> Arcanum VI: D. (el) F. (os) [III]

domingo, 8 de diciembre de 2013

D. (el) F. (os) [III]


Por Diego Bang Bang


Danieri pasea los ojos por los tubos oxidados de los puestos de la Lagunilla. A esa hora parecen un cementerio de metal, un esqueleto derruido sin carne. En el muro grisáceo de polaroids vehiculares son pocos los carros de color rojo. Un rojo que se escurre por el sistema digestivo de Danieri. Más allá del dolor de brazos y piernas, le duele la cabeza. Pero no como un dolor físico propiamente, se diría que le duelen los pensamientos que son recuerdos e imágenes. Cierra por un momento los ojos y comienza el carrusel: un charco de sangre en Garibaldi, uno en Tepito y el último en la Lagunilla. La luz de los establecimientos nocturnos, según esta lógica memoriosa, los hace más vívidos. Una sensación de asfixia, entonces, revolotea en su cabeza. Los recuerdos se le han subido a la cabeza. Por su garganta la sangre sigue su paso cansino. En su estómago imagina un lago de sangre: un signo inequívoco de destrucción, de muerte. Ahora esa quimera formará parte del carrusel sangriento. Danieri cede a la debilidad de sus piernas. Posa las entumidas nalgas sobre el concreto y su espalda absorbe la frialdad de la cortina de hierro. Cierra los ojos y se vuelve a dejar llevar por el carrusel sangriento.

¡Recuerdan la canción del homosexual en el primer disco de La Maldita Vecindad? Pues, resulta que no se llamaba Rafael, sino Mario. Cuando la escribieron decidieron cambiar el nombre para no revelar la identidad del personaje. Aunque a Mario no le hubiera importado, pero ya ven que los integrantes de esa agrupación eran respetuosamente disidentes. Lo supe en una cantina de la calle Palma, muy cerca de la calle Madero y a poca distancia de la calle Donceles. Aquella tarde llegué con Fernando León y Erick Arqueles a La Montañesa. A falta de un lugar exclusivo, nos invitaron a sentar en la mesa de un viejo de lentes grandes y barba blanca. Al principio todo era cordialidad y preguntas protocolarias: ¿de dónde son? ¿cuántos años tienen? ¿vienen muy seguido a este lugar? Posteriormente, con 1.5 litros de alcohol en las venas, comenzaron las confusiones y confesiones. Mario, quien de principio no lo aparentaba, era una loca. Aseguraba que su target preferido eran los hombres casados: “después de los cuarenta se les hace agua la canoa”. Nos preguntó si alguna vez nos habían metido un dedo y, de pasada, nos ofreció su habilidad dactilar en ese particular. Unos cuantos mililitros de alcohol después, Mario nos confesó su mayor desgracia. El amor de su vida, un hombre casado de la Juárez, había muerto de cáncer prostático. Nos confesó que se encontraba devastado. El silencio de su boca fue acompañado por un brillo meláncolico en sus ojos. En el epílogo de aquella tarde-noche, Mario nos contó sus peripecias amorosas con un integrante de la Maldita Vecindad. Nunca reveló la identidad del susodicho. Su último comentario fue: “La Maldita Vecindad hace tiempo que se fue a la mierda”. Y pues sí...

... el cuarto de Ricardo en la Portales, un mural invisible en Chapultepec, Los Coronas en el Centro Cultural España, Doña Bertha en la calle Moneda, el respiradero del metro Pino Suárez, el concierto de Café Tacuba en el Zócalo, un poco de Coyoacán (el kiosko, sobretodo), el recuerdo de Alceste en Tlatelolco, la aeronáutica de los ojos de Mónica, el castillo kafkiano de la Guerrero, la tímida catedral del Franz Mayer, el hoyo skinhead de Don Fausto, las banquitas de Bellas Artes, la cúpula del Fondo de Cultura Económica en Eje Central, el corazón de Nancy en el centro del Templo Mayor, un trío en un hotel de Garibaldi, besos a una mujer catalana en Xochimilco, el fantasma de Yari en La Vaquita, el cuarto de Jorge a un lado del metro Juárez, las miradas perdidas en los callejones de Donceles, el primero y último beso con Samantha en El Zaguán, debut y despedida en el oleaje circular de México, Distrito Federal... Camino y camino en este viaje de revisitación citadina.

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