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martes, 23 de julio de 2013

La mujer dormida


La mujer dormida

Por Diego Bang Bang 

Este escrito se lo robé a Fernando León Baltazar. O, mejor dicho, la idea que navega a través del río de estas letras fue lo que le robé. Cuando uno pretende emprender vuelo en el arte de la tura literaria, uno se acostumbra a hacer ese tipo de cosas. Robar, plagiar, parafrasear... verbos, todos, referidos a un mismo eufemismo: hacerse pasar por otro. La misma idea precedente la tomo prestada de Enrique Vila Matas, quien a su vez -seguramente- la tomó prestada de otros escritores; quienes a su vez...

León Baltazar me contó, hace muchísimos años luz, de una mujer que amaba hasta el tuétano. Me contó que tenía muchos planes con ella: bailar descalzos en los anillos de Saturno, saltar los aros de fuego de los infiernos dantescos y vencer las peripecias kafkianas de Tar. Me contó, tristemente, que habían intentado el cultivo de un jardín y se había marchitado. Que ni siquiera Isidro había podido salvar la vida. Me contó que había hecho un recorrido por el sur más denso (repleto de quimeras de un dinosaurio tricolor, el Reptil) y planeaba hacer un recorrido de vuelta hasta el norte más tórrido. Me dijo, como en un susurro electrónico, que planeaba hacerle una última ofrenda a aquella mujer. Un poema tallado en piedra en las entrañas de la Mujer Dormida. No volví a saber de él... por un tiempo. 

En el ínterin sucedieron algunas cosas: compartí una mujer con Clavijero, fracasé en mis intentos de vida intelectual y me obsesioné con una gitana. En alguna de las junturas de estos avatares, también comencé a leer a Kawabata. Recordé tiempos antaños a lado de Ariadna; me recordé lleno de esperanzas y utopías. Después del ejercicio en retrospectiva, vino el ejercicio en prospectiva. Me vislumbré triste y acabado, solitario. Nada extraño en el escenario de alguien que desea desgranarse en letras.

Pasaron así varias semanas: entre saltos de espacio (***) y elipsis borrascosas. Leía a Kawabata y se me antojaba una anfetamina. Leía a Kawabata y pensaba en la Mujer Dormida. En algún momento, todo se convirtió en sincronía.

León Baltazar me envió un correo. Me contaba algunas cosas acerca de su vida: mujeres, trabajo y mucha literatura. Sin embargo, lo más importante era un poema que había anexado y otros textos periodísticos. Los recortes eran acerca del mito volcánico de la Mujer Dormida (Iztaccihuatl). Cronologías y relatos diversos acerca de la tradición oral. El poema, por otro lado, era una reinterpretación muy íntima y portentosa; merecedora del premio Andrés Henestrosa.

Era un poema larguísimo, en la vena de “Howl” de Ginsberg, que mezclaba de manera exquisita la tradición oral prehispánica y la cosmovisión más profunda de la ciencia ficción. Un oxímoron dedicado al mito, pretérito y futuro, de la eterna Mujer Dormida.

El poema, ese mosaico tralmafadoriano, se apoderó de mí en los días sucesivos. El mito, según recuerdo dice Campbell, es de quien lo vive. Comencé a vivir aquel mito de manera intensa: todas las noches ella llegaba a mi cabeza y dormía mientras yo la soñaba durmiendo. Eran sueños largos y con mucha textura. Eran sueños para el tacto. Las cortinas de seda, su terso kimono, sus suaves pestañas...

Una noche, en alguno de esos sueños táctiles, alejaba la mirada de ella. En un rincón yacía un ejemplar de Kawabata. Las pastas estaban carcomidas y en el lomo se leía “La casa de las bellas durmientes”. En el sueño caía en cuenta del porqué de los rasgos orientales de la Mujer Dormida. Entonces, me desnudaba y, con una sonrisa de complacencia en el rostro, me tendía a un lado de ella. Tocaba su pelo y lo olía. Cerraba los ojos y pensaba en el poema de León Baltazar. Le decía (entre ecos de ensueño) : “Amigo, permíteme este haiku onírico acerca de Iztaccihuatl”.

1 comentario:

  1. Diego Bang Bang, es inevitable que para apropiarse de un mito es necesario vivirlo. No obstante lo que la mayoría de las personas viven es el momento del mito, lo que quieren vivir del mito, es decir, no lo hacen suyo en su totalidad.

    Hace unos días, un antiguo y sabio charlamán con vos milenaria me dijo que los mitos, sobre todo los mitos primigenios, una vez que se viven necesitan ser reconstruidos y reinterpretados. De ahí que el mito de la Mujer domina dignifique el amor eterno de otra manera. El guerrero se encontraba harto y cansado de contemplar el dormir de una mujer que deseaba seguir pernoctando infinitamente para soñar con la Luna, es por ello que hace unos días el volcán expiraba su furia tórrida con la intención de alejarse y continuar con la trascendencia del mito.

    A lo que voy, después de la contemplación viene la reconstrucción del mito. Seguro que también te atraparan en la contemplación los paisajes de oriente, lo importante será cómo lo reconstruyas.

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