Efectos secundarios (Literatura + Drogas = Sombras)
Por Diego Bang Bang
Desde leer a Poe hasta inhalar anfetamina dos días
consecutivos. Se ha dicho que uno de los efectos secundarios es comenzar a ver
sombras. En el parque, en la entrada de la iglesia más cercana, en la avenida
principal… en la pupila. La anfetamina quema las narices, a comparación de la
cocaína que la acaricia. Poe muerde las entrañas, a comparación de TODOS los
demás que sólo dejan un agujero en el estómago. Inhalar anfetamina y leer a Poe
en un mismo acto estimula las sombras. Sombras que no son humanas, sombras de
serpientes gigantes o animales rastreros desconocidos o sólo conocidos en los
libros de brujería antigua. Animales que pudieran atacarte en cualquier esquina
o en cualquier agujero de baño. Y aunque suena terrible y temible, también es
sumamente atractivo.
Estar borracho cerca de una cocina, con ventana, en una
altura de 15 pisos y haber leído el final de “Rayuela”. Lo que sigue, sin duda,
es sacar un pie y después una mano. Sentir el alfeizar en una nalga. Decir
estupideces, sentir un vértigo como de muñeco lego en ciudad de lego. Mirar al
interior sólo para darte cuenta de la gente borracha adentro y mirar al
exterior para darte cuenta de la embriaguez de las nubes. Nubes que son como
sombras blancas en el marco oscuro de la noche. Con ese aliento característico
de los malos borrachos se dice: “un vals celestial de sombras blancas”. Dan
ganas de ser una sombra blanca en el asfalto, blanca a causa de la intervención
forense.
Philip K. Dick era el maestro de las sombras. Más exactamente
el maestro para describir la sombra del Estado. La dinámica, más o menos, es la
siguiente: el buró antidrogas es el mismo buró encargado de la institución que
se encarga del problema de la adicción. A su vez, es el mismo que se encarga
del cultivo de la materia prima para la elaboración de la Sustancia D. Un fármaco que seguramente ya existe bajo otro
apelativo: Percodan, Sanax, Valium, Vicodin o incluso las últimamente mentadas
Sales de Baño. Para el efecto secundario de este párrafo es lo mismo: te
convierten en una sombra. Pero no lo olvides nunca, estúpida sombra, TODO
comienza en la sombra indefinible del Estado.
En este momento no puedo recordar alguna obra literaria con
personaje adicto al crack. Sin embargo, imaginemos que por ahí en alguna novela
del tercer mundo situada en alguna favela o en algún barrio bajo de Colombia o
México existe. Le gusta la sensación de ser perseguido: primero en el lugar en
el que la compra, después en su cuarto o en el picadero que la consume. Lo
persigue no sólo la ansiedad de querer más, también lo persigue el hecho
invariable de que el aluminio se está incrustando en sus pulmones. Lo persiguen
las sombras pulmonares en que se han convertido sus pulmones. Lo persiguen en
la duermevela y también en el mundo onírico. En algún punto esa sombra (la del
crack) es la más malvada, nunca te mata del todo porque no tienes el dinero
suficiente.
Alguna vez un amigo me confío las ganas irrefrenables que
tenía de meter las manos en cualquier baño lleno de mierda. Si tenía algún
pudor al respecto era porque también la mierda intacta le producía cierto guiño
estético. Le dije que seguramente los freudianos le tendrían una explicación
razonable, pero él argumentó que no quería ningún tipo de explicación. Que se
sentía bien e incluso le agradaba esa atracción por la mierda y que en algún
punto lo consideraba un efecto secundario de leer a temprana edad al Marqués de
Sade. Tiempo después me dijo que, por fin, lo había hecho: en un ataque de
impulsividad “popper”. Me dijo que se sentía como si tus manos pudieran hacer
tangible una sombra.
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