> Arcanum VI: septiembre 2013

domingo, 29 de septiembre de 2013

Ortotipografía amorosa


Por Diego Bang Bang

Últimamente no me he podido concentrar. He estado pensando en los inevitables espacios dobles y en las nunca del todo comillas cerradas. Los espacios dobles, lagunas involuntarias de la memoria, han sido la causa de tantos desvelos. Insomne deambulo por los momentos decisivos e incisivos de mi viaje a Femeneidad. Me he dado cuenta que no he cambiado en nada: sigo admirando, con arrojo melancólico, a la Mujer. No importa si fue en la primaria mientras Ella pegaba su rostro a la ventana sin vidrio; tampoco si fue en nuestra última entrega en un sillón ajeno. En la coyuntura nocturna, aquellos momentos (la risa desparpajada en la Cineteca o la muñeca raspada por la navaja) se vuelven uno mismo. Reconcentran (el vacío es una totalidad) un dolor que no acaba en lo físico y se traslada a la anemia metafísica.



Miro a los gatos que ya no son pardos. Me doy cuenta de lo reduccionista de aquella máxima. Se piensa a la noche como unidad para no advertir la riqueza de sus monstruos. Entonces empieza el concierto de voces, a capella. Y veo cómo se abren las comillas, pero no siempre como se cierran. Y no se trata de una cuestión, lugar común de los amables amantes, de promesas no cumplidas. Se trata más bien, si se me permite esta lujuria hermenéutica, de la sensación funesta de continuidad. De pensar que el amor, al igual que la amistad, estará ahí. Un recurso renovable de las relaciones humanas. El problema es que el ser humano, de ahí la lucha prometeica, basa su esencia en la no-renovabilidad. Por eso nos preocupa tanto la caída del pelo y el final de la regla.



La noche repta conforme los minutos avanzan. La sensación de asfixia se renueva palmo a palmo. De mi techo se ha colgado una humedad catastrofista: el cielo llora porque llorar es su forma natural de expresión. De repente, la siguiente laguna. Otro espacio doble en esta composición: en medio de este párrafo camina una mujer llamada Mirna. Es bella, muy bella. A veces platicaba conmigo, pero mi síndrome de exilio me hacía contestar con monosílabos. Justamente, lo mismo me pasaba en la secundaria. Y ahí viene el otro recuerdo que llena el duplicado espacial: una mujercita con un lunar a la altura de la comisura del astrolabio. Estefany, así se llamaba. El día que nos presentaron me dio el síndrome del mudo. Me dio el mudo, testarudo y simple. Nunca más volví a intercambiar palabras con ella, aunque nunca me quité la manía de esperar a que pasará frente a mí a la entrada del turno vespertino.



Cuando los gatos se aparean es un verdadero berenjenal. He escuchado a mis amigos tener sexo, pero nada se compara con los gatos. El acto sexual de los gatos es una batalla estentórea. Un ritual a muerte que permite la procreación de la vida. Así mis gatos comienzan su pelea lujuriosa: las frases en el acto sexual son las que menos cierran sus comillas. Esto se debe a que el sexo es un oasis, un espejismo en mitad del desierto de la condición humana. Y uno nunca sabe: ¿los gemidos se convierten en onomatopeyas? ¿el ruido de las articulaciones respeta el canon de las interjecciones? Y cuando cierras los ojos y el orgasmo no se ha dispersado del todo, entonces piensas que alguien más escribirá en aquella hoja. Alguien más arreglará el interlineado del amor de tu vida.



El amanecer no llega. En algún punto de La Mancha es de noche todo el tiempo. Los gatos ya se han recogido detrás de las patas de los muebles viejos. He buscado los espacios dobles de este texto y me he percatado que no he abierto ningún par de comillas. Finalmente, los espacios dobles no son otra cosa que caprichos de alguna realidad paralela. Quizá el amor de tu vida no lo fue del todo y aquella niña que te sonreía en la primaria pudo haber sido tu Dulcinea. Las comillas siguen abiertas, por lo demás, para arropar algún día las palabras de Dulcinea. Algún día.