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miércoles, 18 de julio de 2012

Efectos secundarios (Literatura + Drogas = Sombras)


Efectos secundarios (Literatura + Drogas = Sombras)

Por Diego Bang Bang

Desde leer a Poe hasta inhalar anfetamina dos días consecutivos. Se ha dicho que uno de los efectos secundarios es comenzar a ver sombras. En el parque, en la entrada de la iglesia más cercana, en la avenida principal… en la pupila. La anfetamina quema las narices, a comparación de la cocaína que la acaricia. Poe muerde las entrañas, a comparación de TODOS los demás que sólo dejan un agujero en el estómago. Inhalar anfetamina y leer a Poe en un mismo acto estimula las sombras. Sombras que no son humanas, sombras de serpientes gigantes o animales rastreros desconocidos o sólo conocidos en los libros de brujería antigua. Animales que pudieran atacarte en cualquier esquina o en cualquier agujero de baño. Y aunque suena terrible y temible, también es sumamente atractivo.
Estar borracho cerca de una cocina, con ventana, en una altura de 15 pisos y haber leído el final de “Rayuela”. Lo que sigue, sin duda, es sacar un pie y después una mano. Sentir el alfeizar en una nalga. Decir estupideces, sentir un vértigo como de muñeco lego en ciudad de lego. Mirar al interior sólo para darte cuenta de la gente borracha adentro y mirar al exterior para darte cuenta de la embriaguez de las nubes. Nubes que son como sombras blancas en el marco oscuro de la noche. Con ese aliento característico de los malos borrachos se dice: “un vals celestial de sombras blancas”. Dan ganas de ser una sombra blanca en el asfalto, blanca a causa de la intervención forense.
Philip K. Dick era el maestro de las sombras. Más exactamente el maestro para describir la sombra del Estado. La dinámica, más o menos, es la siguiente: el buró antidrogas es el mismo buró encargado de la institución que se encarga del problema de la adicción. A su vez, es el mismo que se encarga del cultivo de la materia prima para la elaboración de la Sustancia D. Un fármaco que seguramente ya existe bajo otro apelativo: Percodan, Sanax, Valium, Vicodin o incluso las últimamente mentadas Sales de Baño. Para el efecto secundario de este párrafo es lo mismo: te convierten en una sombra. Pero no lo olvides nunca, estúpida sombra, TODO comienza en la sombra indefinible del Estado.
En este momento no puedo recordar alguna obra literaria con personaje adicto al crack. Sin embargo, imaginemos que por ahí en alguna novela del tercer mundo situada en alguna favela o en algún barrio bajo de Colombia o México existe. Le gusta la sensación de ser perseguido: primero en el lugar en el que la compra, después en su cuarto o en el picadero que la consume. Lo persigue no sólo la ansiedad de querer más, también lo persigue el hecho invariable de que el aluminio se está incrustando en sus pulmones. Lo persiguen las sombras pulmonares en que se han convertido sus pulmones. Lo persiguen en la duermevela y también en el mundo onírico. En algún punto esa sombra (la del crack) es la más malvada, nunca te mata del todo porque no tienes el dinero suficiente.  
Alguna vez un amigo me confío las ganas irrefrenables que tenía de meter las manos en cualquier baño lleno de mierda. Si tenía algún pudor al respecto era porque también la mierda intacta le producía cierto guiño estético. Le dije que seguramente los freudianos le tendrían una explicación razonable, pero él argumentó que no quería ningún tipo de explicación. Que se sentía bien e incluso le agradaba esa atracción por la mierda y que en algún punto lo consideraba un efecto secundario de leer a temprana edad al Marqués de Sade. Tiempo después me dijo que, por fin, lo había hecho: en un ataque de impulsividad “popper”. Me dijo que se sentía como si tus manos pudieran hacer tangible una sombra.

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