> Arcanum VI: agosto 2010

sábado, 28 de agosto de 2010

Meridianos del Deseo III

Imprecisas Reglas de Deseo

Por Diego Bang Bang

La mariposa en su omoplato derecho revolotea en círculos por el lugar, su tinta azul se pasea frente a mí (irresistible). Su cabello se desvanece por su hombro izquierdo, de tanto en tanto su mano del mismo flanco lo alborota. Su voz se alza, por momentos, en la bóveda colorida: es una filigrana de sonidos. Una mesera, pero no cualquier mesera. La más bella que haya visto en una pulquería; una hermosa emisaria de Mayáhuel. Mientras el pulque de ajo se consume en mi paladar (sediento) sus ojos reverberan en los espejos del lugar, sus caderas invitan a la mirada en aquel entallado pantalón… Simplemente un borracho más en Las Duelistas… así me siento al desearla. Me imagino el olor de su cuello, de su cabello, de su sexo. Instantáneamente una erección se prepara bajo la bragueta de mi pantalón, no puedo, simplemente no puedo, dejar de pensarla desnuda… Su piel sabe a amargo chocolate, sus senos irrigados de pulque rosado de piñón son firmes al tacto… Y ni hablar de sus abultadas piernas, exquisitos bloques de carne tersa. Me imagino un tatuaje prehispánico en su pierna izquierda: una salamandra hambrienta que invita pasar a su jugoso sexo. Sus ojos no me han volteado a ver en la hora y cuarto que llevo en este solitario banco. Soy, sin duda, un borracho más escribiendo imprecisas reglas de deseo.

jueves, 26 de agosto de 2010

Meridianos del Deseo II


Lost In Translation

Por Diego Bang Bang

Esa mujer… esa mujer describe un hermoso meridiano en mis fantasías nocturnas: es un Greenwich erótico. Al ponerse la capa de las estrellas su refinada boca arde como la zarza flamígera en oposición a la nieve desparramada sobre su piel; el ecuador comienza en sus menudos senos—relieves famélicos de caricias—se escurre por ese sedoso esternón hasta dirimir una batalla mágica en los bordes de su pelvis.

Tu calzoncillo de bolitas me recuerda a la bella niña Charlotte aunque yo no sea un viejo aburrido en Tokyo: se adhiere a la piel e invita al Lolita desire. Antes de magullarlo me gustaría que caminaras en la habitación, deambularas con un par de zapatos de tacón: la paradoja de la vitalidad sexual y la seguridad erótica.

Sus vertebras se dibujan más allá de los ojos escondidos tras los dedos—la ínfima blusa negra ha caído—sus omóplatos (remolinos de nieve) se ocultan al deseo y prefieren que la mano busque en la espalda baja: en ese punto sensible, oscuro por naturaleza. Instante seguido un par de modestas nalgas asoman al encuentro animal, reptan en sus movimientos vibratorios (si la boca anduviera no dudaría en morder) y sus muslos se convierten en los soportes del deseo aterciopelado.

Tu cabello se desliza sobre tu hombro izquierdo y desemboca en la cúpula de tus menudos senos; tus ojos miran perdidos una odisea cotidiana y prefiero embelesarme en la sensualidad del discreto piercing de tu nariz. La luz se refleja en tu delicado cuerpo, esa luz te convierte en una entidad pornográfica y esta obsesión por tu fotografía me convierte en un extraviado voyeur

martes, 17 de agosto de 2010

Meridianos del Deseo I

Quimeras sobre sus ojos

Por Diego Bang Bang

Me miran, en clase, por primera vez; después huyen. Por momentos parece que regresan con más fuerza sólo para huir de nueva cuenta.

Se asoman con dulzura a una ventana enmohecida; mientras los míos auscultan la delicada punta de su pequeña nariz.

Son pozos insondables, oscuros, misteriosos… Ahogan al enamoradizo, lo dejan en zozobra, temblando en el gerundio del deseo.

Se escapan con un par de ojos deseosos (los míos) a la orilla del universo para poder mirarse por tiempo indefinido; quizá nunca se cansen.

También se entregan en un cuarto menudo (el mío) y se cierran al llegar al éxtasis. Sus ojos ya no sólo son sus ojos ahora son los ojos del placer.

Resplandecen en la oscuridad mientras su boca susurra tiernas palabras de amor.

Se abren a todo su esplendor cuando, desnudos en la oscuridad, nuestra energía mengua en una noche inolvidable.

Se buscan a sí mismos, como acto de coquetería; se cierran para mostrar las palmeras ardientes que los guarecen.

Los encuentro en mis sueños, me atrapan con un magnetismo irrefrenable, describen la más hermosa melodía… Les escribo por no poder pintarlos.

Contrastan con su blanca piel… como el deseo contrasta con la muerte.

jueves, 12 de agosto de 2010

Tristeza en los Senderos II


Profunda Tristeza

Por Diego Bang Bang

La humareda delante de su rostro es una cortina muy adecuada para despotricar verdades del corazón. El señor Dylan, con la mirada perdida en algún punto del éter, me cuenta su desencuentro con aquella modelo que le rompió el corazón. Me cuenta el sublime descenso de su corazón, tan sublime como para poder escribir un álbum completo al respecto. Le digo que las canciones del Blood on the Tracks son un epitafio hermoso y vergonzoso para todo amante. Por un momento alza la mirada (¿la mirada de un camaleón?) y con sus penetrantes ojos me pregunta que si alguna vez le he leído alguno de sus poemas a una mujer. “Las mujeres prefieren a Cohen”—musito. Una sonrisa socarrona comienza a elevarse en sus comisuras: “a veces yo también prefiero a las Suzzannes, a las Saharas”. ¿Y qué hay de las Johannas?—le reviró. Esas mujeres… más precisamente esa mujer no es una mujer cualquiera. Es un vampiro: en cualquier momento hinca sus colmillos en tu aorta, te succiona y, como acto de contrición, te complace por última ocasión—asevera Mr. Tambourine Man. Acto seguido coloca un par de lentes oscuros en el relieve de su nariz, por momentos pienso que lo hace como acto provocador de la conciencia: “no me mires a los ojos, mejor mira tu reflejo”, parece que aseveran esas gafas. Los hielos suspendidos en la superficie del whiskey oscilan traviesamente a causa del movimiento discreto de su mano: “A veces la poesía es un buen escondite para el mentiroso, para el falaz” dice inesperadamente. “A veces uno quisiera esconderse, a veces uno quisiera tener alas prolijas para emprender el vuelo…”—asesta de nuevo. Mientras su mirada vuelve al no-lugar & no-tiempo pienso a dónde volaría yo, a dónde si tuviera las alas doradas de la Templanza… También pienso en si tuviera un ala herida y estuviera agonizando en un descampado, qué pensaría entonces en ese momento… ¿qué sentirá un agónico en su lecho de muerte? ¿Acaso al igual que yo tendría a su malvado ángel de la desgracia a lado (¿alado?)? Fijo la mirada en la oscura efigie del mentiroso favorito de todos los tiempos y creo reconocerme en esas arrugas que siguen componiendo canciones tristes, canciones de amor, canciones de profunda tristeza.

domingo, 8 de agosto de 2010

Introducción a la Podredumbre II (Retrete # I)


Stuck Inside a Bathroom With The Atajo Blues

Por Diego Bang Bang

Voy a picar una línea en un solo de blues… Este blues no es cualquier blues, no es el blues de los negros esclavos tampoco el blues de José Cruz. Este blues no pretende innovar ni decir ninguna verdad (para eso está el rock progresivo o el art rock); este azul sólo quiere inclinar un poquito el plano existencial hacia la dulce tristeza, hacia la melancólica soledad, hacia la ardorosa podredumbre.

“Todo huele a cocaína” pensó Ismael mientras en sus manos sostenía una diminuta navaja…

Ismael se encontraba en el baño presionando el sangrado que le había causado la excesiva fuerza al inhalar. Frente al lavabo, más allá del pequeño garaje en algún punto del orbe, su corazón seguía latiendo empujado por la fuerza del alcaloide… Sus pequeños ojos se paseaban por el cuarto en busca de más papel. El sangrado ya había comenzado a raspar las paredes de mucosa nasal y requería de más presión, pasaba por su garganta y su estómago comenzaba a pesar más de lo normal. La sangre se sentía como un veneno insondable, peor aún, un medio propicio para la autodestrucción. Vaya contradicción: irse degradando más y más mediante el líquido vital. De manera sintomática su lengua se paseaba desesperadamente por su boca y rascaba aquellas hendiduras en la queratina de sus muelas; después de ahondar los pozos con caries, el parlante órgano limpiaba la parte interior de sus labios.

Ismael buscó el pequeño espejo del baño para mirarse de frente, su pálido rostro demacrado lo hacía pensar en pedir ayuda a sus padres. ¿Y si lo mejor fuera acudir a un médico para parar la hemorragia? Cualquier otro lo hubiera hecho inmediatamente, pero él no. Desde pequeño había tenido una imagen en la cabeza, a manera de visión: un adolescente tendido en algún piso de concreto muriendo a causa de un detalle, de una situación reversible, de una imprudencia, de una pequeña hemorragia nasal. Era extraño, a veces en sueños también aparecía la imagen pero con movimiento. Inmerso en la atmosfera onírica, a veces, él podía convertirse en ese adolescente; otras, podía acercarse al agónico (¿tonto?) y susurrarle al oído palabras de sabiduría ancestral.

Repentinamente un pensamiento aislado se fijó en su mente: “Debo tranquilizarme, no quiero morir”…

Sin embargo, en la hondura de la sinceridad sabía que si él lo quisiera, si realmente lo quisiera, en ese momento su existencia tendría en bien acabar. ¿Qué sentido tenía la existencia? El mundo frío era transparente en aquel perverso mandala formado de atrocidades arregladas conforme a los preceptos de la droga: si uno no caía por voluntad propia no faltaría el miembro distinguido de la sociedad que por 10 $ la hora le podía tirar a uno en algún canal, en algún deshuesadero… en partes si la ocasión lo requería.

Hincado al filo del retrete, Ismael atrajó angustiosamente la sangre por el conducto nasal hasta detenerla en su garganta. Desde ahí la expulsó en forma de escupitajo: aquella madeja de sangre y gargajos chocó con el agua que reposaba en la tasa. Al disiparse las ondas producidas por el impacto líquido, el agua le reviró una imagen translúcida de sí mismo, como si fuera la imagen de un fantasma o de un objeto a punto de fenecer. Era el trago (¿amargo?) inapelable de la muerte, era el sublime blues de un mentiroso (José Cruz), era el-atajar-la-realidad con un slide orgásmico pero mortal, era el Narciso contemporáneo: aquel que no bebe de las dulces aguas de un frondoso río sino aquel que ineluctablemente bebe de las podridas aguas de un retrete.