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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Dolencias I (El juicio de las muelas)


Por Diego Bang Bang

Cada día la vida me duele más y ese dolor es, cada día, más tangible. Después de pasar la incómoda crisis identitaria de la adolescencia hay un momento en el que todo es muy (¿cómo decirlo?) fenomenológico. Así lo siento ahora, mientras aún tengo gasas en el departamento trasero de mi dentadura. Mientras la garganta toda me sabe a hierro y las sienes me pulsan; mientras la anestesia se apoltrona sobre mi rostro.

Sabrá el sentido común y el sentir popular así como la conciencia milenaria el porqué de llamarles muelas del juicio. No dudo que tengan relación con un período antropológico (simbólico, por ende) en el que la aparición de ese conjunto de keratina significara algo denominado juicio. Sin embargo, en nuestras días y dada nuestra condición líquida, pienso que es una superchería seguir llamándolas de ese modo.

La verdad es que la aparición de dichas muelas no me han traído nada del mentado juicio. No me siento ni más lúcido ni más centrado y, mucho menos, en el rumbo de “sentar cabeza” como dirían las personas chapadas a la antigua. Tampoco lo he visto en ninguno de mis amigos... bueno, no al menos en el caso de que juicio se encuentre en el remolino semántico de criterio, serenidad y cierta paz interna.

Y en el hipotético caso de que juicio se mueva en el terreno semántico de “convención”, “lugar común”o “buena conciencia”, entonces conozco a muchas personas juiciosas. No los juzgo, cada quien sus muelas. Lo menciono como mero mecanismo de fuego amigo, por el principio de inseguridad que encierra mi personalidad.

Regresemos, si las caries me lo permiten, a lo fenomenológico; es decir, a los sacamuelas. Pocos actos anatómicos pueden considerarse verdaderamente fenómenos como la extracción de una muela. La extracción es un acto de violencia pura. Un atentado a la desfachatada boca, un escarnio a la fuente de habladurías y mentiras (para cuando suceda dicha extracción habrás dicho muchas pinches mentiras). En ese caso, dejan de ser las muelas del juicio y se convierten en agentes de un acto volitivo: el juicio de las muelas.

Juicio que te llevará a pensar en lo mierda que ha sido toda tu vida. En las tonterías familiares (halagos principalmente) que has creído. En los fracasos amorosos que te han llevado a un momento de escepticismo infranqueable. A darte cuenta de lo poco promisorio que se antoja tu carrera profesional (mejor ser el sacamuelas que el escritor al que le sacan las muelas). Juicio que se colgará más en tu conciencia si la anestesia es realmente buena.

En fin, al salir del dentista todo se arremolina en un mismo centro: el sabor amargo, la parálisis facial y el pensamiento quebrado. Entonces, lo único que queda es apretar el paso en busca de varios analgésicos: una pastilla de naproxeno, mucha pornografía y un poco de poesía: “Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero aunque Dios ―encarnado en algún sacamuelas― nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla”.

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