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jueves, 15 de noviembre de 2012

El mito primigenio (Primera parte)

Testimonio de un desesperado

Por Sonny DeLorean 

“La vida se desliza como una serpiente a través del universo
y tú seguirás dormida hasta que te plante un beso”

Hay pocas sensaciones que podrían preferirse en la vida antes de tomar esta decisión; por ejemplo, sería maravilloso que se me condenara al olvido antes de saber que buscaré a la Muerte cuando amanezca. No pensé que al ver mi nombre tallado en la tumba de las aparentes verdades y las supuestas mentiras gozaría de tal felicidad, pero los humanos no estamos acostumbrados a la inmortalidad. Paulatinamente siento como la angustia se apodera de mí  a través de palabras imprecisas y temerosas; nunca debí participar en el cautiverio del mito primigenio.

No quisiera justificarme, pero yo como simple mortal, qué podía hacer ante la amenaza de los hijos del Tiempo y la Ciudad, de las invenciones fantásticas que deambulan en las calles citadinas con la única intención de atemorizar, de la encarnación espectral de los mitos urbanos. Hace tanto tiempo que se hospedan en esta buhardilla porque el destierro los trajo hasta aquí; pudo haber sido otro pero el sopor de la noche y sus andares soterrados por la decepción los condujeron a este hotel de paso. 

Uno a uno llegó por su cuenta. Los humores de la noche fueron cambiando, si antes la noche fue su dominio y las calles su conquista, ahora sólo son una huella empobrecida de los ayeres. Tan solo el rumor de algunas voces piadosas logra que sus nombres sean recordados por decir menos. Leproso, Robachicos, Candigas, Trailaraila, Degenerado y así se acumula la lista infame de los huéspedes (hasta ahora eternos) que pernoctan en los cuartos derruidos y desesperanzados del Centro Histórico. Un olor nauseabundo ha perfumado con el rocío fétido de su presencia cada uno de los rincones y los intersticios. Lo que fueron personajes seductores y estrafalarios se convirtieron en personajes fácilmente olvidables y decrépitos. Al menos antes se animaban a salir a las calles porque percibían el aspecto lunar y desértico de antaño, pero se dieron cuenta que sus pistas fueron sustituidas por verdaderos comensales del horror y de la violencia, ellos no tienen nada de funambulesco.  

Algunas vez me dijeron que los mitos nunca mueren y sólo se reinterpretan; el Progreso lo ha desmentido totalmente. La terrible condición de estos hijos desa(l)mados los hizo perpetrar el mayor de los crímenes: robar su pasado para seguir viviendo, atentaron con la creación. Si la sustancia de los mitos urbanos es el Tiempo de/y la Ciudad, el Progreso con su desvalijada memoria los estaba matando. Nunca creí ver como una madre y un padre se empeñaban en dar muerte a sus hijos de una manera tan encarnizada.

Tal vez pueda ser exculpado si el falso refugio de la verdad no resulta tan inalcanzable, después de todo, la culpa la tiene Gerardo Murillo y su libro Cómo nace y crece un volcán. El Itz. Quién más podía ser sino el más intrigante de estos mitos inofensivos el que me lo dijo todo…

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