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jueves, 20 de octubre de 2011

Después de la inundación

Después de la inundación

Por Diego Bang Bang

Abrí un ojo y vi mi vaso con un poco de cerveza. Abrí el otro y me di cuenta que el cuarto daba vueltas. De pie, noté que uno de mis calcetines no se encontraba en su lugar. No era lo único fuera de lugar, mi voz tampoco sonaba como de costumbre. Por supuesto, los latidos de mi corazón parecían los de alguien más.

Dormir en sillón ajeno se había vuelto una costumbre. La mayoría de las veces, despertaba en la madrugada. Los ojos fundidos con la penumbra servían para plantearse diversas preguntas. A veces sólo recordaba alguna frase o la melodía de alguna canción. A veces, también, extrañaba a alguien.

De regreso, lo normal era seguir con la novela en turno. Salir de aquella casa y prender el último cigarro. De vez en cuando, lo normal era llamar a alguien y concertar una cita. Alguna caminata por el centro de la Ciudad o alguna visita a un amigo en común.

Sin embargo, esa mañana no tenía horizonte alguno. Vagos recuerdos de la noche anterior se paseaban en mi cabeza. Miraba mis manos y un asco terrible me inundaba. La boca la sentía reseca y de mi nariz fluía una viscosidad molesta. Mi corazón cada vez parecía más ajeno.

Coloqué mis zapatos sin buscar el calcetín fugitivo. Salí a la calle y me mezclé con los transeúntes. Otra vez me sentía fuera de lugar: ellos camino a trabajar y yo con ganas de morir de sueño en cualquier banca. En el Metro la cosa fue peor.

Mi aliento me molestaba. Mis ojos se pegaban. Y aunque recordaba la metáfora de Charlie Parker acerca del tiempo en el Metro, mi cabeza era incapaz de sublimarla. Mis manos comenzaron a temblar y la luz blancuzca del tren formó pequeñas bolitas de luz en mis retinas. Decidí bajar.

La estación era Balderas. Caminé en alguna dirección y llegué a un punto muy transitado. El ajetreo de la gente sacudió mi mirada y mis intestinos. Fuertes arcadas se repitieron mientras trataba de contener el líquido con mis manos. En mis audífonos se escuchó el detonante:

If only I could see, return myself to me
And recognise the poison in my heart
There is no other place, no one else I face
The remedy that will agree with how I feel

Cuando el impulso de las arcadas cesó, me di cuenta de que mi mano derecha reposaba en una figura de color negro alquitranoso. Acomodé mis lentes y di cuenta de que era una estatua en honor a Rockdrigo. No pude hacer otra cosa que sonreír. Había vomitado al pie de la estatua de Rockdrigo. Levanté la mirada y vi que el mundo seguía con su ritmo laboral. En ese momento imaginé a cada una de esas personas como pequeños engranes y a mi vómito como el aceite necesario de aquella máquina.

Miré que era la una de la tarde. Recobré el camino y decidí salir a la calle. En la calle me enfilé a una cantina. Y mientras bebía una cerveza, seguí pensando en la inundación. En la inundación del mundo con parte de mis entrañas. No sé exactamente el porqué, pero me pareció un tanto poético. Finalmente, la resaca estaba perdiendo fuerza y preferí dejar de pensar en aquella estupidez y concentrarme en la bebida.

1 comentario:

  1. Este, en serio, es muy muy bueno. Me alegra leer gente con tanto que contar.

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