Los detalles de la hoja
Por Diego Bang Bang
Casi en la mitad de la
hoja hay un pequeño hoyo. Reparo en él porque últimamente he
pensado en la inmensidad de cualquier espacio. He estado perdido por
mucho tiempo en los espacios de la hoja. Creo, ahora que lo pienso,
que todo ha sucedido por la larga maratón que he decidido emprender
en el mundo de las letras. Pero las letras son otro universo, quizá
uno alterno. Me gusta imaginarlo como un universo con grosor, con
volumen, donde las letras se inflan e insuflan de tinta mágica. Se
forman con cualidad ingrávida de nube y terminan en la solidez de un
molde. Y, sin embargo, eso no es lo que me ocupa. Por el momento.
En algún lugar leí que
los signos de puntuación no intentaron ser tal hasta el siglo VII de
nuestra era. Antes de ese intento de ordenamiento ortográfico, sólo
existía palabra/palabra. Es decir, palabra sobre palabra.
Nohabíaningúntipodeseparación. Y, por ende, la computadora lo
subrayaría en rojo. En un rojo muy vivo que encendería una alarma
en esa policía ortográfica que todos hemos introyectado. Pero eso
tampoco es lo que me ocupa. Por el momento.
Los espacios entre cada
una de las palabras en tus cartas, por ejemplo. Caligrafiadas a mano,
esos espacios me decían tanto de ti. De tu pulso trémulo al aceptar
que estábamos destinados a estar alejados, a ser ajenos. Recuerdo
que percibí el astigmatismo en el borde de las letras. Y, entonces,
el espacio entre cada una de las palabras, incluso de las letras, se
hizo más evidente. Más exquisito. Porque entonces recordé el
espacio que recorrieron nuestras cabezas para poder fundirnos en un
beso. Un beso expectante, en vilo. A la orilla del precipicio. Sin
embargo, esos besos no es la materia de este escrito. Por ahora.
Llegaste una tarde con un
libro de Quintero. No del monero, sino de Ednodio. Me dijiste que en
cierta página se escondía una hoja de marihuana. En tres puntas, un
tridente de cannabis. Al abrirlo, se desprendió el olor
refrescante de la planta. Y también vimos el pigmento impregnado en
aquella hoja. Un verde suave, con sabor a jade, dijiste. Esa página
se volvió nuestra página. En ella se hablaba, se escribía,
de los perros de presa. La leímos sentados en alguno de los rincones
de la Alameda. Hicimos caso omiso, sin embargo ya se anunciaba. Se
anunciaban nuestros perros de presa. Alimentados con sendas raciones
de soledad y rabia. No obstante, ese no es tema. Al menos por este
párrafo.
Si usamos el recurso del
retruécano, la Olivetti de Sacheri sí tenía aquella vocal. Sí
podía impregnar la A, sin embargo la hoja se rehusó a imprimirla. A
cada A merecía un espacio. Era una broma de la hoja. La hoja nos
hablaba a todos aquellos enamorados de esas mujeres que tienen una
doble A en el nombre. Una especie de broma con doble filo. Esos
enamorados suelen tener problemas de alcoholismo. Un a ironía con
tintes de epifanía. La epifanía de la doble A. En esta parte de la
hoja ya no sé cuál es el tema.
Es curioso cuando
encuentras alguna parte de una hoja subrayada. Visto desde cierta
perspectiva, es una cicatriz. O, al menos, eso intenta ser. Una
cicatriz en la hoja que pretende ser una rúbrica en nuestra memoria.
El recurso cicatriz. Un recurso nemotécnico que pretende hacerse
nomotético. Aunque después de ver tantas Rayuelas subrayadas en
“Andabámos [...]” uno termina por desencantarse. El recurso
cicatriz está en peligro. La injusta memoria tiene la culpa.
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La única mujer que he
amado con locura, una vez me escribió un pensamiento de amor sin
palabras. O, mejor dicho, con la ausencia de palabras. En un texto
que le regalé, borró las letras y las sílabas que debían faltar.
Trabajó en ello toda la noche. A la mañana siguiente, sabía con
total certeza que ella me amaba. Ese detalle de la hoja me lo
comunicaba de la mejor manera. Hoy encontré esa hoja, debajo de un
lindo caleidoscopio, antes de prepararme un mate. Mientras el agua se
calentaba, leí de nuevo esa hoja. En verdad nos amábamos. Pero, ésta es la materia del texto, la ausencia ya estaba anunciada desde
el comienzo.
La eterna mentira de la ausencia, no sólo de las perras malditas, también de las personas.
ResponderEliminarMe encanta como escribes Diego, lo sabes.
ResponderEliminarGracias, amiguita. Espero todo vaya en orden con tus planes. Gracias, de nuevo, por leerme.
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