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martes, 31 de julio de 2012

Órbita de amor (Primera parte)


Órbita de amor (Primera parte)

 Por Diego Bang Bang

De sí andaban uno en su cinturón de origen y el otro en su solitud de siempre.

El asteroide siempre había buscado un amor. O lo que entre los asteroides se conoce como un amor de iridio. Entre ellos existía un poema que rezaba: “[…] iridio seremos, mas iridio enamorado”. Desde pequeño el asteroide había idealizado un amor más allá de las posibilidades tectónicas de su materia. Un amor basado en la imposibilidad. Quizá a causa de sus cualidades pétreas, siempre había buscado desintegrarse por un amor.

El hoyo negro había tenido, de siempre, relaciones absorbentes. Siempre dispuesto a entregar toda su luz, sus muchos pretendientes habían huido al darse cuenta de su cualidad vicaria. Para el hoyo negro el amor era una cuestión de arrojo sin mínimos y sólo válida en términos máximos. Más de uno había sucumbido a la aparente oscuridad. Todos habían fracasado y pronto se arrepentían.

Un día una curvatura apareció en el espacio. La órbita del cinturón se vio trastocada. Muchos habían perecido al exilio en aquella modificación del espacio. Para aquella colectividad representaba una verdadera catástrofe. Hacía muchos millones de años que tal cosa no sucedía. Y, para muchos, representó una de las formas misteriosas en que el Dios ausente se presentaba. De alguna forma, aquel exilio era la manera más explícita para regresar a Dios.

Los hoyos negros pueden desaparecer por mucho tiempo. Su naturaleza furtiva los convierte en sombras de tiempos perdidos. Abstractos en sí, su mayor atracción es volverse esa abstracción. Volcarse en sí mismos hasta un punto en el que son irreconocibles… Un cualquier oxímoron del Universo.

Pronto hubo muchas hipótesis respecto a la curvatura en el espacio. Atribuido en primera instancia a Dios, siguió el nacimiento de alguna estrella o la intervención de los limpiadores de ellas, la desaparición espontánea de alguna galaxia y, por último, el acto amoroso más terrible del universo: la interjección amorosa entre dos hoyos negros.

Decidió, el hoyo negro, esconderse por millones de años. “Nadie me entiende”, se repetía a todas horas. Más exactamente, decidió no mostrar esa luz, su luz interior amorosa. Sus recorridos a través del universo se hicieron vagos e inciertos. En algún punto, aquella solitud se convirtió en una desoladora soledad. Ya contemplaba por aquel tiempo alguna forma de autodestrucción absoluta. ¿Chocar directamente contra un millón de soles o abrir una grieta en su composición temporal y espacial?

To be continued…

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