> Arcanum VI: octubre 2010

sábado, 30 de octubre de 2010

Otras Mentiras II


Zoe (Retrato # 1)
Por Diego Bang Bang
Centro Médico, 13:45 horas. El andén estaba casi vacío. Yo, solo: Adriana no había llegado. Mi espera se había convertido en un verdadero pandemónium. Salí de la estación a encontrar una cabina telefónica. Introdujé mi tarjeta: el saldo era de dos exiguos —suficientes— pesos.
--¿Bueno?
--¿Se encontrará Adriana?—la pregunta incluso pareció providencial.
--¿Quién?
--Adriana
--Aquí no vive, estás equivocado—I might be Wrong, recordé.
El teléfono cayó. ¡Qué extraño, habría marcado mal el número? No podría saberlo, mi tarjeta había muerto en aquella llamada.
De regreso al andén ahí estaba, sonreía mientras me acercaba:
--¡Hola!—en su rostro se dibujó una expresión de sorpresa.
--¿Nos vamos?—pronuncié mientras una efervescente ansiedad crecía.
--Mmmmmmmm… me parece que te equivocas, no nos conocemos—dijo meditabunda.
--Pero, ¿cómo? ¿A poco ya no te acuerdas de mí?
--¿De qué estás hablando?
--Tú siempre de bromista, Adriana.
--¡Estás loco! Yo no me llamo Adriana.
--Entonces, ¿cómo te llamas?
En ese momento llegó el vagón con su ruido distintivo de panal de abejas, de estática citadina. Ella mencionó su nombre y me entregó un papel. Subió y se fue. Extendí el papel y era mi caligrafía y estaba fechado tres días antes (6 de septiembre de 2006). ¡Qué curioso! Aquel día pude ver a Adriana (¿?), pude besarla y contemplarla. El papel decía:
“Sus ojos son indescriptibles cuando miran al vacío. Su rostro ya no lo recuerdo; había hecho una pintura de su cuerpo: la pintura no tenía rostro alguno. Su voz era un quejido en un páramo perdido. Ella es la soledad, ella es la ausencia: su signo es cambiar. Hoy cambié tu nombre por el de Zoe y tu característica es la ausencia. Yo soy Salvador.”
¿Realmente existió Adriana? No lo sé. Sin embargo el papel, el funesto papelito me decía que su nombre verdadero era Zoe y Adriana tan sólo un retrato, un reflejo… Aún así la pregunta más intrigante era la concerniente a mi identidad: ¿Salvador?

lunes, 25 de octubre de 2010

Otras Mentiras


Zoe (Retrato # 2)
Por Diego Bang Bang
“If i told you things i did before… would you go along with someone like me?”, como en toda historia se comienza por la pregunta. “¿Nos vamos juntos?” sería otra forma de preguntar. Primero la pregunta es para dos, después se convierte en una cuestión solitaria: se lee la novela de toda la vida, se encierra en cuatro paredes mientras la ansiedad axial carcome el ego.
Por motivos extra-mundanos se cierran los ojos y se mira al monstruo que devora las entrañas; por motivos mundanos se tira uno en la cama con un vacío en la garganta. “Su signo es cambiar” trata uno de convencerse y, así tratando de borrarla de la mente, se escapa a algún lugar lejano, imaginario.
Se toma un vaso de agua para amedrentar el ansia, se escucha en silencio sinfonías no tramadas, se prefiere escapar a esperar aunque sea más doloroso.
Silencio. Mueves las manos y enseñas una amplia sonrisa, danzas y diriges una orquesta, te quedas callada y nunca más vuelves a buscarme. Te pareces, perdón por decirlo, a Adriana y a Mónica pero eres otra: ¿encontraré a Zoe algún día?

viernes, 15 de octubre de 2010

Cinco canciones de amor y un universo paralelo II

Beyond Here Lies Nothing...

Por Diego Bang Bang

El carro avanza colina arriba… Su piel levemente tostada por el sol de la creciente tarde se reflejaba en los espejos del automóvil. Mi mano tocaba su rodilla de manera esporádica. Su indómito perfume irrigaba sus tentáculos hasta mis epitelios nasales: un olor sensualmente adornado por el toque femenino. Un día hermoso, sin duda. Sus manos apuraban maniobras sobre su rostro mientras sus ojos se asomaban en los espejos propios de los pasajeros. El pequeño pueblo ya indicaba, en la mirada de los autóctonos, nuestra llegada. Por fin aparcamos en la casa de un lugareño y comenzamos a recorrer nuestro camino a pie: lentes oscuros, nuestras manos amarradas en un nudo indisoluble y un par de gráciles sonrisas. La escalada fue ardua pero divertida; de tiempo en tiempo nuestros cuerpos servían de soporte al otro. Los besos eran signos intermitentes del deseo latente: besos cortos, suaves, delicados. La picardía sexual también se hizo presente, por momentos sus refinadas nalgas se restregaban contra mi miembro, por momentos sus senos languidecían, a la luz de la hermosa tarde, a través de su menuda blusa de tirantes. Para cuando cansinamente habíamos llegado a la punta el sol comenzaba a regalarnos sus últimos caramelos de luz. Ella adelantó unos cuantos pasos hacia uno de los bordes, el sol se reflejaba magnánimamente en los cristales de sus lentes, y, de manera inmediata, anduve a su encuentro: mis manos se postraron en su cadera y mi pecho encontró sus firmes omoplatos. Clavé mi nariz por unos segundos en la parte trasera de su cuello, precisamente en ese lugar donde la piel es más sensible. Respiré, de igual manera, en sus delicadas orejas y, desde mi corazón volcado, pronuncié: “Es hermoso compartir esta vista contigo”. Nuestras respiraciones se amalgamaron en una misma bocanada. Ella sonrió ampliamente mientras dio vuelta a su cuerpo (sus pezones henchidos por la emoción se restregaron a mi pecho) y comenzó a surcar (contracorriente) el viento raso de aquel pináculo para trepar sus manos sobre mi espalda y devorar mis labios embebidos por el deseo .Pronto el sol sirvió como telón de fondo para uno de los besos más apasionados de toda mi vida.