> Arcanum VI: Ciudad Palimpsesto IV

martes, 27 de junio de 2017

Ciudad Palimpsesto IV

Por Diego Bang Bang

16) Condicional: abrir bien los ojos

Ante todo, fue el sentido del humor. El tuyo particular, esa manera de anudar las palabras con tanta gracia. Ese mismo que regresa cada vez que miro una de tus fotografías. Y entonces me pregunto: “¿qué pensarás cuando te cuente?”. Cuando te diga de la pequeña libreta amarilla. Ese diario extrapersonal. ¿Nuestro? Liado con cada uno de tus sueños, recuerdos y fotografías. En algunos aparezco reproducido a escala. En otros simplemente no aparezco. Y entonces me pierdo en ese largo trecho llamado memoria, tu memoria. Una especie de desierto con zonas selváticas. Así me la imagino.

Luego de un rato regreso a las fotografías: ¿qué habrás sentido al tomar ésta? ¿cuánto de ti se ha ido en ésta otra? Me da un vértigo. De no saber quién eres. De perderme en la infinidad de tu ser. Porque de eso se trata, ¿no? De abrirnos, como rendijas del universo que somos, para dejar entrar al otro. Al ser vivo, al humano. Al amante impertérrito. Por eso aquí estoy: con la curvatura del cielo frente a mí y con la vieja computadora. Invento relatos, derivados de tus fotografías.

***

Te vi a lo lejos. Estabas con un hombre apuesto. Él bebía una margarita mientras avizoraba un puñado de gaviotas surcar hostilmente el cielo. Fue el ruido, quizá, de las aves lo que me hizo voltear. No lo sé. En esta parte de la fotografía mi memoria se ha vuelto ambigua. Porque todo se volvió desechable al percatarme de ti. Una cámara apuntada al cielo. Uno, dos o tres tiros. No lo recuerdo bien tampoco. Mi mirada fija en tus furtivas orejas. Seis aves impregnadas en una memoria digital, portátil. Cuando bajaste la cabeza para revisar las imágenes, entonces regresé la mirada con alivio a mi libro en turno. Desde entonces acompañas mis lecturas… ¿y yo tus fotografías?        

17) Condicional: un poco de suerte

Este texto trata sobre la suerte. Suerte de sobrevivencia. Al contexto vil y variopinto de donde provengo: Ciudad Limbo.

En mi familia sólo mi abuelo es el portador de la fe artística. Él ha librado épicas batallas en nombre de la pintura. Algunas las ha ganado y las más importantes las ha perdido. Él fue quien sembró la raíz de nosotros, su progenie, en las profundidades de Ciudad Limbo. Dejó la pintura para dedicarse a la panadería y así poder mantener a más de una decena de hijos. Con un poco de suerte, algunos de sus nietos hemos podido heredar algún viso artístico.

En un universo ordinario sin suerte, me convierto en un padre de familia adolescente o en un ladrón de poca monta antes de caer en las garras de la cárcel. Ante la desesperación de este cruel encierro, decido quitarme la vida. Mi madre llora al pie de mi ataúd. Mi padre muere de un segundo ataque al corazón, luego de mi sepelio. Mis sobrinas siempre me recordarán como un ser deleznable y desechable. No hay epitafio ni dedicatoria alguna en mi tumba.

En el caso particular del universo extraordinario con suerte, me tocó poder escribir una pequeña obra de teatro antes de cumplir los treinta. Esta pequeña obra cuenta dos historias. En la primera, el personaje femenino reivindica los valores de la rebeldía a través del anarquismo. En la segunda, la obrita se publica y puedo regalarla a mi abuelo y a mi padre. La dedicatoria, el contraepitafio, es para ellos. Porque sin ellos no habría ópera punk a la mexicana.

En el universo ordinario sin suerte, pude haber sido mi primo que murió con esquizofrenia o alguno de mis primos que viven con retraso. También pude haber heredado la pusilanimidad de algunos de mis tíos. Pero no… me tocó lo extraordinario y lo agradezco enormemente. Me tocó poder despedir un libro, porque todo libro es un viajero. Buena suerte, CamiLa.  

18) Condicional: la vocación de incendio

Orgullosa de sí misma / Se levanta la ciudad de México-Tenochtitlan / Aquí nadie teme la muerte en la guerra / Esta es nuestra gloria / Este es tu mandato / ¡Oh, dador de la vida! / Tenedlo presente, oh príncipes / No lo olvidéis / ¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlan? / ¿Quién podrá conmover los cimientos del cielo…? / Con nuestras flechas / Con nuestros escudos / Está existiendo la ciudad / ¡México-Tenochtitlan subsiste!        

19) Condicional: encontrar a Ella

Ganar una ciudad… formidable recurso para el amor.

Llegué a Ciudad Palimpsesto luego de un largo y forzado deambular en Ciudad Limbo. Fui traído por los intempestivos lamentos de una tumba que se sucedieron oníricamente en blanco y negro.

Negro y blanco era el vestido de la aparición femenina de aquellos sueños. Sus labios incendiados de rojo pronunciaban un apellido: Lafragua.

Cuando me hube en la urbe, lo primero que hice fue apostarme en el cruce de las calles de San Fernando y Héroes. Así pude leer la inscripción que se me presentó varias ocasiones en sueño: “Llegaba ya al altar feliz esposa, ahí la hirió la muerte, aquí reposa”.

Las hojas de los árboles se mecían acompasadamente, a la luz de los últimos hilos del rubor químico de la tarde, mientras una noble brizna rozaba mi rostro. A lo lejos un rayo iluminó las hierbas que tiritaban en las grietas del pavimento. Entonces la aparición femenina salió de su aposento. Se acercó a mi cuerpo adosado a las polvorientas rejas. Su presencia era etérea, se sentía un gran vacío y también una ubicuidad desbordante. Cuando habló, una calma inconmensurable inundó el panteón. “Debes buscar a la Mujer Intergaláctica”, me dijo en un claro español. Para después perderse entre las columnas de piedra y los viejos troncos de los árboles.

Aquella fue la noche decisiva para confirmar tu existencia y comenzar a buscarte… Mujer Intergaláctica.    

20) Condicional: perder la decencia

Esquina del eje de Guerrero y Puente de Alvarado. Son las nueve de la noche de un miércoles de 2017. Un par de viejos amigos de la universidad se encuentran en la cantina El Mirador. Ambos son directores de teatro, reconocidos cada uno en su estilo. Uno de ellos ha sido multipremiado por las instituciones de cultura del sistema político mexicano. Ha tenido algunos coqueteos con el teatro comercial. El segundo ha tenido cada cierto tiempo bombazos en las taquillas de los teatros más comerciales de la república mexicana. Ambos dan clases en escuelas de teatro. Luego de haber bebido un par de horas, la lengua se suelta leguas. Han hablado ya de sus proyectos en puerta. De la muerte de Vicente Leñero. De los múltiples homenajes a Ludwik Margules. Es el momento idóneo para hablar de las víctimas:

Dramaturgo-geógrafo: tenía 21 años cuando la conocí y comencé a darle clases. Su nombre era María. Mis alumnos presentaban monólogos, si no mal recuerdo, como examen final. María quería ser actriz antes que cualquier cosa, pero no daba el ancho. Cada uno de sus ejercicios era pésimo. No tenía presencia escénica, no tenía ni el más mínimo dominio de su corporalidad. En sus ojos se asomaba todo el tiempo la inseguridad. Nunca le dije nada al respecto. Siempre traté de hacer buenos comentarios y mostrarme optimista acerca de su trabajo. Para el momento del examen final, escogió un texto de Ingmar Bergman. Fue su peor actuación. Incluso así hice algunos comentarios positivos, sobre todo acerca de su dicción. Ella pasó el curso con una calificación regular. No volví a saber de ella hasta dos años después. Había terminado la carrera en actuación, pero no había tenido ningún trabajo profesional ni en teatro ni en televisión. En todas las audiciones la rechazaban y también todos los directores de teatro la hacían a un lado. Se encontraba trabajando en la cafetería de un espacio escénico por las noches. Por las mañanas se empleaba en la limpieza del recién abierto “Gran Frontón de México”. Había subido de peso notablemente y una enfermedad cérvico-uterina parecía asomarse en los más recientes estudios que se había hecho. Todo me lo contó en el pequeño coctel del estreno de El sueño de Strindberg en el Centro Cultural del Bosque. Luego de despedirnos, una culpa inmensa no me soltó de vuelta a casa. Mi poca responsabilidad como tutor la había hecho creer en una carrera en el teatro. Me había comportado como un amante que hace creer en el amor eterno a la otra persona y después la traiciona de la manera más vil. Una culpa así de inmensa me revuelca cada vez que pienso en María. Cada vez que pienso en si hubiera sido responsable y fiel a la causa pedagógica. Pero no lo fui y ahora ella está destinada a deambular por las calles de Ciudad Monstruo en busca de algún escenario que pueda arroparla. En verdad lo siento... Pobre María.    

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