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viernes, 28 de octubre de 2011

Destruir los puentes

Destruir los puentes

Diego Bang Bang

Nunca te lo dije. Esa es la verdad. Siempre me gustó pensar que nos movíamos en la intempestiva adrenalina de un puente muy flojo. Un puente que tambaleaba cuando yo caminaba hacia ti o viceversa. Un puente de marras débiles. Un puente con un pantano debajo. Un puente de madera carcomida. Los besos eran placebos. Nos hacían olvidar el puente, pero el puente era movedizo. Por eso la sensación de caída cada vez que nos comíamos con la mirada o la boca. Por eso la sensación de liviandad.

Y cuando cambiamos de puente, no fue por un puente seguro. Fue un puente de rabia, de casa embrujada. Yo como príncipe desvalido y tú como hada maltrecha. Nos mudamos al puente de los horrores. Porque ese puente también era oscilante. Y cuando pensábamos y mirábamos el otro puente, a lo lejos, parecía un puente tan peligroso e inseguro. Sin embargo, este puente era igual de peligroso. Por eso te dije: “Por favor, no te muevas. El puente se puede caer”. No me hiciste caso y tuvimos que cambiar de puente.

Este puente era más seguro. Más aburrido. Más calmado y más egoísta. Por eso comencé a leer manuales para destruir puentes. Por eso conseguí un poco de glicerina y parafina. Por eso te dije que jugaramos a Burroughs-Vollmer. Por eso te tapé los ojos con una venda y puse un vaso en tu cabeza. Bang. Bang. Y, por eso, después de destrozar el vaso de nuestro amor, te dije que escucharas la sinfonía. Y por eso te agarré de la mano mientras caíamos. Y por eso te dije: “Ojalá disfrutes el éter, mi amor”.

1 comentario:

  1. Solo queda seguir el camino del abismo y cuando la caída se acabe, tal vez llegues frente a un televisor y tu vecina sea Joan V. con su hilito de humo en la frente...

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