> Arcanum VI: De los recuerdos

martes, 15 de enero de 2013

De los recuerdos

De los recuerdos

Por Diego Bang Bang 

Inspirado en la libreta de M. R. I., alumna del 621, Prepa 8.

Más de uno hemos emprendido el viaje mar adentro en el océano de los recuerdos de manera accidental y accidentada. Los artefactos inductores de recuerdos son variados: alguna libreta vieja, algún correo electrónico, una llamada inesperada y/o algún número registrado en la agenda del celular. Meros pretextos para echar a andar una maquinaria profunda, enterrada en lo más hondo de la psique. Una maquinaria injusta por ser parcial.

Últimamente he renunciado de mi pasado. He tratado de concentrarme en la solidez y cruda tangilbilidad del presente. Miro con ahínco la pila de libros dispuesta en mi mesa, escucho con interés las melodías que surgen de mi pequeña grabadora. Siento el palpitar de mi corazón mientras me recuesto de manera oblicua en mi cama. El presente está ahí, se encuentra a flor de piel en el umbral de mi ventana: con los ruidos de los vecinos y los crujidos de la casa de mis padres. Si quisiera hacerlo un tanto más plácido, me refiero al trémulo presente, subiría a la azotea y miraría los nubarrones y las azoteas de la colonia. Sin embargo, no es placidez lo que me arrebata en este ejercicio de la empiria. Es, más propiamente, una especie de liquidez. Un derramamiento. Eso es: el presente es un derramamiento constante.

Comencé por el presente, pero el tema es el pasado. En algún lugar del primer capítulo de “Esculpir el tiempo” de Andrei Tarkovski, el enigmático director asegura que las imágenes de las películas deben estar conectadas con la sensación romántica de los recuerdos. No sé si fue esa frase o ese pensamiento lo que me llevo al viaje primigenio descrito en el primer párrafo. Quizá no, quizá sí como en “Inception”. Una frase que deviene pensamiento y que crece constantemente. Lo lees un viernes y miras el resultado en lunes o el martes próximo.
*
A la sazón, estás ahí debajo de la mesa de tu cuarto. Buscas en los tres niveles de un mueble viejo que contiene sólo papeles. ¿Papeles solamente? Dífícil saberlo. Das vuelta a los tres niveles. Libros de inglés, libros de ortografía, alguno de química y hasta una vieja constitución. Nada que podamos considerar detonante hasta el momento. Hay otra pequeña mesa de madera con las patas muy flojas. Te sumerges poco a poco: tareas de la secundaria, trabajos de la prepa, escritos de la universidad. Algo comienza a florecer en tu cabeza. Es una sensación vaga (a lo mejor la tinta con la que se imprimió el libro de Tarkovski comienza a materializarse) porque ya se encuentran los primero garabatos. Son algunos teléfonos, algunos dibujos muy monos productos del ocio de las clases, nombres de tus grupos de rock favoritos de aquella temporada. Toses, en el momento de finalizar, a causa de las capas de polvo que has levantado.

Te paras a la luz de la ventana y, poco a poco, algo se empieza a formar en tu cabeza. Apenas está dando vueltas, apenas está tomando fuerza. El agua cruza el tobogan de la garganta y moja tu pecho hasta asentarse en algún lugar que siempre has imaginado como el estómago. El polvo se muestra con más caos a esas horas de la mañana, los rayos que entran tiránicamente parecen hacer flotar las pelusas y motas de polvo en todo el cuadrado de la estancia. Miras el ropero y ahí también hay recuerdos: recortes, boletos de tus conciertos, algún poster de la adolescencia (cuando la flama estaba en el punto más alto).

Falta sólo un mueble. Se encuentra justo en la parte más alta de tu cabeza. Es una pequeña repisa con libretas, diccionarios y libros manuales de todo tipo. Desde el clásico libro monero de Rius, el diccionario de sinónimos y antónimos, hasta las letras del “Blood on the tracks” escritas en las últimas hojas de un cuaderno de forma francesa. El polvo es el único inquilino constante de este concubinato. El rubro libretas, el más difícil. Ahí está la tinta de muchos recuerdos. No de las clases, tampoco de los maestros. Son, en su mayoría, recuerdos de cómo te sentías o cómo crees que te sentías. Son recuerdos de tus amigos, del olor de sus suéteres, de sus muletillas. Son recuerdos de los juegos coquetos que se colaban a las cuadrículas. Un gato, un ahorcado, alguna declaratoria indirecta. Las miradas inconexas pero embebidas de deseo. Una pequeña lucha por ganar territorio. Algún toqueteo torpe pero delicioso. Un regaño compartido en la dirección. También, es triste decirlo, están las páginas en blanco. Esas que no se pudieron llenar con juegos ni declaratorias insulsas. ¿Las razones? Las largas vacaciones de verano y el imposible (el de ella también) retorno a la misma escuela. Las promesas, los planes echados por la borda. No por ti ni por ella...

No hay comentarios:

Publicar un comentario