Por Diego Bang Bang
Intermitencia permanente. De los
cuerpos, pero no de las ideas. Así se siente poder utilizar tal o
cual término, sin miedo a echarlo en saco roto. Por momentos, somos
una teoría. Una eminente teoría del deseo. Vuelve tu aliento a
desembocar en mi nuca, mis labios rasguean nuevamente tus brazos. Ni
siquiera necesitamos explicar las geografías cortazarianas,
porque otra vez nuestras manos descansan finamente escaladas.
También somos memoria (only memories remain). Tu pantalón azul indómito perdido en
Coyoacán; mi sweter azul perdido en Reforma. Mi sillón,
bueno el de mis padres; tu sillón, bueno el de Wilco con el cielo azul, mi azul. Decía somos memoria (only memories remain),
una teoría escrita en pequeñas bibliotecas municipales. En
antesalas de consultorios médicos donde el fantasma de Farabeuf
nunca deambula. Memoria y teoría biológica (maybe praxis),
sobre todo cuando dijiste y aún dices “sabía de tus labios
cálidos por una tura previa tuya”, después del descensor.
Memoria y teoría biológica: frustrada
en la praxis. Desahogada en alguna isla digital descrita por nuestro
geógrafo-dramaturgo favorito. Ese mismo snob residente de la calle
Geógrafos, el mismo que ha trazado Siberia o Belice como
círculos dantescos. Él, quien nos imagino en la isla de Filoctetes:
Australia, el limbo. Nuestro limbo.
Región estricta del corazón. Descrita
antiguamente por un puñado de predicadores maniáticos. Anunciada en
esas primeras grafías pegadas a la piel de tu cuello-espalda. Ahí
donde mi aliento vuelve a desembocar y evocar alguna geografía
cortazariana. (El geógrafo-dramaturgo, entonces, cierra la puerta.
Nos hace mutis. Nos lanza al cielo azul, mi azul.)
Ella (prendiendo una vela): ¿A qué te
refieres con pensar en el espacio?
Él (deseándola con aspavientos): El
dramaturgo, en mi opinión, debe intuir -conforme escribe- el aleph
único del escenario. Cortar las letras en el papel para volverlas
gravedad en el cuerpo de los actores.
Ella (vuelve gerundio escénico
Impossible Germany de Wilco): ¿Entonces, si alcanzo a
entender, me planteas un imposible a la manera de Bataille?
Él (mientras maldice a Cortázar):
Puede ser, puede ser. Particularmente, cuando su teoría se refiere a
lo oculto. El geógrafo-dramaturgo lo sincretiza así: “Una
dramaturgia evoluciona el aparato lingüístico hasta transmutarlo en
carne viva. En momento. En presente continuo. El hecho escénico, en
este sentido, es un renacimiento perpetuo”.
Ella (se
imagina Simone de Beauvoir): Sería interesante,
ahora pienso, hacer una nota acerca del entrecruzamiento del hecho
escénico y el hecho erótico. Con el énfasis puesto en el eje
temporal de ambos.
Él: ¡Ajá!
SILENCIO
Ambos (cielo
azul, mi azul de fondo): ¡Mejor ya hay
que dormirnos!
Él (últimos
pensamientos peregrinos, se escucha en todo el espacio): El
entrecruzamiento es el deseo. El imposible. Un imposible.
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