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jueves, 6 de diciembre de 2012

Los detalles de la hoja

Los detalles de la hoja 

Por Diego Bang Bang 

Casi en la mitad de la hoja hay un pequeño hoyo. Reparo en él porque últimamente he pensado en la inmensidad de cualquier espacio. He estado perdido por mucho tiempo en los espacios de la hoja. Creo, ahora que lo pienso, que todo ha sucedido por la larga maratón que he decidido emprender en el mundo de las letras. Pero las letras son otro universo, quizá uno alterno. Me gusta imaginarlo como un universo con grosor, con volumen, donde las letras se inflan e insuflan de tinta mágica. Se forman con cualidad ingrávida de nube y terminan en la solidez de un molde. Y, sin embargo, eso no es lo que me ocupa. Por el momento.

En algún lugar leí que los signos de puntuación no intentaron ser tal hasta el siglo VII de nuestra era. Antes de ese intento de ordenamiento ortográfico, sólo existía palabra/palabra. Es decir, palabra sobre palabra. Nohabíaningúntipodeseparación. Y, por ende, la computadora lo subrayaría en rojo. En un rojo muy vivo que encendería una alarma en esa policía ortográfica que todos hemos introyectado. Pero eso tampoco es lo que me ocupa. Por el momento.

Los espacios entre cada una de las palabras en tus cartas, por ejemplo. Caligrafiadas a mano, esos espacios me decían tanto de ti. De tu pulso trémulo al aceptar que estábamos destinados a estar alejados, a ser ajenos. Recuerdo que percibí el astigmatismo en el borde de las letras. Y, entonces, el espacio entre cada una de las palabras, incluso de las letras, se hizo más evidente. Más exquisito. Porque entonces recordé el espacio que recorrieron nuestras cabezas para poder fundirnos en un beso. Un beso expectante, en vilo. A la orilla del precipicio. Sin embargo, esos besos no es la materia de este escrito. Por ahora.

Llegaste una tarde con un libro de Quintero. No del monero, sino de Ednodio. Me dijiste que en cierta página se escondía una hoja de marihuana. En tres puntas, un tridente de cannabis. Al abrirlo, se desprendió el olor refrescante de la planta. Y también vimos el pigmento impregnado en aquella hoja. Un verde suave, con sabor a jade, dijiste. Esa página se volvió nuestra página. En ella se hablaba, se escribía, de los perros de presa. La leímos sentados en alguno de los rincones de la Alameda. Hicimos caso omiso, sin embargo ya se anunciaba. Se anunciaban nuestros perros de presa. Alimentados con sendas raciones de soledad y rabia. No obstante, ese no es tema. Al menos por este párrafo.

Si usamos el recurso del retruécano, la Olivetti de Sacheri sí tenía aquella vocal. Sí podía impregnar la A, sin embargo la hoja se rehusó a imprimirla. A cada A merecía un espacio. Era una broma de la hoja. La hoja nos hablaba a todos aquellos enamorados de esas mujeres que tienen una doble A en el nombre. Una especie de broma con doble filo. Esos enamorados suelen tener problemas de alcoholismo. Un a ironía con tintes de epifanía. La epifanía de la doble A. En esta parte de la hoja ya no sé cuál es el tema.

Es curioso cuando encuentras alguna parte de una hoja subrayada. Visto desde cierta perspectiva, es una cicatriz. O, al menos, eso intenta ser. Una cicatriz en la hoja que pretende ser una rúbrica en nuestra memoria. El recurso cicatriz. Un recurso nemotécnico que pretende hacerse nomotético. Aunque después de ver tantas Rayuelas subrayadas en “Andabámos [...]” uno termina por desencantarse. El recurso cicatriz está en peligro. La injusta memoria tiene la culpa. ____________________________________

La única mujer que he amado con locura, una vez me escribió un pensamiento de amor sin palabras. O, mejor dicho, con la ausencia de palabras. En un texto que le regalé, borró las letras y las sílabas que debían faltar. Trabajó en ello toda la noche. A la mañana siguiente, sabía con total certeza que ella me amaba. Ese detalle de la hoja me lo comunicaba de la mejor manera. Hoy encontré esa hoja, debajo de un lindo caleidoscopio, antes de prepararme un mate. Mientras el agua se calentaba, leí de nuevo esa hoja. En verdad nos amábamos. Pero, ésta es la materia del texto, la ausencia ya estaba anunciada desde el comienzo.

3 comentarios:

  1. La eterna mentira de la ausencia, no sólo de las perras malditas, también de las personas.

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  2. Me encanta como escribes Diego, lo sabes.

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  3. Gracias, amiguita. Espero todo vaya en orden con tus planes. Gracias, de nuevo, por leerme.

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