> Arcanum VI: Las aves de presa en la soledad

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las aves de presa en la soledad

 
Las aves de presa en la soledad

Por Diego Bang Bang 

La soledad sabe a ajenjo, huele a humedad y se escucha a ritmo a go-go. Es una frontera, un cruce, una amalgama. Es un espacio que se comparte sólo con la sombra. Los metales y las voces crecen, poco a poco. El ajenjo hace lo propio: comienza a marear. Una gotera se une a la sección de las percusiones. Golpea, tamborilea en la superficie de plástico de una vieja consola de videojuego. En la soledad los coches suenan a buques en alta mar, los árboles son monstruos de la oscuridad. La humareda de la ciudad es el telón preferido para las aves. Aves de caza. En este cuarto de azotea aún merodea el hilillo de tu perfume natural. También la perfidia de tu sangre vaginal. Debajo del colchón están los viejos periódicos, las viejas noticias. Noticias lejanas para nuestro mundo de ensueño: sexo oral y anal todos los viernes por la mañana. Los sábados, eléctricos, nacían con el sonido a go-go de The Bostweeds y, por las tardes, películas de Bergman. Aunque, es necesario hacer la aclaración, nunca vimos la más importante: “Escenes from a marriage”. Las zapatillas, con olor a sudor y a cuero, descansaban en la alfombra el resto de la semana. Los viernes desde temprano, antes de lo oral y lo anal, música soul (siempre nos pareció adecuado aquel epíteto musical). Antes de cualquier perversión (volvamos a lo oral y lo anal) una plegaria: la música de Salomon Burke o Aretha. Y, a manera de acotación de baile, me dijiste que recordabas pocas novelas en las que los personajes bailaran. En cambio, muchas escenas de películas. Comenzaste, entonces, a bailar como la rubia de “Faster, Pussycat! Kill! Kill!”. Tus manos siempre estaban resecas. Lo noté, con más exactitud, la primera vez que me masturbaste. Acostados en los pastos del Parque Hundido. Mientras las personas hacían lo suyo: deambular como parte de una escenografía. Fue en esta oscuridad solitaria de azotea que te mostré mis calzoncillos fosforescentes. Los compré vía internet y siempre te aseguré que, muy probablemente, los integrantes de Kraftwerk usaban alguna prenda así. Tu risa fue apoteósica, una apoteosis que me llenaba de seguridad. Una apoteosis con sabor a cereza, con olor a eucalipto, de sonido indefinido por melodioso. La soledad es una silepsis con el mundo; una concordancia con tu recuerdo. Y, ahora lo noto, las aves de caza no son tal. Se han convertido en aves de presa. Vienen por los restos de mi soledad. Tomaré el último trago de este ajenjo. Sentiré una vez más la picazón nasal de la humedad. Subiré el volumen del pegajoso a go-go. Las malvadas aves ya se encuentran en el umbral de mi ventana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario