> Arcanum VI: El limbo de Lulú

lunes, 3 de agosto de 2015

El limbo de Lulú

Por Diego Bang Bang

Las sopas maruchan yacen medio vacías o medio llenas, según se las vea. No tragábamos nada más en aquel tiempo. En verdad me parece curiosa la palabra tiempo. Decirla, escribirla y ya no se diga pensarla. Cuando la pienso para referirme a aquel tiempo es como una espiral de volutas con olor a marihuana. O como un delicioso mareo posterior a un orgasmo. Así era aquel tiempo: un bello mareo posorgasmico con olor a marihuana.

De Lulú mucho se puede decir, pero basta decir que oímos sus gemidos mientras tiraba y también sus cánticos en el metro para alimentarnos. Nos enseñó expresiones tan particulares como coño de su madre y por ella aprendimos el sentido y la profundidad de andar pegados. En algún momento, llegamos a suponer su locura como secuela por conocer México. O, al menos, de conocer a tres con ese gentilicio. Nadie lo sabe. Ni siquiera la Psiquiatría.

En más de una ocasión nos vio volvernos mierda: en su casa o en el terreno irregular de Santo Domingo. Al palpar el agua de su excusado o también al dormir en su aposento llorando a causa de alguna traición amorosa. Vimos, bajo su techo, los ojos de Radián ponerse más rojos que los atardeceres de Marte. Fuimos testigos, a las afueras de su morada, del trance de Clavijero a causa de una ingesta innoble de Válium o algo parecido al Diazepam.

Percibimos la muerte de la mujer en turno, para luego aullar como cisnes negros. De muchas maneras, en esos cuartos llenos de antipoesía, comenzamos a delinear nuestra convicción literaria. Miramos a los ojos de los “literatos”. Aquellos que ya lo son, porque así han decidido declararlo. Ellos, los ganadores de premios de poesía o narrativa. Ellos, los fundadores de casas de cultura con su nombre.


A decir verdad, sólo palpamos algunos de los bordes de este exquisito limbo. Nacido del arquetipo de Auxilio Lacouture. Quizá Lulú no conocía a todos los escritores de nuestra generación, pero de alguna manera quienes la conocían intuían algo poético en ella. Esa flama conmovedora que deja malparado a cualquiera. Porque en lugar de encontrar una madre, encontramos a la mujer compañera. Lulú no como un Auxilio sino como un Exilio.

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