> Arcanum VI: enero 2011

jueves, 27 de enero de 2011

Introducción a la Podredumbre III (El Brandy)

Ese hombre soy yo...

Por Diego Bang Bang


A veces uno se cierne sobre la tristeza, confina su cabeza en ese recoveco y describe un movimiento estrepitoso a su alrededor. No hay mejor forma de llamar la atención que caminar (cabizbajo) por la línea del dolor, el sufrimiento y/o la tragedia. Vive (ese hombre) enclaustrado en cuatro paredes ilosorias: esas paredes le muestran la esperanza, un horizonte prometedor y, sin embargo, el decurso de la vida --esa abstracción impúdica-- se ajustará al devenir de la melancolía. Alguna vez ese hombre ha padecido una enfermedad, sus huesos afligidos parecen quebrarse, su corazón empequeñecido palpita lentamente, su cabeza parece explotar en diminutos fragmentos... Quizá, ese hombre, piense en la Muerte o: ¿será que sólo pueda pensar en su muerte? Quizá cierre los ojos y encuentre el éter y, como animal entrampado, patalee en un acto inefable de desesperación.

Da vuelta en una esquina (cualquiera), busca algo en sus bolsillos y entra en la cantina más cercana. Busca, a la manera de los viejos tiempos, una mujer digna de ser deseada: una mujer cuya efigie esté labrada por la máscara masculina de Dios. Por supuesto, él no cree en Dios porque en su personalidad no existe la templanza para encontrar ese concepto, esa noción, esa vivencia. Por mucho tiempo formuló preguntas sin encontrar respuestas: ahora la vida se presenta en experientia. Todo su derredor son causas y efectos inmediatos, preguntas banales y sentimientos fugaces, caricias engañosas y promesas resquebrajadas...

En el tercer párrafo encuentra una bebida: la mira desde todas las perspectivas posibles. Una salida del caos sentimental, una entrada al averno animal, la caída de la formas civilizadas, Freud embotellado, el elixir Bukowskiano, el perenne aliento de un perdedor, la alcantarilla perfumada. Por fin bebe aquel líquido, levanta la mirada y la clava en el hombre a su lado: parece un perdedor igual que él. Ese otro hombre no toma whiskey ni tampoco vodka. Prefiere lo sencillo, prefiere un poco de brandy con coca. Su mirada (la de ese otro hombre) describe una línea recta al suelo: parece estar buscando un guijarro con el cual poder desprenderse de sus penas. Su barba escuálida soporta una gota de sudor, su cabello canoso tirita en el instante mismo que su mano desciende su vaso, su camisa desgastada cubre su flácido cuerpo. Ese hombre voltea, entonces, y profiere una sonrisa pusilánime hacia mí, en el instante lo reconozco: ese hombre desgarbado ha estado dentro de mí desde hace mucho tiempo. Su nombre, su nombre ha resonado mucho tiempo en mis tímpanos e incluso sus vivencias han marcado mi existencia... Ese otro hombre, tal vez, soy yo o tal vez es alguien más...

sábado, 15 de enero de 2011

Cinco Canciones de Amor y Un Universo Paralelo VI (Coda)


Por Diego Bang Bang
Yo me imagino que se tiene que batallar para dejarla y si usted la quiere bastante pues no es muy fácil para dejarla, hay que sufrirle para dejarla…
Porque sufro, yo te amo; entre más distante, más recalcitrante: El corazón aún palpita en lo más recóndito del pecho, en la deliciosa agonía de tu ausencia: algunos hablan de muerte simbólica, otros de desapego moderado; no hay tal cosa, tú y yo lo sabemos: sólo hay Uta, vino tinto con vodka, un beso en el mirador y “el calor de tu cuerpo en la noche sanando todas las heridas”… ¿Recuerdas?
Éramos prosa, nunca poesía: la prosa no siempre rima, la prosa es vulgar y llena de barbarismos; la prosa se escribe con las entrañas, a diferencia de la poesía del corazón: la prosa se lleva en un papel arrugado (papel que sirve para limpiarle las comisuras al borracho) y se confunde con cualquier boleto del metro o panfleto vil. Éramos prosa underground , pero éramos algo inédito y hermoso, tópico y dichoso, demoniaco, pero verdadero.
Porque sufro, yo te amo; entre más distante, más recalcitrante: Vaya ingenuidad pensar que pudiéramos terminar como amigos, ¿para qué? Si siempre fuimos los extremos, los cabos inconexos. Es, tú bien lo sabes, el amor a sangre fría (siempre me gustó esa expresión) por convicción, por decisión, por prolegómeno (cuasi-religioso). Nunca te lo dije, pero no hubo cosa más dulce que traer el pecho en vilo, abierto, rajado por tu ausencia: hasta en eso fuiste una delicia, hasta en eso fuiste mi influencia.
El corazón muchas veces me domina…
Porque sufro, yo te amo; entre más distante, más recalcitrante: Te imagino, esta manía de auto-flagelarme, en los brazos de otro, en la cama de ese mismo y en las caricias del ídem; te imagino pronunciando las mismas palabras de amor pero ante otros ojos y otra boca; te imagino explicándole el Love Metal, te imagino con Villaurrutia en el buró… A mí, por favor, imagíname en la Quinta Avenida o en Playa del Carmen o en Pamul esperando el amanecer. Aún no llega y me comienzo a resignar a esta ramplona oscuridad de expectativas de encontrar algo así de rijoso como fue lo nuestro.
Éramos prosa, nunca poesía: éramos la cruda prosa con sus inacabables comas y sus indignos puntos, llenos de muletillas (“Te amo” “Te odio”) sin retórica, sin teoría sobre el lenguaje (sobretodo el nuestro); tan sólo una prosa improvisada de pluma-cerveza-papel, tan sólo la praxis amorosa. Éramos esa prosa que se escribe sin sentido en las paredes de una ciudad derruida: la ciudad, la maldita ciudad, como único testigo de la caída, del derrumbe de la pasión.
Porque sufro, yo te amo; entre más distante, más recalcitrante: ¿te acuerdas como se nos acababan los rincones para devorarnos a besos (el verdadero lenguaje del enamoramiento)? Jugábamos a que yo era la barranca y tú aquella mujer dormida que se avienta impulsivamente, ¡vaya morbidez la nuestra!
En las canciones está el recuerdo…
Éramos prosa, mi querida Ariadna, nunca poesía: a veces la prosa se recuerda más que la poesía, a veces la prosa es más directa y menos intrincada; por el otro lado, la poesía (la infinita poesía) se busca todo el tiempo, pero cuando se es prosa parece que esa poesía se esconde, se amaga, se encapricha en sus figuras, en sus formas, en sus versos (sublimes)… Éramos prosa, ojalá encuentres la poesía.