> Arcanum VI: febrero 2017

domingo, 26 de febrero de 2017

DF Turnaround

Por Diego Bang Bang

Anoche soñé que volvía a verte. Nos encontrábamos de nuevo, a la vera de un arroyo seco. Estancado en el tiempo. Lleno de basura emocional. Salías de entre las sombras nocturnas. Tus pasos se acercaban al ritmo de la pequeña estampida de un vaso de unicel abandonado. Te pedía, entonces, que me imaginaras como un fantasma. Para poder escucharte, para volver a mirarnos.

Te hablaba del tiempo. De cuando me dijiste “es tiempo”. De las pocas historias nuestras pergeñadas en el diario impersonal de Ciudad Monstruo aka Distrito Ficcional.

Te contaba de la sintaxis intestina entre Raina, Sleeping pills y Stanyan Street. Nuestras tres canciones favoritas. En ellas, el autor, regresaba a una época particular de su vida. Un tórrido amor, un apartamento sobre una avenida aledaña y un tormentoso exilio amoroso. Es decir, la mujer mencionada en la tercera canción es Raina. La misma a la que sueña bajo el influjo de somníferos.

Extrañamente, porque así son las cosas en el infausto mundo onírico, transmutabas en alguien más. Pronto me decías tu nuevo nombre: Tan Triste. Menudo nombre aparejado al mío: Monstruo Enamorado. Condenados a habitar entre la Dimensión Desconocida y el Espejo Oscuro. Así yacíamos en el universo del Arenero. 

Agarrados por las manos nos desvanecíamos. Para aparecer, de espaldas, en China Town. Un pequeño jardín nos arropaba en su calor incómodo. El pequeño infierno de nuestro amor. En el centro tú llorabas, luego de 16 pastillas para dormir y 23 días de hospital. En los márgenes, en el movimiento centrípeto de la vida breve, yo destilaba culpa. Fenecía a fuego lento acechado por los perros románticos. 

Black Out. 

Tiempo después, una entrevista en nuestro programa de radio favorito reactivó la fuerza centrífuga de la historia más larga. “No sé si eres sueño todo el tiempo…”, te decía con el pensamiento. 

Caminaba contigo por senderos pueblerinos y conforme avanzábamos se convertían en rellanos citadinos. “La canción que cierra el disco, nuestro favorito de nuestro último año, se llama así porque Elvis Presley tomaba anfetaminas en sus giras para aguantar, para no dormir”, me decías con las manos.

En los flancos de nuestra caminata, en la intuición yacente en los rabillos de los ojos, se abrían las puertas de los cientos de lugares no visitados. Los pequeños universos paralelos de la imposibilidad. Vestigios prehispánicos, pueblos mágicos, ciudades exóticas, naturaleza viva y en vivo. “La única letra impresa en el librillo del disco corresponde a la única canción instrumental del mismo. Como ya lo sospechábamos”, creo que ambos enunciamos. 

De pronto percibimos, a nuestras espaldas, una fuerte presencia intermitente. Un hombre de lentes gruesos, camisa elegantemente dibujada a rayas y un saco a medio morir nos dio alcance. Se colocó frente a nosotros. Olía a cigarrillo barato y a alcohol de segunda. “Nunca te enamoras dos veces igual”, sentenció.

viernes, 10 de febrero de 2017

Ciudad Palimpsesto

Por Diego Bang Bang 

Dedicado a Eusebio Ruvalcaba. Cuando muere un autor, muere un amor.


1) Condicional: abrir bien los ojos.   
 
Hablábamos de la condición ulterior del alma. De la inexistencia de una vida espiritual sin las debidas condiciones materiales. Me decías: “Si tuviera el tiempo suficiente, lo resolvería”. Y sin duda no resolvíamos nada. Porque a mí ya me empezaba la comezón propia de la ansiedad espiritual. (Es raro, te veo en fotos y pareces otra. Te veo en persona y no pareces la misma.)  
 
El reflejo de las nubes desfilaba frente a nosotros. En ese momento me parecieron veleros dorados cargados con los huevos absurdos de nuestro romance epiléptico. Se podía ver un óleo pintado de forma natural en los cristales infinitos de la inmovilidad. (Pocas veces cambias de expresión. Lo haces, sobre todo, cuando hablamos de amor.)  
 
Fumábamos. El humo crecía lentamente en las dos monedas de oro incrustadas en tu rostro. Las comisuras de tu boca ladeaban sensualmente. Me decías: "Sin tanto pasado, tendríamos un futuro". Y tenías razón... Básicamente porque teníamos un poco de presente. (Te quise borrar de mi memoria superficialmente. Mientras escribo, tu imagen crece desde el fondo de mis ojos hasta convertirse en una ruina ígnea).      
 
2) Condicional: un poco suerte 
 
¿A dónde van a parar todas las utopías amorosas? Los viajes, los planes acompasados y los pesares acumulados. ¿Existe un muladar para todas esas palabras y deseos? ¿Existe un basurero para todas esas ideas? Si quisiéramos recuperarlas, deberíamos inventarnos algún artilugio. Una tienda con artefactos mágicos, por ejemplo. Un universo paralelo donde pudiéramos ver la estrella distante en el fondo del pozo. Lanzar las monedas a la espera del viraje venturoso.

Tú un tanto menos insegura; yo librado de ninguna culpa. Desgraciadamente, la suerte de la primera vez nunca regresa para la segunda vuelta.    

 3) Condicional: la vocación de incendio  
 
En este lugar el zumbido de los insectos solía llamar a la lluvia. Los dioses eran aeróbicos, se mimetizaban con las piedras circundantes. Faltos de la medida antropomórfica, hacían simbiosis con el follaje de los árboles y los silbidos del viento. 

Sangre derramada. La huella del homo, el templo aterrizado y la multiplicación de los ídolos. Piedras pensadas como sudarios. Prestidigitación alquímica: la transmutación del pulque en vino.

El Guerrero Águila atraviesa la armadura con el fuego rabioso de su lanza. El venido de ultramar saquea los tesoros naturales. El fuego incandescente de la historia los cobija.  

Las letras de neón asoman en la esquina. Un mariachi espera en la puerta principal. De un recoveco secreto surge un mercader sonriente. La peor de las sustancias es la mejor de las ganancias. Debajo de aquella construcción se encuentra una de las ruinas principales del Mictlán.

¿Cuántas huellas dactilares de sus cuatro patas habrán pasado sobre nuestros restos? Hordas de caballos metálicos y apocalípticos. Tenochtitlán, día tras día, se hunde más en nosotros. Algunos somos lodo, algunos ya somos magma. Nunca aceptaremos el mote de homo urbanus.

4) Condicional: encontrar a Ella

Se conocieron en la segunda década del S. XXI. Por aquel entonces, Viajero del Tiempo sólo pensaba en una cosa: Ciudad Palimpsesto. No obstante, la Ciudad era una colección de imágenes confusas… difusas. De ella, sólo unas cuantas cuadras se dibujaban con nitidez: Bucareli, Reforma y Guerrero. A sus pensamientos solía llamarlos dioramas citadinos. En ellos, la gente hablaba incansablemente. De cualquier tema, de cualquier amor. Paseaban a sus mascotas y miraban perdidos el pavimento. De igual forma, luces intermitentes asomaban a distintas distancias.

Después de un tiempo, los pensamientos transmutaron en sueños. Por un largo período, Viajero del Tiempo soñó con el mismo lugar y en las mismas condiciones. Un panteón. Una tumba. Con fechas inverosímiles. Datadas en un futuro lejano. Los atardeceres oníricos se sucedieron. Una escritura disímil también se ceñía a la piedra de aquella tumba. Todas las mañanas se hizo la misma pregunta: ¿A quién pertenecía esa tumba?

***

De ella sólo se recuerda que soñaba a colores radiantes y con bellos lugares imprecisos.

5) Condicional: perder la decencia

Todas las mañanas miro sus tetas. Sentada sobre Puente de Alvarado, mira los autos pasar. La imagino frente al espejo del cuarto 505 del Hotel Riviera. Su cabellera ensortijada brilla debido a algún producto de tienda de autoservicio. Quizá servicio sea justamente la palabra. Ella brinda un servicio. No solamente cuando practica sexo oral a cambio de dinero. No sólo cuando practica sexo anal. Ella sirve, funciona en el todo citadino. No sólo yo le miro sus bellas tetas. He visto como lo hacen hombres más viejos y también más jóvenes. ¿Pensarán lo mismo? ¿Sienten hervir los testículos? ¿Las ganas de querer morder esas tetas y oler ese culo?

He pensado seriamente en detenerme un día y confesárselo. Decirle “tienes un par de tetas deliciosas”. Imagino su sonrisa al escuchar esto. Aunque, si soy sincero, también imagino su incomodidad. ¿Debería pagar por ver? El pensamiento común dice lo contrario: la mirada es inofensiva hasta que enamora. Y sus tetas en verdad son motivo de enamoramiento.

Es mediodía. Sombras vestidas con corbata pasan a mi lado. Soy, lo sé, también una de esas sombras. Sigo pensando en la prostituta parada frente al puesto de historietas. ¿Cuál es su nombre? ¿Cuántos penes mamara al día? ¿Cuánto dinero ganó el día anterior? ¿Tiene alguna enfermedad infecciosa? ¿Alguno de sus clientes se ha enamorado de ella?  

Mientras aquellos pensamientos aún revolotean en mi mente, recuerdo a las mujeres que he amado en mi vida. Entonces, una mezcla vívida de sensaciones evanescentes me carcome. No río ni tampoco flaqueo. Simplemente cierro los ojos y escucho el tren de la vida llegar. Siguiente estación: Tristessa.