Por Diego Bang Bang
Cada día la vida me
duele más y ese dolor es, cada día, más tangible. Después de
pasar la incómoda crisis identitaria de la adolescencia hay un
momento en el que todo es muy (¿cómo decirlo?) fenomenológico. Así
lo siento ahora, mientras aún tengo gasas en el departamento trasero
de mi dentadura. Mientras la garganta toda me sabe a hierro y las
sienes me pulsan; mientras la anestesia se apoltrona sobre mi rostro.
Sabrá el sentido común
y el sentir popular así como la conciencia milenaria el porqué de
llamarles muelas del juicio. No dudo que tengan relación con un
período antropológico (simbólico, por ende) en el que la aparición
de ese conjunto de keratina significara algo denominado juicio.
Sin embargo, en nuestras días y dada nuestra condición líquida,
pienso que es una superchería seguir llamándolas de ese modo.
La verdad es que la
aparición de dichas muelas no me han traído nada del mentado
juicio. No me siento ni más lúcido ni más centrado y, mucho
menos, en el rumbo de “sentar cabeza” como dirían las personas
chapadas a la antigua. Tampoco lo he visto en ninguno de mis
amigos... bueno, no al menos en el caso de que juicio se
encuentre en el remolino semántico de criterio, serenidad y cierta
paz interna.
Y en el hipotético caso
de que juicio se mueva en el terreno semántico de
“convención”, “lugar común”o “buena conciencia”,
entonces conozco a muchas personas juiciosas. No los juzgo, cada
quien sus muelas. Lo menciono como mero mecanismo de fuego amigo, por
el principio de inseguridad que encierra mi personalidad.
Regresemos, si las caries
me lo permiten, a lo fenomenológico; es decir, a los sacamuelas.
Pocos actos anatómicos pueden considerarse verdaderamente fenómenos
como la extracción de una muela. La extracción es un acto de
violencia pura. Un atentado a la desfachatada boca, un escarnio a la
fuente de habladurías y mentiras (para cuando suceda dicha
extracción habrás dicho muchas pinches mentiras). En ese caso,
dejan de ser las muelas del juicio y se convierten en agentes de un
acto volitivo: el juicio de las muelas.
Juicio que te llevará a
pensar en lo mierda que ha sido toda tu vida. En las tonterías
familiares (halagos principalmente) que has creído. En los fracasos
amorosos que te han llevado a un momento de escepticismo
infranqueable. A darte cuenta de lo poco promisorio que se antoja tu
carrera profesional (mejor ser el sacamuelas que el escritor al que
le sacan las muelas). Juicio que se colgará más en tu conciencia si
la anestesia es realmente buena.
En fin, al salir del
dentista todo se arremolina en un mismo centro: el sabor amargo, la
parálisis facial y el pensamiento quebrado. Entonces, lo único que
queda es apretar el paso en busca de varios analgésicos: una
pastilla de naproxeno, mucha pornografía y un poco de poesía: “Lo
cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero
aunque Dios ―encarnado
en algún sacamuelas―
nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los
escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera
maravilla”.
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