domingo, 30 de octubre de 2011
Granada-de-fragmentación, presenta:
viernes, 28 de octubre de 2011
Destruir los puentes
Destruir los puentes
Diego Bang Bang
Nunca te lo dije. Esa es la verdad. Siempre me gustó pensar que nos movíamos en la intempestiva adrenalina de un puente muy flojo. Un puente que tambaleaba cuando yo caminaba hacia ti o viceversa. Un puente de marras débiles. Un puente con un pantano debajo. Un puente de madera carcomida. Los besos eran placebos. Nos hacían olvidar el puente, pero el puente era movedizo. Por eso la sensación de caída cada vez que nos comíamos con la mirada o la boca. Por eso la sensación de liviandad.
Y cuando cambiamos de puente, no fue por un puente seguro. Fue un puente de rabia, de casa embrujada. Yo como príncipe desvalido y tú como hada maltrecha. Nos mudamos al puente de los horrores. Porque ese puente también era oscilante. Y cuando pensábamos y mirábamos el otro puente, a lo lejos, parecía un puente tan peligroso e inseguro. Sin embargo, este puente era igual de peligroso. Por eso te dije: “Por favor, no te muevas. El puente se puede caer”. No me hiciste caso y tuvimos que cambiar de puente.
Este puente era más seguro. Más aburrido. Más calmado y más egoísta. Por eso comencé a leer manuales para destruir puentes. Por eso conseguí un poco de glicerina y parafina. Por eso te dije que jugaramos a Burroughs-Vollmer. Por eso te tapé los ojos con una venda y puse un vaso en tu cabeza. Bang. Bang. Y, por eso, después de destrozar el vaso de nuestro amor, te dije que escucharas la sinfonía. Y por eso te agarré de la mano mientras caíamos. Y por eso te dije: “Ojalá disfrutes el éter, mi amor”.
miércoles, 26 de octubre de 2011
#FF Fadanelli´s Fault or Fucking Faggot

jueves, 20 de octubre de 2011
Después de la inundación

Después de la inundación
Por Diego Bang Bang
Abrí un ojo y vi mi vaso con un poco de cerveza. Abrí el otro y me di cuenta que el cuarto daba vueltas. De pie, noté que uno de mis calcetines no se encontraba en su lugar. No era lo único fuera de lugar, mi voz tampoco sonaba como de costumbre. Por supuesto, los latidos de mi corazón parecían los de alguien más.
Dormir en sillón ajeno se había vuelto una costumbre. La mayoría de las veces, despertaba en la madrugada. Los ojos fundidos con la penumbra servían para plantearse diversas preguntas. A veces sólo recordaba alguna frase o la melodía de alguna canción. A veces, también, extrañaba a alguien.
De regreso, lo normal era seguir con la novela en turno. Salir de aquella casa y prender el último cigarro. De vez en cuando, lo normal era llamar a alguien y concertar una cita. Alguna caminata por el centro de la Ciudad o alguna visita a un amigo en común.
Sin embargo, esa mañana no tenía horizonte alguno. Vagos recuerdos de la noche anterior se paseaban en mi cabeza. Miraba mis manos y un asco terrible me inundaba. La boca la sentía reseca y de mi nariz fluía una viscosidad molesta. Mi corazón cada vez parecía más ajeno.
Coloqué mis zapatos sin buscar el calcetín fugitivo. Salí a la calle y me mezclé con los transeúntes. Otra vez me sentía fuera de lugar: ellos camino a trabajar y yo con ganas de morir de sueño en cualquier banca. En el Metro la cosa fue peor.
Mi aliento me molestaba. Mis ojos se pegaban. Y aunque recordaba la metáfora de Charlie Parker acerca del tiempo en el Metro, mi cabeza era incapaz de sublimarla. Mis manos comenzaron a temblar y la luz blancuzca del tren formó pequeñas bolitas de luz en mis retinas. Decidí bajar.
La estación era Balderas. Caminé en alguna dirección y llegué a un punto muy transitado. El ajetreo de la gente sacudió mi mirada y mis intestinos. Fuertes arcadas se repitieron mientras trataba de contener el líquido con mis manos. En mis audífonos se escuchó el detonante:
Cuando el impulso de las arcadas cesó, me di cuenta de que mi mano derecha reposaba en una figura de color negro alquitranoso. Acomodé mis lentes y di cuenta de que era una estatua en honor a Rockdrigo. No pude hacer otra cosa que sonreír. Había vomitado al pie de la estatua de Rockdrigo. Levanté la mirada y vi que el mundo seguía con su ritmo laboral. En ese momento imaginé a cada una de esas personas como pequeños engranes y a mi vómito como el aceite necesario de aquella máquina.
Miré que era la una de la tarde. Recobré el camino y decidí salir a la calle. En la calle me enfilé a una cantina. Y mientras bebía una cerveza, seguí pensando en la inundación. En la inundación del mundo con parte de mis entrañas. No sé exactamente el porqué, pero me pareció un tanto poético. Finalmente, la resaca estaba perdiendo fuerza y preferí dejar de pensar en aquella estupidez y concentrarme en la bebida.
jueves, 13 de octubre de 2011
Titilar
domingo, 9 de octubre de 2011
Estrella Itinerante
Estrella Itinerante
Por Diego Bang Bang
Su nombre le parece harto literario porque le recuerda su escrito favorito de José Emilio Pacheco. Su voz le recuerda al desierto. Su mirada, furtiva y huidiza, se mueve a través de su cabeza todo el día. De unos pocos días a la fecha, siempre se pregunta por su paradero. También se pregunta por el misterio de su larga cabellera.
Sale a la terraza con un vaso de alcohol. Desanuda su corbata y piensa en el complejo del eterno adolescente. Imagina que su corazón es tan frágil como un cisne de pan. Recuerda el único referente directo entre ambos: una canción sobre las estrellas itinerantes.
Y aunque en calma, la nula prosa estelar lo pone ansioso. Más si sus personajes favoritos hablan sobre galaxias lejanas y supernovas de champán. Bebe. Piensa en bajar, sentarse frente a la computadora y recomenzar la historia. Ahora con la mujer del velo natural. Entonces se pregunta si alguna vez la habrán deseado literatura mediante. Vuelve a recordar cuando se conformaba con poder mirarla y desearla en secreto. En deseo silente y rutilante. Su velo natural y su sonrisa espontánea.
Baja, pues, y pasa de largo frente al brillo de la pantalla. En éste se pueden ver pusilánimes párrafos. Cuando regresa y lee de sopetón, se da cuenta que la mujer del velo natural ya se encuentra esbozada. Piensa que podría escribir algo acerca de la inevitabilidad de los personajes, de la velocidad de las cosas como diría Rodrigo Fresán.
Con su vaso lleno de whisky, se da cuenta que si sublima ese velo, a la mujer del velo natural, podría sacarla de su cabeza. Algo como un exorcismo literario. Eso, precisamente, es lo que necesita. No sólo esbozar a la mujer, plasmarla. Para su mala suerte, la vio muy poco tiempo y la fotografía que tiene es una fotografía colectiva. Ella apenas y se alcanza a distinguir y junto a su velo natural una mala iluminación. Y ahora se ha dado cuenta, la mujer del velo natural es una estrella itinerante.