> Arcanum VI: 2019

jueves, 14 de noviembre de 2019

Ellos y nosotros


Por Diego Bang Bang 

Ellos, los de los telescopios, dicen, cuentan y aseguran que algún día podremos tener una teoría explicativa total del universo.

Nosotros, los de los libros pequeños, tratamos de vernos y entendernos en las peleas diarias del transporte público y en las charlas intrascendentes de los que nos rodean.

Ellos, los de la Energía, dicen, cuentan y aseguran que el sol se convertirá en una estrella enana concentrada.

Nosotros, los de los fugas de agua y gas, tratamos de vernos y explicarnos en el desabasto de comida, en las pocas oportunidades de la vida.

Ellos, los de las matemáticas, dicen, cuentan y aseguran que una luna de Saturno es parecida a la tierra.

Nosotros, los de las telenovelas, sabemos que un barrio pobre de la India es igual de feroz que un barrio pobre de Honduras.

Ellos, los de la imaginación exacta, dicen, cuentan y aseguran que nada en el universo puede viajar más rápido que la luz.

Nosotros, los de la imaginación perversa, sabemos que nada puede viajar más rápido que las noticias trágicas y la marea violenta.

Ellos, los de derecho propio para censurar la palabra Dios, dicen, cuentan y aseguran que los hoyos negros cargados de gravedad devoran todo lo que les rodea.

Nosotros, los del silencio del Dios, sabemos que la ambición lo devora todo. El dinero lo devora todo.

Ellos, los de los secretos guardados en bóvedas, dicen, cuentan y aseguran que la Tierra se defiende del Sol.

Nosotros, los de las penurias familiares, sabemos que hay que defenderse del otro, del prójimo, del vecino y, a veces, hasta del hermano.

Ellos, los reivindicadores del positivismo, cuentan la vida de los grandes, de los suyos, de quienes pudieron cambiar el decurso de la historia con la razón.

Nosotros, los sin ciencia, sabemos de la imposibilidad para cambiar un ápice de la historia.  De nuestra historia. El día de nuestra suerte no ha llegado y no llegará…

Tú y yo, los de la laguna matutina, imaginamos a los que dicen, cuentan y aseguran. Palpamos a los que tratan, saben y no pueden. Tú y yo, perdidos y encontrados en esta laguna.  

martes, 10 de septiembre de 2019

No talles más, Sonny

Texto basado en el cuento “Llama el teléfono, Delia”

Por Fernando León Baltazar

“Pero vuelven, lloran, se revuelven, 
se acomodan y se quedan.”

Juan Carlos Onnetti

Me duelen las manos tanto como a Delia, o inclusive más. La espuma del jabón también se ha enconado en las grietas de mi piel de tanto tallar la loza, los nervios de mis articulaciones mantienen un dolor áspero y necesario, trizado de pronto por lancinantes aguijonazos.

Al igual que Delia habría llorado, pero me contuvo la sensación de estar expuesto ante tantas miradas desconocidas aun cuando nadie me veía y sabiendo que no estaba Babe. Además, el apaciguamiento del recuerdo de Thelma sucedió en múltiples noches pasadas, cuando juré que no volvería a llorar por ella, por su ausencia. Sería degradarme por una pérdida más, como si no hubiera entendido que la vida antes que todo está compuesta de pérdidas, separaciones y muertes que ocurren a cada instante. Aunque debo reconocer que su ausencia tenía un peso distinto, el  peso de lo infinito. Nunca olvidarla en los días de insomnio y siempre recordarla en las noches de lucidez: su ausencia se encontraba en todas partes. El recuerdo de Thelma se había convertido en el fantasma que se empeñaba en aparecer siempre en la morada de mi ser. 

Es preciso que me apresure a tallar los platos engrasados de comida y desperdicio que ningún mendigo como yo desea tirar a la basura, porque se apilan cada vez más, al igual que las ollas y sartenes que parecen bañados de salitre. Aunque es la mirada de los meseros lo más me apura, siento su odio irreflexivo porque ellos no están para entender mi temor al agua.

Sé que al abrir nuevamente la llave de agua su fragancia se traducirá en ese cuerpo que pensé sería mío eternamente, pero después de que terminábamos de coger y la abrazaba se me escurría porque su consistencia no estaba destinada para ser poseída (pero sí poesía) por siempre para alguien como yo, ni como nadie. Tengo miedo de que en el momento que abra esa llave mi cabeza se anegue de recuerdos y deseos que es la distancia más grande que ahora hay entre nosotros. Y es que aún con esa cantidad mínima de agua cuando tallo los platos siento como la espuma del jabón exfolia mis manos sintiendo las caricias y saciedades que me brindó Thelma.

Cierto, al principio tallaste con pericia y frenéticamente los trastes porque sentiste que a la par que lo hacías removías y limpias la sustancia de ella. Querías que tus manos reblandecidas por el agua sacudieran tu cabeza mientras veías la sangre correr sobre tus dedos, porque no te habías dado cuenta de que era tu sangre, pensaste que era agua sucia. En ese momento deseabas que la ausencia de Thelma se convirtiera en una medusa que serpenteara su historia y petrificara todos los instantes eternos que habían vivido para después hacerlos añicos.

Pero no pudiste ser el lavaloza alquimista que te trajo aquí; además fue la pobreza la que te puso en ese lugar. La verdad no sé porqué te empeñas en convertir todo en literatura cuando sólo te ha depositado en esos derroches de inmundicia, hostilidad y dolor. Todo se vino al traste cuando recordaste que las palabras eran la única distancia de su realidad, porque ahí empezaba la otra, la que ronda por el otro lado y la que muy pocos saben vivir, o más bien, soportar.

“Cada molécula de mi ser llevará guardada
una partícula de la vez en que nos besamos primero.
Y ni el mar de Veracruz era tan azul como mi alma
ni la noche tropical brillaba igual que tus ojos.

Cuantos kilómetros viajé para recorrer despacio
cada milímetro de su piel en la madrugada.
Y ni el mar de Veracruz era tan azul como mi alma
ni la noche tropical brillaba igual que tus ojos.

Déjame oír el rumor del mar que llevas dentro,
el caracol donde se enredó mi vida…”

Esa canción de fondo te transportó a ella como un golpe energético, a los paseos que la intemperie les tenía destinados mientras caminaban no sé si al principio o fin de la playa, pero siempre llegaban a ese cúmulo de caracoles. Ella tomaba alguno de ellos y le susurraba lo que después te diría es el secreto de la vida. Y siempre que le pedías que te dejará oírlo lo aventaba al mar porque te decía que prefería que lo oyeran los peces u otros hombres. Eso en verdad a ti te ponía fúrico pero después con una sonrisa y su voz acuosa te explicaba que si alguien oía la voz de una sirena podía morir. Tú sabías que sólo trazaba la antesala a tu agonía. Aunque eso no te importó y seguiste buscando cuál era el secreto de la vida…

Recuerdas cómo disfrutabas verla en bikini, porque la mujer en el agua es espléndida. Una vez que dejaba el temor al frío y la veías sumergirse asistías a un acontecimiento inusitado de la naturaleza. Te acordabas irremediablemente de lo que decía Eusebio Ruvalcaba, porque comprobabas que era verdad: “parecía que había caído una estrella fugaz, o una nube con forma de mujer”.

El arte es pasión. Fue justo lo que te dijo cuando terminaron de ver La forma del agua. Nunca supiste que esa película se convertiría en el nacimiento de su historia. Sí, un monstruo enamorado de una muda que sin resultar ser una sirena te enseñó que el silencio es la mejor forma de seducción y tortura para los hombres. Ya sin nadie en la sala, chupó sus dedos y los metió en su sexo. Después te dio a probar su humedad y con una seña te dijo que guardarás silencio…

Serías un mentiroso si dijeras que te acuerdas de todas las veces que hicieron el amor (tal vez eso debas agradecérselo), pero puedo creerte cuando piensas en lo que más disfrutabas. Siembre disfrutabas lamerle la axila porque de ahí emanaba un sudor diferente al del resto del cuerpo y eso los excitaba demasiado a los dos. De hecho, te gustaba hacer una mixtura de todas sus segregaciones. Si había llorado por alguna pendejada tuya o un malestar emocional también te gustaba chupar sus lágrimas porque te recordaban a la inmensidad del mar, después dirigirte a su axila para continuar jugando con tu lengua sobre su cuerpo. En sus senos no sólo te gustaba concentrar tus manos y lengua, inhalabas ese candor tan particular que hay debajo de ellos… Ciertamente después nacía una bestia agonizante.

Sé que has aprendido de muchas mujeres, pero Thelma es una quimera de la existencia en la vida de los hombres. Con un beso podía dejarte mudo, con una palabra te hacía enloquecer. Una mujer en la que gravitaba el talento y la seducción. De su cuerpo emanaban ideas existenciales y de su boca verdades desconocidas. Thelma es una mujer de edad indefinida y sensualidad dominadora, capaz de cavar hasta dejarte vacío o de llevarte allí donde todo es un acogedor y dilatado silencio...

Me gustaría decirles que nos amamos para siempre, probablemente para mí sí, seguramente para ella no. Pero lo único que puedo pensar cuando pienso en Thelma, es en las palabras de un hombre que podría gritar Eureka... Eureka... la encontré, porque todo recuerdo sumergido en la memoria, de mujeres como ella, experimenta un empuje vertical y hacia arriba al peso de las sensaciones desalojadas. En la serendipia de mi hallazgo sólo encontré que mi ser descansa en su espíritu, vive en su razón, goza en su amor y adquiere conciencia sólo en mi dolor. 

lunes, 1 de julio de 2019

Ciudad Limbo: Nostalgia de sonidero

Por Diego Bang Bang

Fumabas, acodada, en una de las ventanas del hotel. Desde la cama veía cómo las luces de neón iluminaban tus pecas. Vestías la misma blusa de la primera vez que hicimos el amor. Una blusa adornada con gatitos. No sé si vestías un pantalón corto de mezclilla, pero así prefiero recordarte. Tus medias reticuladas y tus botas grises altas. Soltaste una bocanada más hacia la calle. El humo se dispersó antes de poder tocar el letrero: Hotel Parroquia.

― ¿No te entra una nostalgia rara al escuchar a lo lejos un sonidero?

― ¿A ti también te pasa?

― Sí. No sé si sea algo de mi infancia.

― O algo de la infancia. En general.

― Me imagino cosas. Y también recuerdo cosas.

― ¡Los sonideros para nosotros son los olores cortesanos para Proust?, dije en tono de pregunta burlona.

― Aunque lo digas de broma. Algo de ello hay.

En ningún momento volteaste durante nuestra conversación. Concentrabas tu mirada en un horizonte lejos. A lo mejor en alguna de las nubes que comenzaban a formarse como punto de fuga de aquella noche. 

― América Latina es una tierra melancólica.

― Ya me lo habías dicho. Siempre dices lo mismo.

― En verdad lo creo. México es una de sus capitales.

― Ciudad Limbo es uno de los focos rojos, ¿no?

― Absolutamente.

Unas pequeñas gotas comenzaron a descender. Comenzaron a mojar las letras del neón. Apagaste el cigarrillo con la suela de tu bota. Cerramos la ventana y el sonido de un acordeón se fue extinguiendo. Caminaste hacia la cama mientras desabotonabas tu blusa. Las pecas de tu cara, todavía en neón, es mi último recuerdo de aquella noche. Antes de las luciérnagas en Tlaxcala.

miércoles, 12 de junio de 2019

Llueve

Por Diego Bang Bang

1) La lluvia es una espera obligada. Hay que detenerse para dejarse besar por ella. En cualquier azotea, en cualquier balcón. Abrir la boca y sacar la lengua lentamente. Paladearla. Dejarse inundar vertiginosa y verticalmente por ella. La lluvia es una espera obligada. Se absorbe a la piel. Una vez que pasa la espera, la lluvia se evapora en forma de aliento. Lluvia: mi aliento, tu respiración. 

2) La lluvia disuelve también la ansiedad. Eso se entiende cuando abandonamos la cantina Complot Mongol y nos reciben las húmedas calles de Ciudad Monstruo. Limpiamos las suelas de nuestros zapatos al pisar los pequeños charcos. Mientras avanzamos también limpiamos esa inmensa ansiedad por la existencia. Paramos para mojarnos los labios. Sabemos que sólo la Rueda de los Tiempos detiene el agua. Por eso pedimos otro mezcal y platicamos de la muerte. De la muerte de Benito Juárez, de nuestra próxima cita: a las puertas de un panteón y a la siguiente lluvia.

3) Hace apenas dos horas llovía tu cuerpo, escurría. Una luz furtiva, mortecina de placer, iluminaba elegantemente tu cuerpo. Tus senos dos faros en medio de la oscura noche del placer. Un leve sonido de placer, un grito voluntariamente ahogado. Gotas de lluvia en tu cuerpo, de otra lluvia. No la misma que tocó a mi ventana la primera vez que dormiste en mi cama. Tu lluvia, única e indisoluble en mi boca.

4) Llueve en tus ojos y llueve en los cielos también. Con los ojos henchidos por el dolor. Con la voz cortada por la tristeza. Así naufraga en mi memoria uno de nuestros últimos recuerdos. El más fatal quizá, el más funesto sin duda. Tendida a un lado mío, vestida. Sin el roce característico de nuestros pies. Sin tu nariz/boca en mi cuello. Con una mano haciendo tierra en el suelo de mi cuarto. Vestidos porque la ropa ya no es una forma del erotismo. Luego de aplazar el después y anticipar el antes. Con la maldición del diablito alebrije traída desde Oaxaca. Con los últimos chistes en Playa Cometa B-612, tan agustinillo, y con un par de balsas en sendas caras. Llueve en tus ojos y llueve en los cielos también. In ma on nell nonquiz 

5) Suspiraban lo mismo los dos… y ahora son parte de una lluvia lejos.

martes, 14 de mayo de 2019

Mosquitas panteoneras

Por Diego Bang Bang

Cientos de mosquitas comenzaron a pulular mi casa en los últimos días. Mientras reviso de manera periódica pienso en la razón de su existencia. Todos los días recorro la casa con un matamoscas para tratar de disminuir su número, pero luego de tres semanas no he logrado tener éxito. Un día se concentran en mi cuarto (los días más tristes) y me hacen pensar en nuestras noches llenas de sexo; me hacen pensar en nuestros cuerpos recargados mutuamente para atravesar las noches más difíciles (tu ansiedad, mi ansiedad). Algún otro día se aglutinan en la cocina y me recuerdan que nuestro amor comenzó por el paladar. Cuántas cosas no entendí de la comida a tu lado. Cuántos sabores y nuevas texturas, también comprendí las numerosas enfermedades del estómago. A veces aparecen en el baño, nuestras espaldas mojadas y tu aguante a mi forma pauperizada de existencia. Algunas se estacionan en los laterales de mi sala derruida y vuelan sobre nuestro primer beso al amparo de la impunidad alcohólica. 

Estas mosquitas dibujan formas que he decidido no mirar. La fotografía nunca tomada de nuestras caras juntas o bocetos insólitos de los lugares paradisíacos a los que alguna vez fuimos. 

Una de estas noches, cortado por el insomnio, pensé en la relación de las moscas con los cementerios. Incluso existe una subespecie que llamamos de manera coloquial como panteonera. Estas mosquitas pululantes son esa parte de ti que muere en mí. Y mi casa es su cementerio. Estúpidas mosquitas panteoneras.