> Arcanum VI: El Eterno Retorno...

domingo, 4 de julio de 2010

El Eterno Retorno...

EL ETERNO RETORNO…
Por La Dama del Viento

Aquella tarde tumbado en el sillón, supo que estaba jodido. Que la vida lo había apuñalado por la espalda. Fue esa tarde cuando le pidió a Sandra que no lo dejara.

¿Cómo podría contentar su alma, cuando a causa de la borrachera de unos días atrás, había perdido el empleo que tanto aborrecía? Porque en efecto, odiaba aquella mugrosa oficina, que aún empeñado en hacer agradable con ególatras decoraciones, no seguía siendo más que un horrible basurero lleno de archivos muertos y otros cachivaches que nunca supo bien dónde acomodar.
El contraste con su bien organizado departamento en la Portales, le recordaba la inutilidad de sus esfuerzos por tratar de llevar la contra siempre que algo malo le sucedía.
Descolgó la bocina del teléfono, tratando de olvidar lo ocurrido gastando el dinero que ya empezaba a hacerle falta.
--Daniel, ¿estas libre o qué onda? ¿Qué tal si vamos a echarnos unos tragos? Yo invito, ¿te cuadra?
Daniel Cervantes, su amigo desde la preparatoria, le contestaba que esa noche le sería imposible estar con él. Diana, aquella mujer de la que tanto le había hablado, había aceptado salir con él, después de haberse negado por más de un mes.
--Pinches viejas—murmuró Rafael—
--Pues ni hablar brother, otro día será--
Resignado, decidió salir a comprar algo para cenar, pues en la nevera sólo había unas cuantas legumbres que obviamente no tenía humor de preparar. Ya en el pasillo, pensó que la unidad departamental donde vivía, era demasiado pequeña, muy al estilo departamental que apunta a una casa forzada. Salio del # 16, donde vivía, y la oscuridad del pasadizo que lo conduciría a la calle, le importunó.
--Este cabrón del vigilante, siempre se esta haciendo pendejo y nunca hace su trabajo, deberían mandarlo a la chingada de una buena vez—pensó--.
Predispuesto por su mal humor, iba maldiciendo a quien se atravesaba en su pensamiento. Sin embargo, un tumulto fuera del departamento 7, lo distrajo del mal viaje. Ahí estaba la chismosa de la unidad, una vieja solterona y desaliñada, llorando inconsolablemente.
--¡Ay Rafael! ¿Ya supiste que se murió don Arcadio?
--¿Don Arcadio?—no lo sabía—Qué lástima, permiso por favor—dijo tratando de llegar a su destino.
--¿Ya te vas?
--Sí, tengo prisa.
--Pero… espérate, ya casi sirven el café…--dijo la vieja incomodando a Rafael, que si bien era un tipo duro, no gustaba aprovecharse de la pena ajena.
--No gracias doña, después vengo a darle el pésame a su familia.
--¿A su familia? ¿Cuál?—comento la mujer enterada, como era costumbre, de todos los detalles.
--Si los muy desgraciados ni se han parado por aquí. Del velorio se esta haciendo cargo Emilio, su amigo de toda la vida. De veras, ¡esta gente tan falta de valores!, mira que el pobre don Arcadio vivió solo tanto tiempo y…
En parte para esquivar los comentarios de la señora, Rafael sintió ganas de entrar para despedirse a su modo del tal Arcadio. Nunca fueron amigos, pero en una ocasión, cuando Rafael tuvo un altercado con Sandra a causa de su ausencia injustificada por varios días, don Arcadio se le acercó para decirle, si no mal se acordaba, algo como esto:
--“Deja que se vaya Rafa. Las mujeres no valen tanto la pena. Mírame a mí, estoy solo desde hace dos años. Sagrario fue el amor de mi vida, y me dejó así nomás, con una mano en la cintura. ¡Deja que se vaya! Seguro regresa, si se ve que está loca por ti. Pero así son las mujeres, indecisas, un día te quieren, otro día te odian. ¡Bah!...”
Rafael no entendió por qué aquella noche don Arcadio le había hecho tal comentario. Se sintió agredido. En estricto sentido, a él que le importaba. En fin, no era ya momento de reclamaciones.
En aquel lúgubre lugar, Rafael tuvo la sensación de ser él quien estaba en ese ataúd. Pensó si le sería posible saber quien estaría en su funeral. Aunque de algo estaba seguro; desearía que Sandra estuviera allí, rezando al pie del féretro y llorando amargamente por su partida. Imaginó, sería romántico.
Aunque supuso también que conociéndola, era seguro que esa misma noche iría a hacer el amor con su amante en turno, olvidando que había estado antes con él.
Conjeturó que para desacralizar su recuerdo, andaría puteando por ahí. Después de todo, siempre pensó que era una puta, una puta a la cual amaba profundamente.
Se distrajo repentinamente viendo los cirios firmes, incólumes, recordando la ausencia de don Arcadio.
Y pensó en su madre, aquella imagen benefactora que lo abrigó durante su infancia. Era una mujer fría, o así se había vuelto desde el día que su padre tuvo a bien abandonarla. Siempre estuvo al pendiente de él y sus hermanas, mas nunca fue una madre cariñosa.
Como por extensión, el recuerdo de su abuela vino a su mente. A decir de Rafael, era la única mujer que lo había amado de verdad. Le bastó acordarse de ella para sentirse bien.
--Después de todo soy un cabrón. Si mi abuela me quiso, fue porque me conoció cuando era un inocente…-- dijo para sí--
El desafinado canto de la concurrencia lo trajo de regreso a la realidad y se sintió fuera de lugar; rodeado por un escenario en el que no encajaba. Salió del lugar sin despedirse de nadie.
Caminó por la calle ya sumida en la oscuridad. Se sintió extraviado. Tal y como en una escena improvisada, un saxofón se escuchaba a lo lejos; provenía de una casa aledaña. El sonido extasió sus sentidos y como en una atmósfera maligna, pero extraordinaria, creyó ver a Sandra bailando medio desnuda a mitad de la calle. Movía su cuerpo al compás de aquella melodía; lo seducía. Rafael se detuvo. La imagen desapareció.
Trato de regresar al mágico escenario, pero la mirada inquisitiva de una mujer entrada en años le hizo retroceder. Con cara de molestia, la anciana entró a su casa, azotando la puerta tras de sí.
Rafael regresó, sin nada para cenar y sin nadie que lo esperara en casa. Volvió a acostarse en el sillón, encendió el modular y al compás de Billie Holliday y esa cadenciosa pieza titulada Solitude, se quedó medio dormido recordando a Sandra.
La luz del departamento 7 se apagó. El ruido cesó también. Después de todo, mañana sería otro día. . .

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