Distrito Futurista
Por Sonny DeLorean
“Lo que pasó, está
pasando todavía”
Octavio
Paz
Ninguno de los encuentros más importantes de
nuestra vida ha sido pactado, son gratuitos. La fama lo precedía y recordé que
siempre fue visto en las azoteas de los edificios, ronroneando como lobo o
aullando como gato a la Luna (los mitos generalmente nos asombran por su
incomprensión). Precisamente ahí lo encontré una noche de invierno en el
terrado del hotel. Su rostro curtido por la inclemencia de los años se
atenuaba aún más por las luces de neón que irradiaba ese letrero destartalado, latiendo
con el titileo candente y atractivo de los astros que buscan afanarse a la vida.
Sus manos siempre resguardadas en los bolsillos del overol desarraigado y la
capucha de aviador detonaban el aspecto inusitado que había perdido desde hace tiempo.
Esa mueca siniestra y esos ojos pétreos no disimulaban la maravilla del horror.
Los ojos lunáticos del Candigas miraban el relieve
que componían aquellas estructuras metálicas de altibajos y bajoaltos, cuerpos
gigantes y multigrises (eran robots en cajas incubadoras), mutilados de
sus extremidades pero siempre erguidos y
colosales. Vi la manera como él veía a la Ciudad y vi cómo la Ciudad dejaba verse
por el que lo veía. Ella posaba con un rostro terrible y desafiante, ese
gesto que hacen las personas cuando saben que no les costará mucho obtener lo
quieren sin dejar de manifestar el dejo de burla para los que la fotografían.
Realmente vi a la Ciudad a través de los
ojos del Candigas porque no recuerdo haber visto más que sus ojos.
Cuando los cuerpos grises se mezclan en su
totalidad el horizonte se convierte en algo inexistente.
Estábamos en el centro del D. F. (antes Distrito Federal, hoy y después
Distrito Futurista), en el atolladero donde todos los muertos, dementes, ángeles,
borrachos, viciosos, prostitutas y gente incomprendida se reúne plácidamente. Somos
el badajo en la boca de un animal que abre y expone atrozmente sus mandíbulas mostrando
la dentadura imperfecta sin deja de brillar en plena noche. De sus fauces se
prolongan gritos urbanos e histéricos que son amansados por las ráfagas
vertiginosas de luces rojas tranquilizando un poco sus pulmones, pero ni aun
así dejan de escucharse ecos sordos y susurros estridentes. El D. F. es una
ciudad que nunca se calla, su idioma interminable de acero y cemento hace que
todas las noches sombras clandestinas hablen y caminen dormidas.
Resultaba inquietante el hecho de que no dijera
nada y yo siguiera mirándolo, se había convertido en una estatua clavada en los
cimientos del mundo para ser contemplado y simular un aire de triunfo inminente.
Pensé que esa actitud era la respuesta del fotógrafo que momentos antes retrataba
a su modelo para capturar la imagen que ella no quería ser y seguiría siendo. La dualidad de la idolatría en las fotografías,
en donde ella piensa que él es un subordinado a su disposición, pero sabiendo
que él tendrá la última decisión, el último click. Bastaron algunos minutos
para que virara sus ojos hacia donde yo me encontraba y sentirme petrificado,
sin ninguna posibilidad de escapar al espectro visual de su mirada. Y no es
que me mirara a mí, sino a la totalidad del espacio de concreto. Su boca
pesada y entumida por el frío comenzó a moverse.
-¿Escuchas?... (¿ocupamos frases en tercera persona para no
sentirnos tan solos?) El Tiempo y la
Ciudad están revolcándose, hacen mucho ruido, es un constante y belicoso latido eléctrico. Y no
es que el sexo no deba de ser salvaje, pero no hay ritmo, ni siquiera hay
instinto. Han olvidado cómo hacer música. Aun sin ser un humano, lo sé. Es
evidente que el Tiempo pasa y las cosas cambian con él, pero eso no debería ser
el Tiempo, creo que tan sólo es una parte del Tiempo la que quiere disfrutar y
la que se escucha.
El reflejo natural de la incomprensión hizo que mi ceño se frunciera
tratando de concentrar sus palabras entre mis ojos para formar algo que se asemejara
a una idea. No sé si él entendió mi expresión o prefirió ignorarme y continúo
con el soliloquio.
-Por más salvaje que el encuentro pueda llegar a ser, se podría seguir
escuchando al menos un suspiro acústico y enamorado. Me hubiera gustado
escuchar un chasquido de dedos melodiosos en donde realmente el Tiempo y la
Ciudad se entendieran, sobre todo esta Ciudad. Nací de y en ella.
Invariablemente todos somos hijos del Tiempo, pero muy pocos pueden ser hijos
de ciudades nocturnas. Todo es culpa de la falsa idea del Progreso.
En ese momento conocí la
paciguidad de un misterio que no terminaría de entender; hasta hoy. La forma en
que lo dijo, su voz tormentosa e implacable no ocultaban la escurridiza
nostalgia que lo albergaba. Nunca
había sentido la necesidad de romper la abnegación ensordecedora de la Ciudad con
el silencio para comprender algo que no entendía, pero que es necesario entender.
Inexorablemente el fluir de la perturbación recorría mi sangre. Ahora sé por
qué.
Creo que fue la primera vez que sus ojos se
concentraron en mi persona.-Es probable que a partir de hoy estés maldito, así
como todos nosotros. Además serás uno de los pocos mortales en entrar en los
libros de Historia Citadina, debería darte gusto. Serás un humano que burlara
su destino, no conocerás a la Muerte por más que la Muerte quiera conocerte, te
asediara con sus falsas promesas e incluso te seducirá, pero todo será inútil-
esas palabras fueron un golpe agresivo y veloz cual puño de boxeador, me
sacudieron.
Quise hablar, preguntarle a qué se refería, pero
esa noche (y las noches que seguirían) no pronunciaría palabra alguna.
-Tal vez en estos momentos no me entiendas y no
busco que lo hagas. Sólo quiero que sepas que este hotel será la prisión eterna
de la Historia y tú será unos de los custodios que la proteja- lo dijo como
esas llamadas telefónicas que notifican una cuenta pendiente por pagar.
Fue la primera vez que se movió de su sitio durante
el tiempo que estuvimos ahí. Se dirigió hacia mí y saco misteriosamente de la
bolsa frontal una libreta roja de apuntes. La portada tenía el diseño de un
paisaje panorámico que se ensanchaba sin fin debido a la forma esférica en la
que estaban dibujados los trazos. En la parte superior de la libreta se leía un
nombre extraño: Dr. Atl.
-Aunque no lo creas, esa persona podría ser un
personaje bíblico en mejor de los casos, y en el peor, un renacentista
mexicano. Si quieres entender lo que pasa o lo que pasará, más bien dicho, lo
que no pasará, léelo. Después de todo, estarás aquí en calidad de custodio
inmortal.
Fue lo último que escuché esa noche. Regrese a mí
cuarto y abrí el cuaderno…