestuosa y violenta. Aquella que "[...] cala los huesos sin avisar[...]", como una lluvia inesperada. Aquella que rompe los diques de la conformidad, remueve los lindes de lo permisivo y alienta a caminar sobre las nubes.

Cuando, por otra parte, se ha experimentado esta violencia -de ola, de tifón, de acantilado- no se volverá a ser el mismo. Se habrá experimentado la deliciosa tragedia de no pertenecer a uno mismo. Se habrá experimentado la injusticia de saber que esa cumbre del placer existe y que se buscará toda la vida. Por eso el personaje de "El secreto de sus ojos" espera en la estación al asesino de su amada -sí con violencia de venganza, pero también con violencia de enamorado. Por eso Alceste prefiere abandonarnos a todos, por eso prefiere morir a solas y en busca de la violencia que alguna vez lo arrojó de sí mismo.