por Radian Luna
Caminé por el malecón y su olor rancio saturó mis
fosas nasales. Los barcos permanecían en reposo cadencioso al fondo de la
postal que compre para escribirte. También
aquí no dejan de perseguirme los espirales, así comenzaría la nota pero
preferí hablarte de la chica que me vendió el collar que anexo a este mensaje.
La encontré bailando un son, justo como me lo contaste, la vi con esos pasos
que tanto te vi ejecutar. A sus pies un puesto de recuerdos para la familia.
Llaveros, colguijes y playeras. Le compré un cráneo lleno de colores y un
colguije hecho con un caracol y plástico verde. Hablamos. Intercambiamos
impresiones, las mías muy de turista, las suyas eran de espectro pendiendo de
un hilo hacía el abismo. ¿Estas aguas son parte del Atlántico? Soltó la risa y
me invitó a comer arroz y mariscos en uno de los barrios cercanos a la playa.
Sacié mi hambre. La sed se apagó con nieve de maracuyá y mango. Caminamos por calles
sudadas y corroídas por la sal que condimenta todo. Entramos en un claro. El
camino hacía su casa, en el fondo de un jardín, estaba rodeado de palmeras. Me
invitó una cerveza tibia y me tomó entre sus brazos y comenzó a cantarme al
oído un bolero atroz pero memorable, duele
mucho estar sin ti, estar contigo duele más. Bailamos hasta perdernos.
Entre sombras, arañas agazapadas y susurros lejanos terminé mi descarga seminal
sobre los muslos de una desaparición. Al final fue eso, nada de aparecidos. Los
fantasmas son desaparecidos tratando de saltarte al cuello o directo al
corazón, esperando ser arrojados por un momento de la suspensión que los
aprisiona en esas casas vacías y sin luz, para sentir la soledad azul en las
almas morenas. Esa fue la impresión sobre Veracruz que llenó el espacio de la
postal que te envié desde este puerto que terminó por desaparecerme.
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