> Arcanum VI: Antihomenaje a Eusebio Ruvalcaba

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Antihomenaje a Eusebio Ruvalcaba


Por Diego Bang Bang

En la línea y en concordancia con tus antiensayos. En contrapunto y alejado del más solemne de los recintos culturales de México (Palacio de Bellas Artes). 

Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí. Era más joven y, por lo tanto, entusiasta. Tenía muchas ganas de existir. Y uno de los catalizadores de ese impulso existencial eran tus letras. Descubiertas en alguna edición peregrina de La Mosca en la Pared. ¿Por qué te relaciono con esta pulquería? Tú nunca estuviste aquí, en Las Duelistas. Es ahora cuando debo confesar que este antihomenaje sucede por capricho de asociación. 

En alguno de tus textos, leído por mí en aquel tiempo remoto, mencionabas tu predilección por el curado de apio. En esa misma gota de tiempo condensado, me recuerdo probando mi primer pulque de apio en este lugar. Ese sabor fresco, de literatura y de alcohol, impregnó mi memoria. Y yace aquí pulsante. En el menú de hoy. 

El capricho de asociación es consecuente respecto a otro menester. Me recuerdo sufriendo a solas en este lugar por mi primer amor. Como los hombres sórdidos y miserables de tus textos. Hombres regulares con aspiraciones regulares. Que pelean por teléfono con sus ex esposas. Justo como el hombre que yace a mi lado en este momento. Obrero regular, igual que todos, que huye del trabajo para poder tomarse un trago y apaciguar la tortuosa existencia. "El matarratas" en pocas palabras. 

Las puertas de este lugar son un díptico de tipo western y, mientras las miro, recuerdo una de las fotos más difundidas de tu efigie. Miras a la cámara de manera serena y tus manos se posan en ambas alas de la puerta de alguna entrañable cantina. Es raro pensarte en muerte. Como una inexistencia. En la ausencia. Y esta rara sensación se extiende hasta pensar como un sueño aquella vez que platicamos cara a cara. En esa ocasión, me contaste la siguiente anécdota: el padre de uno de tus amigos se encontraba en la parte más turbulenta de su vida. Un malvado alzheimer lo mantenía entre lo tangible del recuerdo y lo lacerante del olvido. No obstante esta pérfida situación, tu amigo era un hombre feliz. Regocijante a causa de la posibilidad de una retribución existencial para con su padre. Feliz en el ouroboros de la vida, feliz en ese momento crucial donde los papeles de esta tragicomedia se invierten: el hijo cuida al padre y cierra con dignidad los entretelones de la puesta en escena. Desde aquel día me permito pensar en cómo afrontaré ese momento: ¿por qué no habría de ser un placer el cuidado de los padres? Más allá de los diques existenciales, más allá de las mezquindades, más allá de eso... la sangre llama a la sangre para su celebración. 

El chile en polvo se mezcla con el sabor acuoso del curado de apio, alzo la mirada y vislumbro una pequeña cucaracha. Una genuina sonrisa aparece en la comisura de mis labios. Grata coincidencia encontrarme con uno de estos insectos en este preciso momento. Me hace recordar el inicio de "El despojo soy yo". En un primer párrafo invitas al lector a lanzar su sensibilidad a las cucarachas luego de una resaca. En general, así es como tus textos me hacían y me hacen sentir. Como un insecto, como una insignificancia. Un ser que mueve sus extremidades agónicamente, incluidas las antenas. Incluido el corazón. Una nada olvidada (porque hay nadas que se recuerdan) y marginada del bullicio del mundo. Una nada marginada de la solemnidad y la cómoda hipocresía. 

Largo rato he pensado cómo terminar este antihomenaje de bolsillo. Y dos imágenes se proyectan en mi cabeza. En la primera, todos tus personajes se reúnen en tu cantina favorita para hacerte un homenaje. El Taimex, León Bernal y su amigo chino, Mariana y Elena, algún travesti de mucha monta, tu maestro literario quien escribía con las manos ensangrentadas, tu padre y sus amigos del cuarteto Lener, Chopin y Schumann, el Diablo... En la segunda, mis mejores amigos baten las puertas de esta pulquería. Y, guarecidos de cualquier indicio de solemnidad, repasamos con melancolía recuerdos de nuestra juventud. Y entonces nos damos cuenta: tu literatura, querido Eusebio, siempre será uno de los puntos de fuga.

1 comentario: