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domingo, 30 de septiembre de 2012

De cuando fuimos criminales...


De cuando fuimos criminales… 

Your soul is in heaven, but your memory remains.
Por Diego Bang Bang 

No sólo por las novelas negras que asomaban, consuetudinariamente, en nuestros escritorios. Tampoco por la manía conjunta de buscarnos en las alcantarillas y los meandros más viles de nuestra mitología. Y, quizá, más específicamente por tu hipótesis acerca de toda esa tradición literaria: "los mejores relatos de novela negra son aquellos que mejor saben esconder su violencia", me dijiste mientras tomábamos cerveza en alguna terraza o balcón de la Ciudad. Y fue precisamente en ese momento donde podemos encontrar, si me lo permites, los indicios de esta pesquisa. Nuestra noir history o noir tale que tantos sinsabores y placeres dejó en el Nocturno mexicano.

Y entonces el indicio se convirtió en causa. Una causa, no está de más decirlo, perdida. Una causa donde los roles tanto de policía y criminal se vinculaban como el águila y el sol de cualquier peso mexicano. De poco o nada nos sirve recapitular e inculpar automáticamente: ya sea que fuera el tiempo o nuestras más viles pasiones. Nadie tiene la culpa ni nada. Sólo eso, la vida. Alguien tenía que disparar y a veces el que lo hace no es quien sostiene el cañón en la cabeza del otro. Así de fácil e impredecible e impresentable.

Y entonces te digo desahoguemos las pruebas como te diría desahoguemos las penas... mi amor:

 
Prueba # 1
De camino al hospital, inesperadamente, todo me parecía aséptico. Incluso tu delgada blusa blanca. Y algo dentro de mí, un no sé qué, imaginaba chorros de sangre. Y aunque pudimos hablar por teléfono toda la noche, la sensación era de abandono. Imaginaba los movimientos de tu vientre. Y me imaginaba a mí debajo de alguna mesa. Escondido de mi dolor, pero infundido en tu dolor. Sin embargo, aquella mesa no quedó en una vaga quimera del terror. Después, cuando nos encontramos en la instalación médica nos avisaron. Y la mesa, esa mesa que flotaba en mi cabeza, se hizo tangible. Se convirtió en una mesa de quirófano con penetrantes luces a los lados. Al menos eso me dijiste que recordabas antes de caer en el vacío de la anestesia. Y ya en ese vacío la atmósfera remitía a peluches en tu cabeza, a peluches con deformaciones. Deformaciones de figuras alargadas y que de alguna manera anunciaban un terror mutuo. Un cierto tipo de limbo.

Prueba # 2
Me contaste el final de La tumba. Mi respuesta fue una sonrisa nerviosa, una sonrisa ladeada. Una sonrisa que apuntaba hacia la culpa. Nos fundimos en un abrazo. Fuimos, los dos lo sabemos, una amalgama culposa. Culpa por convertirnos, repentinamente, en un par de corazones sangrantes. Los espacios se curvaban, entonces, porque nuestro dolor no cabía… Por eso muchas veces lloramos no sólo para fuera, sino también para adentro. Y la mano, la maldita mano, que se abría paso por el sistema digestivo. Esa mano, aciaga mano, que tomaba el lugar del rostro y se hundía en tus ojos y en tu nariz. Que arrancaba tus senos y no era otra cosa que un sueño. Pero un sueño más real que nuestros besos. Besos ineptos. Besos que alejaban y daban pie a querer mordernos. A comernos hasta desaparecernos.

Prueba # 3
Y entonces empezamos a estamparnos en las paredes de la Ciudad. Como las sombras en una película grabada en blanco y negro. De alguna forma, la historia del último Orson Welles explica nuestra situación. Es algo así: después de la tragedia que vivió con Citizen Kane, Welles no volvió a ser el mismo. Sí, el ciudadano Kane fue la perdición para Welles. Creo que por eso se dedicó a grabar películas noir. Porque se sentía como la mierda. De alguna manera, nosotros teníamos en Él a nuestro Citizen Kane (incluso pudimos llamarlo así). Después de lo acontecido nos sentíamos como la mierda o, peor aún, como sus restos en picada hacia la tasa del baño. Por eso en lo sucedáneo nos dedicamos a contarnos historias de verdugos.

Prueba # 4
Después de tantos años, después del silencio, después de Rocamadour…

Acá estamos aún, en la pared que nos hace criminales. Con las manos en alto llenas de recuerdos de amor y de furia. Nunca de fortaleza.

Acá estamos aún, con la mirada volteada a flancos opuestos. La tuya en el ocaso de nuestra historia; la mía en el crepúsculo de la misma.

Acá estamos aún, sentados en aquel árbol de C.U. Con mi cabeza sobre tu vientre: antes del dolor, antes de la ansiedad, antes de las lágrimas.

Prueba # 5
Me dueles/Te amo. Somos culpables. 

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