> Arcanum VI: julio 2014

jueves, 31 de julio de 2014

Objeto literario citadino

Por Diego Bang Bang

La única verdad absoluta es que nuestra sociedad necesita más escritores que escritura. Más fechas culturales conmemorativas que poemas y cuentos y novelas. Le importa más conocer la vida privada de la sirvienta de Octavio Paz que las últimas palabras de Piel Divina. Le importa más otorgar premios, concordantes al proyecto nacional de desarrollo, que conmoverse con las primeras letras de Arqueles Vela.

Así, más o menos, comienza la Narcoliteratura Mexicana. Esa narración minuciosa y amoral en la que las expresiones más vanguardistas de la literatura se nutren y tienen una relación inexorable con algún narco o con la cultura del narcotráfico.

Visto de un modo pesimista, no hay mayor cultura oficial que la cultura del narco. Sus brazos, de verdadero cetáceo, se extienden indefinidamente y sus fronteras son imposibles de identificar. La manera terminante de esta presencia-ausencia son los objetos. Es en el campo de lo simbólico donde la última gran batalla se libra.

Al menos en eso pensaba mientras el vagón Elena Poniatowska se acercaba al andén. También mientras el boleto del metro Octavio Paz se trababa en los torniquetes. O mientras veía la última colección de Alfonso Reyes anunciarse en un resplandeciente parabús del centro de la Ciudad.

¿Cuántas calles se llamaran Octavio Paz? ¿Cuántas más Elena Poniatowska? Ya casi puedo imaginar las que se llamarán Gabriel Zaid o Guillermo Fadanelli. Y también puedo imaginar la indiferencia de las personas que habitarán esos lugares. Personas que nunca se imaginarán haber perdido una batalla decisiva. Una batalla que comienza en los campos de amapola y termina en las oficinas de Conaculta en Reforma.

Y, entonces, será normal leer poemas de Octavio paz y Efraín Huerta en los libros de texto gratuito. Tan normal como hacer la primera comunión o aprender el Credo o cualquier Padre Nuestro.Y así hasta la preparatoria en que toque leer La noche de Tlatelolco. Y así hasta conocer a algún apóstol perdido... e intentar convertirse a esa doctrina elemental y oficialista.


Entonces, después de ver a los hombres grises leer a García Marquéz, me hice una pregunta: ¿Qué objeto, Diego? ¿Cuál es el objeto? Ese mismo que te gustaría ser o habitar o simplemente nombrar. Hay algunos que son varios como el pequeño gotero para piedra o el ínfimo destapador de cerveza.  

jueves, 24 de julio de 2014

Armada hasta los dientes…

Por Diego Bang Bang

Una dialéctica Frankenstein-Zombierella, le decía. Para mí el amor es una dialéctica entre monstruos. Donde, a veces, los jirones del pasado tremebundo de Frankenstein se enfrentan a las tragedias oníricas de Zombierella. Los lobos de las pulsiones atacan a ambos: los monstruos buscan siempre la sangre derramada. Y todos sabemos, porque lo sabemos pero queremos ignorarlo, que los lobos siempre están al acecho; máxime cuando de amor se trata.

Nunca olvidar la página 66 (para variar) de “La parte inventada”, me decía. Aquella página que había leído para corroborarme que nosotros los monstruos estamos destinados para fallar en el amor. Esa página que me hacía dudar, en los momentos cumbre de nuestro amorío, de mí más que de ti y de todos antes que del amor en sí. Una página perdida entre los miles de momentos que compartimos. Y, sin embargo, una página lapidaria. Nuestro 2666, aunque 2666 de Bolaño tenga páginas muchísimo más trágicas.

Por eso me gusta el cuento de Las armas secretas, le decía. Porque conforme nos vamos conociendo las barricadas se van desmantelando. Los pertrechos bélicos comienzan a malfuncionar para dar paso a la confianza firmada en tratados de paz. Se instala, entonces, el armisticio. Hay que caminar y caminar para reconocer las zonas devastadas. Reconstruirnos. Todo con mucho cuidado porque las armas también siempre están al acecho como los lobos… justo así como los lobos.

El amor es un imperio como el diablo, me decía. Cuando se instala lo carcome todo, incluso los besos fiduciarios que se convierten en moneda de cambio. Fue entonces cuando comencé a leer todo tipo de textos acerca del imperio romano. Los griegos más que un imperio civilizatorio, me parecían un imperio cultural. Más flexible y menos tosco. El amor, me decía, me parece más un imperio civilizatorio. Burdo, tosco… rayano en lo vulgar.

No obstante que nos pensaba instalados en el armisticio, algo raro me presentía. O, quizá, algo raro nos presentía. Por entonces, comencé a pensar que sin mentira no hay imperio. La mayor mentira, le decía cuando tuve oportunidad, es pensarse imperio. De alguna manera, armisticio e imperio son palabras afines: nos convertimos imperio para trasladar la guerra a otros sitios. Las pequeñas guerras periféricas con la familia, los amigos y el trabajo ya no importaban. Lo único importante era el armisticio amoroso. Mentira de mentiras… sin duda.

Un día nos cercaron los bárbaros y nos derrocaron inevitablemente, me decía. Nuestra única falta: haber creído que éramos imperio y que no existían las mentiras. Entonces el imperio hizo agua. Escuchamos los primeros fuegos transgredir nuestras fronteras. El llamado de los bárbaros nos parecía lo más lúcido para entonces. Pero había que resistir, porque alguna verdad tenía que haber existido.

Nunca dejamos de ser monstruos, le decía. El imperio civilizatorio es siempre una falacia: disfrutable pero no perdurable. Los lobos de las pulsiones regresaban al acecho, las armas secretas se instalaban en sus pertrechos. Otra vez Frankenstein perdido en sus jirones de pasado tremebundo; Zombierella, otra vez, atrapada en sus tragedias oníricas y, claro, armada como Roma –nuestro imperio civilizatorio- hasta los dientes… pero de otra forma. 

Lado B



III

Por RadiAn Luna

Incendios..
El tiempo transcurre a lo largo de la caricia solar. Las nubes cargan la mirada consintiendo lapsos permisibles para entrever el celeste interminable, se encienden en tonos cálidos igual a los que usabas para envolverte en verano, llamaradas de un cuadro impresionista en el pabellón más apartado del museo de la ausencia, pasillos que, valga la contradicción, recorrimos juntos. Blancas y poliformes, pasan y pasan sobre mi cabeza dirigidas por el fantasma del viento, otro roce efímero, irreversible. Permanezco de espalda al centro del planeta, cierro los ojos y ahí está, lamiéndome los dedos de los pies, un animal ancestral que trata de despertarme…
            …la lectura me dejó inmerso en la historia de aquel detective chileno, voy por la mitad del enigma, todo es muy nublado. Un libro más que olvidaste, o que le robé a tu hermano, tal vez, no recuerdo bien como llegó a mis manos. Lo dejé sobre la mesa que está cerca de la ventana mientras me preparaba un mate, costumbre que adquirí por Estela y sus interminables visitas turísticas a mi vida; las páginas comenzaron a agitarse rápidamente por el viento que entró y decidió leerlo de una vez por todas, mientras yo bebía tranquilamente, mientras trataba de percibir al lector invisible, el plan de viajar se reafirmó con aquel suceso. Ansias por recorrerlo todo de una vez, igual que el viento con las 222 páginas negras, de llegar hasta donde los rumores se acaban y sólo la voz interna queda, el silencio o el aullido, alguno te elije. Primero debes irte de la ciudad,  cada vez más descolorida, ¿no?, kilómetros de autopista te esperan, tú defines como tomarlos hermano. Los paisajes serán diversos y complicados, cerros superpoblados a la salida, luego llanuras y campos sin fin a los lados del camino, al frente el cielo plagado de tormentas y anocheceres, mejor ir bien despierto, de preferencia Howl o El fluir o puede ser Cure for pain para el ocaso. El clima cambia en las fronteras entre estados, cada vez más humedad, cada vez más cálido todo, perderás líquidos, pero ganarás resistencia y templanza. La carretera se irá mimetizando a senda poco transitada, a vereda apenas pronunciada, a línea sobre un plano; en el punto de fuga el azul interminable, eso parecerá al principio, cuando el mar  te incinere,         
            …y la visión lirica de un instante que se construye y se concretiza en las páginas centrales de un libro que se oculta, aferrado a una clasificación única y determinante, es tragada por las miles de millones de páginas de ese mar vertical de aquella biblioteca, libros hechos marea que se (des)integran saturando opalino hasta permitir claridad y espacio a una figura, pentagrama en el fondo, estrella de mar llevada por el vaivén hirsuto de las olas… minerales resbalan por mi lengua, mi brazo vuelve a la poesía, todos mis sentidos se abren al cerrarse el día, en este otro final de playa, en este momento siamés, ¿un presagio o una promesa?...  
            …si eso es lo que buscas amigo vas en la dirección correcta. Sabes que sólo sucede en el Pacífico, sabes que sólo sucede si estás solo, Solitude is bliss, Happiness is a warm gun vato, lo profundo que vayas y lo alto que vueles, ¿recuerdas? Abre la mano, ya te indiqué el camino, pero sólo tú podrás recorrerlo, micropuntos para eso. Toma, aquí tienes estos, tienen forma de estrella, no los quemes todos al mismo tiempo, dales su momento, recuerda que la lucidez llega, de igual forma la locura ronda y espera, como un B-side inseparable, y las revelaciones son alimento. Le llamé al Goteros para conseguir material para el viaje, consulté los horarios de salida en la estación de autobuses y me dio mala espina, mejor pediré prestado un auto. Tengo ganas de conducir hasta el fin del mundo. El viaje como una sensación latente e inesperada toma forma en la mochila que lleno con lo necesario, en la música que vivirá en las cavidades del carro, en el mate que me llevaré para despertar, en la novela negra que seguiré leyendo en aquellos lares, en dónde el enigma será revelado y tal vez recuerde si la robe o si la olvidaste en mi mesa junto a la ventana…
…azul como no hay otro, el mar en esta Punta me reclama como si supiera el significado de mi nombre, como si quisiera integrarme de nuevo a las mareas y a los abismos en dónde surgió todo. Recuerdo el mar, soñé estar aquí y no recuerdo despertar, todo viene en reversa, los recuerdos se retraen como en esas viejas cintas magnéticas que teníamos que regresar para que los tracks empezaran de nuevo; cúmulos y estratos avanzando hacia su origen, mis pies volviendo sobre las huellas secándose, reintegrando las líneas de erosión de playa, mi lengua devolviendo a mi mano una estrellita ámbar que guardo en una cápsula de huevito sorpresa, Recuerdo el mar, soñé estar aquí y no recuerdo despertar, el horizonte sale de mis ojos para estamparse frente a mí abarcando 180 grados de lienzo, cada sonido del enunciado que emití al ver aquel infinito regresa a mi boca como quien regresa a su casa después de cada día, é-u-g-e-l-l-í-s-a_r-a-m-l-a-o-g-e-l-l-í-s-A. Después de que la marea suba y el cielo se cierre totalmente en una cortina gris, como el humo de un porro que se consume y se transforma en volutas espirales, me iré de esta playa, antes de que me desvanezca en la arena y el éter, justo antes de que el huracán que lleva tu nombre, gestándose en lo liviano del océano, toque tierra firme.





jueves, 17 de julio de 2014

Entre el despertador y la cama

Por Diego Bang Bang

Betweeen the clock and the bed
Shapes move inside my head
We've all felt the implications

Between the clock and the bed de The Manic Street Preachers


Hay, al menos, un par de personajes que recuerdo tendidos sobre su cama y mirando inquisitivamente el techo de su aposento. Uno es el protagonista de La tumba y el otro es el protagonista de Eternal sunshine of the spotless mind. A ambos los recuerdo con una modorra y una estulticia instaladas en su ánimo. Con punzadas en los flancos de la cabeza o con una ansiedad resquemante y rebosante en el pecho. No sé si es por forzada sincronía o identificación baladí, pero ambos techos los recuerdo azules. Como el mío justo en este momento.

En ambos personajes más uno, el despertar es ese momento decisivo e iniciático en el que se dan golpes de cabeza. Es por eso que deciden apretujar los dedos de los pies, sólo para corroborar una realidad sensorial engañosa. El siguiente movimiento es facial, necesariamente. Mover los ojos un poco, de izquierda a derecha y de la derecha al lado oscuro interno. De regreso al abismo interno que unos segundos atrás fue pantalla o escenario del inconsciente. Apretujan los dedos de los pies nuevamente y los restriegan contra el algodón de las cobijas. Respiran hondo y sienten palpitar el mal aliento en la boca.

Ambos personajes más uno, mezclan en su conciencia los pendientes del día con los remanentes oníricos. Ahí está contestar el teléfono de la oficina junto a las risas socarronas de algún mejor amigo de la preparatoria. Ahí está el mandar miles de correos electrónicos yuxtapuesto a la muerte prematura de algún ídolo del rock & roll. Ahí está el realismo simplón (copia barata del melodrama) junto con yuxtapuesto a la tristeza que enmarcan y engendran y vivifican las mujeres.

Pero entonces, el mundo despierta también. Los ladridos chillones de algún perro vecino y de un vecino perro se cuelan por entre las grietas de la conciencia. El ropero del cuarto continúa ejerciendo su magnánimo papel de reloj de arena. Reloj de polilla, mejor dicho. Y así como a los personajes de Chéjov los carcome el tiempo, así mismo unos diminutos insectos carcomen los muebles de tu cuarto de techo azul. Pero entonces, el mundo despierta también. Los ruidos de los coches parecen ecos antediluvianos y el canto de los pájaros asemejan tosiduras provocadas por el alquitrán. Vaya desgracia la de las aves urbanas que sin fumar padezcan enfisema pulmonar.

Y mientras pasa un avión (¿un aluvión?) la maldita pero necesaria alarma del reloj suena. Ambos personajes más uno, decidieron poner como alarma el sonido de emergencia de un reactor nuclear. Todas las mañanas que lo escuchan sonríen porque les recuerda esa mala costumbre de relacionar todo con el Apocalipsis. Y ya no saben si nacieron así o se fueron haciendo así o el mundo es así. Y entonces hay que levantarse. Mover el agua neuronal para que saque chispas. Recordar que hay que ir al médico porque unas inesperadas bolitas están saliendo en el esternón. Recordar que ninguna mujer estará con ellos, porque no tienen manera de hacerlo. No tienen un negocio familiar, no son tolerantes con las genealogías, no tienen una promisoria carrera académica. Es más, ni siquiera un digno oficio de oficinista.

¿Cuál será la canción favorita para despertar del primero? ¿Y del segundo? ¿Se le llamará tercera persona narrativa porque siempre hay dos personajes que te anteceden antes de convertirte en personaje? Así pues, hay que mirarse en el espejo. Volver a sentir el palpitar del mal aliento en la boca. Saber que el techo azul sigue ahí, aunque salgas a trabajar o a una fiesta. Que ese techo azul es como esas nubes malhadadas que siguen todo el tiempo a las caricaturas cuando se encuentran en crisis. Que ese techo azul se lleva en la mochila todo el tiempo. En fin, algo así pasa entre el despertador y la cama. Pero sobre todo, Ella sigue ahí. Con su sonrisa. Pero de eso mejor no escribir, porque entonces el tercero no tendría tiempo de disfrutar el décimo track del Futurology de The Manic Street Preachers.