> Arcanum VI: 2016

miércoles, 28 de diciembre de 2016

DosCeroUnoSeis

Por Diego Bang Bang

"Figúrense ustedes el pesar creciente, el ansia de huir, 
la repugnancia impotente, la sumisión, el odio".
J.C.O.

Traducir el título de ciertas canciones o el título de ciertos larga duración. Buscar la inspiración donde otros la han buscado: en el jazz, en las películas de Bergman o en algún teorema matemático. Leer entrevistas a los genios, a los maestros. Caminar Ciudad Monstruo. Ver las luces, los pequeños ojos noctámbulos, mientras se recuerda alguna carretera olvidada plagada de mariposas. Disponer de las ideas de otros, de los amigos, para plagiarles alguna mueca o para describir algún vuelco inesperado (Mexico City Turnaround). 

Regresar al seno cancerígeno/amputado de Ella. A la mirada, cómo decirlo, desvaída de ella mientras estimula la próstata. Pensar en el monolito tallado en piedra con piedra, en los callejones de la bailarina exótica en Taxco y en las notas anudadas del Flautista en Guanajuato

Recuperar el mantra erótico, también llamado tantra. Visitar, nuevamente, las galaxias difusas de la espuma cafetómana. La sonrisa de Ella. El olor de ella. Algunas fotografías blanco y negro, amén de sepia. 

Una pluma y un poco de papel olvidado, empolvado. Un ratón encerrado en el armario sin puerta. Los pequeños montículos de tickets y tickets y más tickets que administran la pobreza. Una nota escrita el 23 de enero de 2005: "[...] mi meta: ser escritor y crear imaginerías que tracen mis inquietudes". El infierno tan confirmado de Ella. La tranquilidad oceánica de ella. Una cita del dramaturgo/geógrafo escrita en un programa de mano como despedida. 

El Azar. El Caos. El Dolor. La Culpa. El año más frenético de la existencia. Veinte dieciséis.   

viernes, 11 de noviembre de 2016

Estelas

Por Diego Bang Bang

"[…] Stella da más o menos la medida de la visión de Hugo […]" 
Arthur Rimbaud 

1) Querida mía, aquí yacen tus rastros: tu nombre en la pantalla de la computadora a la espera de una contraseña. Un acertijo, un koan propios de nuestros días DC comics o de nuestras noches interminables con sabor a sushi. Tu sonrisa en la calle Victoria. Nuestro refugio erótico en los Laureles. Tus lágrimas reveladoras de las armas secretas. La música haciéndonos noche. Una botellita de tequila-amor el día de mi cumpleaños. Esta never-ending despedida. 

2) Se nos acabó la sustancia, mi amor. Y ni siquiera por el efecto de la exacerbada termodinámica. Fue por nuestro progresivo enfriamiento. Debido al gélido manto de la desconfianza. Por la intromisión de los fantasmas deambulantes en nuestra cocina embrujada. Por la malvada rutina. Por la inmisericorde estulticia. Espero podamos encontrarnos al final de la playa. 

3) Búscame en el Cementerio de los Corazones Rotos. En el cruce de los derroteros "Infidelidad" y "Desconfianza". Debajo de un árbol Nocilla Plastĭcus. Ahí estaré con un libro de Bolaño a tu espera. Recargado en el respaldo de nuestra lápida. Donde, algún día, podremos leer nuestro epitafio en stretto: "Te fallé. Me fallaste. Le fallamos a Morel". 

4) Le dicen "La Espeleóloga", porque gusta de andar en las profundidades. Primero juguetea con las anteras. Suele otear los filamentos mientras tantea parte de los pétalos y el sépalo. Se regodea con el estilo y el estigma. Justo después lambucea el terso receptáculo. Finalmente, termina por tragarse el pistilo por completo. Eso hace ella: "La Esteleóloga". 

5) Iniciática sangre vertida en el edredón. Decenas de cabellos revueltos en la almohada. Olor dioico suspendido en el aire. Un hermoso diorama. ¡Oh Estela!

sábado, 5 de noviembre de 2016

Las brujas

Por Diego Bang Bang
Loveable, she's good and bad
Mess around and you been had
Got a key and the master switch
She's my witch
Kip Tyler

Se presentan todo el tiempo como una farsa. Continua y continuada.

Su color no es el rosa ni el magenta. El glamour no pende de sus labios ni tampoco la elegancia pende de sus lóbulos.

No las encontrarás en ninguna rue o avenue. Ni persiguiendo a un felino ni tampoco las encontrarás en el famoso glíglico. Prefieren la melancolía a la fenomenología.

Las he visto besando una botella de vino tinto. Balbucean líneas de Eusebio Ruvalcaba. Hablan en matemáticas. Su teorema favorito es la entropía.

Sus ojos son hondonadas, pozos insondables. Sus senos te lanzan a precipicios escarpados o hacen que te arrastres hasta confundirte en su tumba.

Así las he conocido mientras paso por este río indefinido. Agazapado entre los contraltos de Ciudad Monstruo. Arrebujado en canciones de Kip Tyler. A la sombra de las sombras danzantes de brujas quemadas.

Diferentes de las femmes fatalitis. Ellas, las brujas, no inflaman. No son itis. Más bien pasman. Muerden. Son medicamento biótico contraindicado. Autónomo al entrar en el torrente sanguíneo. Algo más tóxico y mortífero que la estricnina.

Ellas fluyen independientes en la inmersión simbiótica de los sexos. Son el dedo medio travieso que excita al clítoris mientras el pene yace incauto e incautado en los recovecos vaginales.

Ahora mismo su sangre gotea en mi pecho. Atrapado estoy en su telaraña.

lunes, 17 de octubre de 2016

Dentro de un siglo

Por Diego Bang Bang


Si pudieras despertar dentro de un siglo
ya sin tanto nudo en tu interior
bastaría remover en los escombros
y ver que sigo estando junto a ti
La Barranca

Han pasado muchos años y el frío otoño descrito por Iván se ha desplazado en la línea temporal.

El pasado ahora importa más que el futuro. Me veo al espejo con demasiadas rampas craneanas e intermitentes remolinos blancos en la cabeza. Miles de líneas inconexas rayan mi cara y son estanques de mi fétido aliento. Mi espalda es una madera astillada y mi estómago un campo minado de úlceras.

Por fin puedo presentarte a Fauno. Un lindo gato nocturno. Desapegado a mí como la luna del sol. Y lo acepto: no es nada desagradable volcarse de amor hacia otra especie.

Hace mucho murieron mis papás. Mi padre de un segundo ataque al corazón. Mi madre de un paro hepático. Lloré mucho por ambos. Contarte también: mis sobrinas viven en distintos lugares distantes. La más grande en un estado del sur. La más pequeña en un condado de los Estados Unidos. Hace mucho no las abrazo. No obstante, paso mucho tiempo de mis tardes husmeando en sus redes sociales.

La política no resultó ser lo mío. Las cosas fueron de mal en peor. Nunca mejoraron. Nunca lo harán.

Me arrepiento de muchas cosas. Sobre todo, de haber creído en mí. En la posibilidad de haber escrito una novela. En tomar decisiones enfocadas a la realización intelectual. Ahora todo es muy claro: si la luz cae en las grietas, la confusión es pasajera. Luego de un año con dolores estomacales insoportables caigo en cuenta. El intelecto no suple, ni un lo más mínimo, la caricia viva de una mujer viva.

Hace poco encontré nuestra pequeña libreta amarilla. Sí, la misma llena de anotaciones lascivas y pesimistas. Todo el tiempo me negué a sentirme vulnerable. A dejarme llevar. Ahora me arrepiento. Aunque se lea estúpido. Y sólo me consuela un pensamiento: pensarnos en un universo paralelo juntos, quizá otra vida, con dos perros y un gato. Retirados en algún lugar de Ciudad Monstruo. Con una centena de discos en vinil. Con fotos de tu autoría en nuestra pequeña sala de estar. Con un millar de libros. Con tres restaurantes de sushi favoritos. Con nuestras patologías y manías, pero muy juntos. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Es tiempo

Por Diego Bang Bang 

La cuestión, he pensado en los últimos días, es buscar un primer párrafo. Poder empezar a narrar lo inenarrable, lo inefable. La tersura de tus finas manos, la consistencia ilegal de tu sonrisa, la construcción sombría de nuestras reiteradas presencias. En eso pensaba ya hace tiempo, en eso pienso mientras coloco las manos (¿las mías?) en las distintas texturas de este pequeño cuarto de guerra.

Lo siguiente, luego del prólogo, es una cuestión instintiva. Seguir al corazón (“[…] volvernos vulnerables, taciturnos y cabizbajos”) por conducto del estómago. Mejor aún, a través del infame hígado. Tan picado por la bilis derramada, por el trago y nuestros antibióticos: la confianza a dueto, los placebos carnales y las ficciones narradas en la música.

Luego de la cuestión instintiva, es necesario concebir las grandes ideas. Mejor aún, la caída de las mismas. La utopía construida a dueto. La estrategia distópica implementada por la “inteligencia” de terceros. Los espías, como diría aquel grupo inglés. Agentes infiltrados que nuestro imperio nunca pudo derrotar. Mucho menos cooptar. Imperio torpe, ineficiente, exento de las condiciones materiales para pasar al derrotero de la Historia Amorosa. 

Muevo las piezas (el celular, la lámpara y la silla). No obstante, la pieza permanece. Un pequeño cuarto de guerra. Donde no hay control de daños, porque los errores amorosos siempre son irreparables. Y entonces nuestro cantante favorito continúa: “el amor es un juego donde todos pierden”.

viernes, 1 de abril de 2016

El monstruo enamorado VIII

Por Diego Bang Bang

Mi vida ha sido una constante peregrinación. Un movimiento periférico suburbano en busca del centro citadino. Me definí mucho tiempo por ser una ondulación imparable que buscaba el extático momento de la quietud. Luego de encontrar un pequeño espacio en Ciudad Monstruo, luego de eso, decidí a empezar un escrito muy particular.  Un diario impersonal fue como lo definí. A continuación transcribo la primera de sus visiones.

Visión # 1

Ella, Raina, pequeña. Con una bella mirada inocente. Unos gigantes ojos límpidos. Sin la inocencia pisoteada. ¿Cómo llamarías a este tipo de fotografía? ¿Difuminada? ¿Textura sepia de recuerdo?

Te pregunto: ¿qué tipo de ave eres? Me dices: “pingüino”. Un pingüino que vende catarinas, complementas. Me quedó paralizado. Un universo así de turbulento no lo esperaba. Un ave que vende insectos. Guardo, de golpe, las monedas que sostengo en mis manos. Entiendo que a un mercader de esa calaña no puedo comprarle con moneda convencional. Doy media vuelta y camino para alejarme.

Al día siguiente regreso convertido en un reptil. Un reptil comerciante de besos. Propongo dos besos por cada catarina. Claro, además de las nimias monedas del día anterior. Después del jaleo, del coqueteo. Entonces sí… nuestro primer beso. Mi gruesa boca de reptil en tu tersa mejilla de pingüino.

jueves, 25 de febrero de 2016

Sólo estoy tratando de romper tu corazón

Por Diego Bang Bang

Nuestra historia fue de esas canciones impredecibles. De ritmo descuadrado, de estructura derramada, de armonía coloreada por un solo larguísimo pergeñado a través de colores pálidos.

‘¿De qué sirve un corazón que no ha sufrido?’, me decías siempre. Mientras apoyabas los codos sobre alguna mesa de bar o cantina. Luego supe de la raigambre de esa pregunta. Un plagio voluntario a tu dramaturgo favorito. Esa pregunta ya la habías hecho antes, con otros amantes, en otros tiempos. No importaba entonces, como no importa ahora, porque lacerar el corazón es una tarea inacabada todo el tiempo. Aunque en aquellos tiempos no lo supiéramos. Como no lo sabemos ahora tampoco. 

‘¿De qué sirve un corazón que no ha sufrido?’, vuelvo a escribir en la orilla de una hoja rota. La pregunta invisible para los neófitos del dolor. Pregunta perdida que regresa a las manos del zapatero; a los pies del triste amanuense. Por magia volitiva, la llevo en lo más alto de las manos y en la parte más baja de los pies. Repta a lo largo de todo mi cuerpo. Llega al corazón y vuelca. Como vuelcan las olas en su naturaleza más ignota.

Y, sin embargo, alguien siempre debe hacerlo. Desde la punta más impúdica hasta la base más furibunda. Romper el corazón. Partirlo, dividirlo, escindirlo… ¡Oh Jesús… etcétera!

Desde aquel día fuiste invierno fantasmal, un pequeño infierno presencial. ‘¿De qué sirve un corazón que no ha sufrido?’, para entonces sólo un espejismo tramado por las flores de invierno del Río Nevá. Entonces lo supimos: el amor es una plaga y deja marcas criminales en la piel. ¡Oh Jesús… etcétera!

No te equivocas cuando aseguras que he estado bebiendo. Tampoco te equivocas al pedirme que asesine la avenida del pasado. Pero antes debía desaparecer en el resplandor citadino.  Para poder desvestirte nuevamente. Raina, deseo vehementemente volver a brillar en tus hermosas pupilas. ¿En qué estaba pensando el día que decidí romper tu corazón?

Nuestra historia fue una de esas canciones llena de versos tristes, construida a través de cuestionamientos pueriles. De ritmo descuadrado, de estructura derramada, de colores pálidos. Y, sin embargo, siempre alguien debe volver a ejecutarla.

Te amo, Raina. Tan sólo soy ese hombre que te ama.

miércoles, 6 de enero de 2016

Periferias del Narco II

Por Diego Bang Bang 

Conocí a Samuel Fierro un otoño. Luego de la caída de muchas hojas. Justo cuando ambos necesitábamos congelar nuestro pasado, algunas penas y muchas lágrimas. Nunca en mi vida he vuelto a conocer a alguien con tal fortaleza para congelar sus sentimientos. Quizá por eso nos unió el calor de la bebida. Porque derritió esa sustancia que de vez en vez debe fluir hasta inundarlo todo. En algún cartón de cerveza esa esencia nuestra aún espera.

De él recuerdo sus pómulos y las yemas de sus dedos. Músculos redondos intercambiables en su biología. Lo mismo los forzaba para abrir una caguama que para reír mientras la tomaba. Ambos tejidos se juntaban cuando en el punto más alto de nuestra embriaguez las lágrimas brotaban. La redondez de sus yemas se extendía sobre la biología redonda de sus pómulos.

Fue en una de esas noches de derretimiento cuando conocimos La Boca del Lobo. La trampa perfecta de la droga. Diseñada por una máquina esquizofrénica repleta de banalidades. Porque no hay nada más absurdo que pagar por algo sin importar el precio y además correr el riesgo de ser castigado por ello. Quienes no conocen este artefacto chiflado, no conocen el fundamento de los últimos quinientos años.

Aquella noche habíamos bebido en exceso, como de costumbre. Amparados por cajas de refresco y cartones de cerveza. Por el negocio familiar de Fierro, por el carisma de Jonás y de su tienda. Como en todo coctel, necesitábamos la parte final. La cereza, más bien el chantillí. Entonces subimos en un taxi por segunda o tercera vez en la noche.

Nuestras voces cortadas precedían el sólido carraspeo indetenible de nuestras placas dentales. Las fosas para entonces ya eran flautas desafinadas. Mientras avanzábamos las luces/sirenas también cortaban nuestra visión o, mejor dicho, la visión. Samuel miraba el retrovisor del lóbulo lateral del cerebro; yo, el retrovisor central del corazón. Un hilo blanco iba de la cruz blasfema de la nariz al oído fino de mi acompañante también amigo. En ese entonces, pero quién sabe ahora.     

Para cuando bajamos del taxi ya éramos la presa perfecta. Habíamos entrado en la zona roja. Cualquier mano de arbusto, cualquier nervio de piedra, cualquier animal insecto podía tomarnos. Desgarrarnos, penetrarnos o simplemente engullirnos. Por diversión o por genuino placer, eso francamente ya no importaba.

Poco tiempo después se confirmo, lo confirmamos. Sombras de la máquina chiflada, del artefacto esquizofrénico comenzaron a avanzar hacia nosotros. Forcejearon con la poca conciencia de nuestros cuerpos. Con la inútil flexibilidad de nuestras mentes. Poco después caímos en cuenta: aquel lobo, el único lobo, el de la trampa perfecta, nos masticaba a sus anchas… Con placer y a placer.

Nunca más volví a estar tan cerca de Samuel, como ese día en La Boca del Lobo. Fuimos la misma sustancia, una combinación de cerveza, cocaína y amistad genuina. Afortunadamente, el apetito de la máquina estaba saciado. Por eso nos escupió. Desgraciadamente, no trascendimos a las entrañas del Lobo. Pudimos haber sido algo, casi antihéroes, en esta nefanda trampa perfecta.