> Arcanum VI: abril 2013

miércoles, 17 de abril de 2013

Despedida simbólica

Despedida simbólica

Por Sonny DeLorean

A nadie le gusta que lo interrumpan cuando manifiesta un diálogo interno que le pueda dar una respuesta, por más tentativa que pueda ser, a su resabia perdida amorosa; pero hay tres aspectos que se vuelven inevitables e imprescindibles para aceptar la plática de un desconocido: los ojos  de una mujer con anteojos que reparen en el instante preciso para saberme sorprendido mas no interrumpido, que su compañía sea la grata soledad y una cerveza que atenué y haga más solemne su soledad.

Y esto resulta aún más complaciente y aceptable cuando no es uno el que procura la charla de una mujer simpática, insatisfecha y dolosa. A decir verdad, su acercamiento podría haber sido la técnica que ha perfeccionado un seductor cualquiera al grado de convertirla en maña, pero nada de eso, sólo fui testigo de que las penas con pan no son dulces, más bien las penas con alcohol son más fáciles de compartir.

-Todavía me resultas tan extraño, Manuel- asintió la mujer que por motivos desconocidos llamaré Claude. Logré dilucidar la sentencia que se confundía en la ebriedad y una lengua extranjera.

-No sé a qué te refieres. Además yo no me llamo… Es la oración de principio a fin que dije en esta historia, por mucho mi mejor intervención.

-¿Sigues leyendo a Apollinaire para ahorrarte los protocolos hirientes de la separación?-. Hasta ese momento no me había fijado que sus ojos eran un imán de atención al libro que se encontraba sobre la mesa y la carta que la invitaron a sentarse a mi lado.

-Dicen que la historia se repite, sin embargo la vida no me alcanzaría para vivir de duelos-. Sus manos torpemente se acercaron a las mías para descubrir que hay personas que comienzan sus historias con las manos. No pude evitar recordar el cuento en donde la mano de un individuo seducía con dedos vacilantes y gráciles la mano cortesana de una sordomuda.

Claude continuaría con su monólogo externo en automático. -Recuerdas que gracias a tu romanticismo simbólico acordamos que el candado sería la consigna para sellar o liberar nuestro destino, más bien tú lo acordaste, yo sólo fui parte de tus decisiones. No bebí aceptar esa farsa, mira que abandonarme sin despedirte. Colocar un candado en las rejas de aquella casa infestada de olvido por la que siempre pasábamos antes de llegar a mi hogar para ahorrarnos la bochornosa e infame charla de la separación parecía tan romántico y de lo más inteligente. Lo sé, pude hacer lo mismo antes de que tú abrieras el candado y desaparecieras, pero tire la llave porque estaba segura que nadie de los dos abriría ese candado.

Sus manos eran un acompañante perfecto de la historia, parecían ser los efectos espaciales que se  adaptaban a las palabras afrancesadas que salían de su boca. Eran dedos retráctiles que cuando se acordaban lo mucho que odiaba a Manuel  se desprendían inmediatamente, pero sabía que aún lo seguía amando porque hubo ráfagas de palabras que pretendían darle respiración de dedos a mis manos.

Con la misma provocación que Claude se unió a mi soledad, ninguna, soltó mis manos como epílogo de nuestro encuentro para decirme: "Nunca terminamos por despedirnos". Se levantó y se  marchó.

La ausencia de Claude había sido el signo perfecto de la representación simbólica de la realidad impuesta por Manuel. Yo no era Manuel, eso era obvio, pero los dos ocupamos en algún momento la personificación del extraño. Manuel fue un conocido que le resultaba extraño, yo terminaba de ser  un extraño que le parecía conocido. De igual manera, las pocas veces que llegó a mirarme a los ojos pareciera que los extraños son personas solitarias por naturaleza, porque su mirada traspasaba mi cuerpo como la ausencia misma.

En mi vida he leído a Apollinaire, el libro que se encontraba en mi mesa era Los vasos comunicantes de André Breton. Pudo haber sido cualquier libro de vanguardias artísticas, pero Manuel hizo de Claude un ser que empezaba a vivir más del otro lado, en la metafísica, que aprendería a sobrellevar la vida por las representaciones simbólicas antes que la realidad.

Y tal vez lo más significativo, a falta de candado, repare en el sentido de la perdida que ella había adjudicado al tomarme de las manos confundiéndome con la persona por la que había empezado/dejado de amar.  Ella entrelazo mis manos como si fueran un candado humano, por eso muchas veces soltó de ellas con el descuido perceptible de la voluntad: ella tenía las maletas hechas para despedirse antes de querer conocerme.

Pagué la cuenta y salí con una respuesta tentativa que me hizo sentir mejor: Lo auténtico y real puede venir de la comparecencia ajena, por ejemplo, que la “última” despedida de toda relación sólo es la antesala de un principio de memorias remotísimas; y esa historia almacenada en archivos llamados recuerdos se irán sin la necesidad de despedirse.