Por Diego Bang Bang
La única verdad absoluta
es que nuestra sociedad necesita más escritores que escritura. Más
fechas culturales conmemorativas que poemas y cuentos y novelas. Le
importa más conocer la vida privada de la sirvienta de Octavio Paz
que las últimas palabras de Piel Divina. Le importa más otorgar
premios, concordantes al proyecto nacional de desarrollo, que
conmoverse con las primeras letras de Arqueles Vela.
Así, más o menos,
comienza la Narcoliteratura Mexicana. Esa narración minuciosa y
amoral en la que las expresiones más vanguardistas de la literatura
se nutren y tienen una relación inexorable con algún narco o con la
cultura del narcotráfico.
Visto de un modo
pesimista, no hay mayor cultura oficial que la cultura del narco. Sus
brazos, de verdadero cetáceo, se extienden indefinidamente y sus
fronteras son imposibles de identificar. La manera terminante de esta
presencia-ausencia son los objetos. Es en el campo de lo simbólico
donde la última gran batalla se libra.
Al menos en eso pensaba
mientras el vagón Elena Poniatowska se acercaba al andén. También
mientras el boleto del metro Octavio Paz se trababa en los
torniquetes. O mientras veía la última colección de Alfonso Reyes
anunciarse en un resplandeciente parabús del centro de la Ciudad.
¿Cuántas calles se
llamaran Octavio Paz? ¿Cuántas más Elena Poniatowska? Ya casi
puedo imaginar las que se llamarán Gabriel Zaid o Guillermo
Fadanelli. Y también puedo imaginar la indiferencia de las personas
que habitarán esos lugares. Personas que nunca se imaginarán haber
perdido una batalla decisiva. Una batalla que comienza en los campos
de amapola y termina en las oficinas de Conaculta en Reforma.
Y, entonces, será normal
leer poemas de Octavio paz y Efraín Huerta en los libros de texto
gratuito. Tan normal como hacer la primera comunión o aprender el
Credo o cualquier Padre Nuestro.Y así hasta la preparatoria en que
toque leer La noche de Tlatelolco. Y así hasta conocer a
algún apóstol perdido... e intentar convertirse a esa doctrina
elemental y oficialista.
Entonces, después de ver
a los hombres grises leer a García Marquéz, me hice una pregunta:
¿Qué objeto, Diego? ¿Cuál es el objeto? Ese mismo que te gustaría
ser o habitar o simplemente nombrar. Hay algunos que son varios como
el pequeño gotero para piedra o el ínfimo destapador de cerveza.
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