Los gigantes de lava
Por Diego Bang Bang
Primero fue la
desaparición mutua de nuestras lenguas. Llamitas puntiagudas que
ardían en los recovecos de nuestras oscuras bocas. Esa lucha
milenaria por robarnos mutuamente el fuego del alma. Caminar y
caminar con las manos trazadas por flamas... Relucientes como metal
en ignición, hogueras paganas de la clandestinidad cotidiana.
Prometeos pequeñitos, gigantes de lava.
Fuego tú, fuego yo...
Nubes incendiadas y los dragones ya en marcha. Te recuerdo las
infinitas citas en aquel café, la sonrisa de balsa y los ojos de
luna. Poco a poco el aire del alma se entreveraba. Con esas trenzas
de viento en el pecho, con los candelabros de la razón incendiada...
Tus senos, las nalgas, nuestra mirada.
¡FUEGO! La gramática,
la arquitectura, los planos... Tus pies en mis bisagras, mi llama en
tu catedral. Mi mano se convierte en tu piel, las respiraciones una
forma de la amalgama. Ese animal nocturno que ruge a bocanadas...
¡FUEGO! Tus piernas se estremecen, tu espalda se amaga y ese rostro
se ha vuelto una espada. La fuerza decae, la luz atraviesa nuestra
neblina.
Dislexia, mi amor, así
le llaman... Un extinguidor y una llamada a nuestros bomberos. La
lluvia moja a manera de lágrimas. Y cada día te veo menos de
frente, algo me ha arrancado tu mirada. ¿De qué sirve arrastrarse
cuando ya no hay savia?
Sintaxis, mi amor, dicen
que es necesaria. Cada día nos hablamos menos porque los defectos no
cambian. ¿Y los gigantes de lava? ¿El fuego del alma?
Una vez me contaron una
historia sobre la lengua del alma. Me contaron que los hablantes se
amaban a ultranza. Ellos, los
hombres de la verdadera lingua franca, la escribieron en viejos
pergaminos. La estudiaron y construyeron en sus más mínimos
detalles. Era perfecta, mejor que cualquier arma. Un día esa lengua
se extinguió.
Llegó una peste. Barrió
las casas y los muelles. Encontró las camas y todos los muebles. Aún
en aquel sufrimiento profundo ellos respetaron su lengua (con su
gramática y sintaxis perfecta), se amaban. Dicen que sus palabras
aún vuelan por las montañas y están grabadas en las piedras.
Mi amor, si me lo
permites, deseo que aun en esta peste de lluvia de ranas no olvides
nuestra llama. Espero que algún día los gigantes de lava se vuelvan
piedra y en ellas nuestra lengua viva iletrada.
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