> Arcanum VI: abril 2018

domingo, 8 de abril de 2018

Las brujas son el poema de la noche


Por SonnyDe_Lorean

“Las brujas tienen que ser malas.
Yo quiero ser la más mala de todas.”

Veneno para las hadas

“Cuando la noche y las brujas se juntan nada bueno puede suceder”. No recuerdo si fue algo que aprendí de un cuento que mi madre me leía para dormir con la inclemencia del miedo o la compasión, de un consejo apremiante dicho por un vagabundo para darle unas monedas o un beso, o de la introspección vivencial de un futuro para el olvido, pero fue una frase que me sedujo y aprendí a perseguir contra toda voluntad.

Escribir, hablar, recordar, pensar, idealizar, imaginar de ella la primera vez que la vi, es hacer del infinitivo la sustracción de un tiempo inacabado y etéreo, es convencerte de que nunca más volverás a ver el mundo de la misma manera y creer que el principio y fin nunca existieron.

Lejos de la confabulación que se ha encerrado en el imaginario popular de que las brujas son seres que despiertan el arte de la seducción por su cuerpo de fábula y su cara de ensoñación, nada está más lejos de ser cierto cuando dirigió su presencia con un “Buenas noches”. Formalidad o conjuro diabólico para que la noche se estremeciera con la profecía de pertenecernos y con la videncia de saber que albergaríamos nuestras diferencias naturales, yo como simple humano, ella como médium de la inmortalidad.

Su conjuro fue un llamado entrañable al instinto de la bestia agonizante. Desde el momento que la miré supe que en las brujas lo inusual es hacer renacer el instinto de nuestra existencia porque despiertan un sentimiento moribundo: la lucha de la pasión contra la conciencia para perderse en el camino del encuentro. Ambos -pasión y conciencia- enseñan los dientes, destellan bravura, muestran sus armas para aniquilase, pero ante la presencia de la adivinadora de suertes no queda más que conciliar texturas y limar perezas, ser un tapete de su designio.

Pudiera describirla como un sincretismo de la diversidad existencial: ascendencia judía, descendencia eterna, piel fantasmagórica, complexión sustancial y hermeneuta de nuestras necesidades. Su soltura y estilo sólo eran reflejo de su carácter felino, la recuerdo siempre elegante y cautivadora. Pero lo que más me perturbó y fascinó aquella noche, fue la conjugación de su mirada y su nariz, tenían la perplejidad siniestra y amenazante de los cuervos. 

Una charla casual, sin muchas banalidades, pero su cercanía y presencia me revelaron misterios que no conocería ni viviendo mil vidas. Todos sus movimientos fueron de una sutileza digna del erotismo. Incluso la manera como tomaba su vaso, lo meneaba imperceptiblemente hasta llevarlo a sus labios, sin dejar de mirarme. Una gota escurrió de su boca y me invitó a que la limpiará con mi lengua. Lo hice. Con ese beso aprendí que desear y recordar a una bruja es lo mismo, porque se bebe del mismo río ya que la cura está en el veneno: me convirtió en un ser maldecido que buscaría una pócima de amor para el olvido.

Me tomó de la mano y salimos de aquel lugar. Mentiría si dijera que volamos mientras caminaba a su lado, pero con la soltura de su andar sentí mis pies ligeros y mi existencia liviana. Cuando llegamos a su casa la oscuridad era un aliado de ella, por algún momento sentí miedo aunque yo me alié de la excitación quien nunca me abandonó.

Situados en medio de su cama, el atisbo de luz que entraba por la ventana era perfecto, irradiaba todo por lo que pasaba a su encuentro, fue en el momento de postrarse en ella cuando declinó a la gracia de la imperfección de un cuerpo envuelto en el deseo más incontrolable. Sólo con ver su piel irresistible e irreprochable supe que una bruja nunca fue una hereje de Dios, sino de los humanos. Las brujas sólo decidieron ser apostatas de la sociedad, no de su fe.

Esa noche fui un aquelarre de la libertad humana. Cuando la desnudé e hicimos el amor, me convertí en un vagabundo cenando en el Banquete de Platón, un animal milenario metiéndose en la Cueva de las Maravillas, un nigromante desencriptando la luz mortecina de las estrellas y un astrologo buscando nuevas constelaciones en el espacio corporal.

Ser una bruja es un don y un castigo, todo se debe a la lucidez de la que son cautivas. Y es que qué bruja no es Lucifer, ese al que Alejandra Pizarnik dijo que… “está todo en la palabra, lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer, el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer, y Lucifer viene de Lux y de Fergus que quiere decir, el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez, el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal."

Antes de que despuntará la mañana ella quiso adivinar mi futuro en su bola de cristal. No fue necesario, porque sus caricias trazaron mi suerte y sus ojos vislumbraron mi muerte, pero qué acaso ese no es el destino de los hombres que siguen apostando a perder(se) en la noche.

Escribo esto pensando que no fui presa de una quimera de la ensoñación y que algún día los infinitivos tendrán género, modo, aspecto y un tiempo para ser reales. Se rebelarán como el sueño de mi augurio.