Por Sonny DeLorean
“La vida se desliza como una serpiente a través del universo
y tú seguirás dormida hasta que te plante un beso”
Hay pocas sensaciones que podrían
preferirse en la vida antes de tomar esta decisión; por ejemplo, sería
maravilloso que se me condenara al olvido antes de saber que buscaré a la
Muerte cuando amanezca. No pensé que al ver mi nombre tallado en la tumba de las
aparentes verdades y las supuestas mentiras gozaría de tal felicidad, pero los humanos no estamos acostumbrados
a la inmortalidad. Paulatinamente siento como la angustia se apodera de mí a través de palabras imprecisas y temerosas;
nunca debí participar en el cautiverio del mito primigenio.
No quisiera justificarme, pero yo
como simple mortal, qué podía hacer ante la amenaza de los hijos del Tiempo y
la Ciudad, de las invenciones fantásticas que deambulan en las calles citadinas
con la única intención de atemorizar, de la encarnación espectral de los mitos urbanos.
Hace tanto tiempo que se hospedan en esta buhardilla porque el destierro los
trajo hasta aquí; pudo haber sido otro pero el sopor de la noche y sus andares
soterrados por la decepción los condujeron a este hotel de paso.
Uno a uno llegó por su cuenta.
Los humores de la noche fueron cambiando, si antes la noche fue su dominio y las
calles su conquista, ahora sólo son una huella empobrecida de los ayeres. Tan
solo el rumor de algunas voces piadosas logra que sus nombres sean recordados
por decir menos. Leproso, Robachicos, Candigas, Trailaraila, Degenerado y así
se acumula la lista infame de los huéspedes (hasta ahora eternos) que pernoctan
en los cuartos derruidos y desesperanzados del Centro Histórico. Un olor nauseabundo
ha perfumado con el rocío fétido de su presencia cada uno de los rincones y los
intersticios. Lo que fueron personajes seductores y estrafalarios se convirtieron
en personajes fácilmente olvidables y decrépitos. Al menos antes se animaban a
salir a las calles porque percibían el aspecto lunar y desértico de antaño, pero
se dieron cuenta que sus pistas fueron sustituidas por verdaderos comensales
del horror y de la violencia, ellos no tienen nada de funambulesco.
Algunas vez me dijeron que los
mitos nunca mueren y sólo se reinterpretan; el Progreso lo ha desmentido
totalmente. La terrible condición de estos hijos desa(l)mados los hizo
perpetrar el mayor de los crímenes: robar su pasado para seguir viviendo,
atentaron con la creación. Si la sustancia de los mitos urbanos es el Tiempo
de/y la Ciudad, el Progreso con su desvalijada memoria los estaba matando. Nunca
creí ver como una madre y un padre se empeñaban en dar muerte a sus hijos de una
manera tan encarnizada.
Tal vez pueda ser exculpado si el
falso refugio de la verdad no resulta tan inalcanzable, después de todo, la
culpa la tiene Gerardo Murillo y su libro Cómo nace y crece un volcán. El Itz. Quién más podía ser
sino el más intrigante de estos mitos inofensivos el que me lo dijo todo…