> Arcanum VI: agosto 2015

jueves, 20 de agosto de 2015

VI. El Enamorado

En la carta: Las siamesas, Cupido y 9.

La Papisa: C´est l´amour a Marseille, Santiago. Carta sagrada: ¡oh, Fortuna, semper variabilis! ¡El enamorado! Tu amigo te trajo suerte.

13: No bebí suerte. Bebí chartreuse, absynth, pierdealmas... Me llené el buche con el monstruo de los ojos verdes...

La Papisa: Aloxinus en latín papal.

13: Eso, exactamente: alucino.

La Papisa: ¿Pero qué tanto cargas, muchacho, qué cargas en tu equipaje?

9: Carga conmigo, no lo sabe pero me carga, lo intuye secretamente, no sé si acaricia la posibilidad pero yo sí lo sé de cierto: El cruzado loco, me dicen, y soy Santiagueño. A Santiago de Matamoros amo y en Santiago de Matamoros creo.. No hay más palabra que la de Santiago. Él es mi fe y mi justicia y mi espada y mi sangre y mi boca y todo mi cuerpo espera una palabra suya para sanar mi alma. Santiago despierta en mí el respeto del padre que no tuve. Predica con cuentos y a veces me pierdo las palabras pero nunca el movimiento de su boca. Santiagueño soy y por él muero y aunque nunca toque esa boca, por él sería capaz de matar.

Cupido flecha al enamorado y desata sus zaetas. Todo enloquece en un rapto de amor.

[...]

La Papisa (furioso) : Damas y caballeros, aquí se abre un paréntesis. Aparecen Los Amorosos y todo se va al Diablo, y no me refiero al azul del Tarot. El Arcano VI, el amor, es una carta que perturba todo, tiene su imperio y arrasa; y si es capaz de abrir mares, ¿no podrá sacar una trama de su ya de por sí frágil cauce?

Fragmento de La inocencia de David Olguín.

lunes, 3 de agosto de 2015

El limbo de Lulú

Por Diego Bang Bang

Las sopas maruchan yacen medio vacías o medio llenas, según se las vea. No tragábamos nada más en aquel tiempo. En verdad me parece curiosa la palabra tiempo. Decirla, escribirla y ya no se diga pensarla. Cuando la pienso para referirme a aquel tiempo es como una espiral de volutas con olor a marihuana. O como un delicioso mareo posterior a un orgasmo. Así era aquel tiempo: un bello mareo posorgasmico con olor a marihuana.

De Lulú mucho se puede decir, pero basta decir que oímos sus gemidos mientras tiraba y también sus cánticos en el metro para alimentarnos. Nos enseñó expresiones tan particulares como coño de su madre y por ella aprendimos el sentido y la profundidad de andar pegados. En algún momento, llegamos a suponer su locura como secuela por conocer México. O, al menos, de conocer a tres con ese gentilicio. Nadie lo sabe. Ni siquiera la Psiquiatría.

En más de una ocasión nos vio volvernos mierda: en su casa o en el terreno irregular de Santo Domingo. Al palpar el agua de su excusado o también al dormir en su aposento llorando a causa de alguna traición amorosa. Vimos, bajo su techo, los ojos de Radián ponerse más rojos que los atardeceres de Marte. Fuimos testigos, a las afueras de su morada, del trance de Clavijero a causa de una ingesta innoble de Válium o algo parecido al Diazepam.

Percibimos la muerte de la mujer en turno, para luego aullar como cisnes negros. De muchas maneras, en esos cuartos llenos de antipoesía, comenzamos a delinear nuestra convicción literaria. Miramos a los ojos de los “literatos”. Aquellos que ya lo son, porque así han decidido declararlo. Ellos, los ganadores de premios de poesía o narrativa. Ellos, los fundadores de casas de cultura con su nombre.


A decir verdad, sólo palpamos algunos de los bordes de este exquisito limbo. Nacido del arquetipo de Auxilio Lacouture. Quizá Lulú no conocía a todos los escritores de nuestra generación, pero de alguna manera quienes la conocían intuían algo poético en ella. Esa flama conmovedora que deja malparado a cualquiera. Porque en lugar de encontrar una madre, encontramos a la mujer compañera. Lulú no como un Auxilio sino como un Exilio.