Una de las cosas fundamentales al
contar la historia del rock & roll es la selección de los hechos
históricos. A partir de esa selección se pueden obtener formas del razonamiento
capaces de explicarnos algún pasaje temporal de esta forma de arte. En el caso
de “Señales de humo”, dos hechos históricos pueden brindar cierta explicación
de su urdimbre y ambición musical. Por un lado, el lanzamiento de “Blonde on
blonde” de Bob Dylan y de “Joe´s Garage” de Frank Zappa. Por otro lado, la
publicación de “London Calling” de The Clash.
Los dos primeros LPs se recuperan
para evidenciar lo inusitado de obras magnas que están integradas por más de 10
canciones o más de 30 minutos de grabación musical. En una reseña a propósito
del disco de Bob Dylan se proponía que la foto borrosa de la portada tiene esa
cualidad debido a lo frenético y fértil del núcleo creativo del cantautor en
aquella época. En cierto modo, esa aseveración concretiza uno de los rasgos a
tomar en cuenta cuando se trata de explicar el fenómeno de los álbumes dobles:
la explosión creativa.
El larga duración de The Clash es
pertinente para pensar otro de los rasgos esenciales de los discos dobles: la
hibridación. Perogrullo es mencionar el mosaico de sonidos contenidos en
aquella obra de 1977. El repaso de sonidos contenido funcionó como un
manifiesto acerca de las posibilidades del rock. No sólo en cuanto a su
multiplicidad, sino en la recuperación de algunas de las fuentes más ignotas.
De ahí que los Clash hayan incluido una composición ska del relato oral de
Stagger Lee así como una revisitación al reggae con su canción “Guns of Brixton”.
Los dos hechos anteriores
funcionan como marcos de referencia para comprender lo logrado por Los Coronas
en “Señales de humo”. Una obra que repasa distintas musicalidades y rescata la
capacidad gatoparduna del rock a través de géneros como la rumba africana (“La
Fiebre”), los sonidos árabes (“Essaouira”), el surf clásico a la The Ventures (“Correvuela”),
el western a la Morricone (“Drama west”), la música balcánica (“7 + 6”) así
como la épica del surf (“Epic wave”). Así mismo, una obra explosiva en términos
creativos que raya en el desbordamiento estético. Lo integran 17 canciones,
casi las mismas que su primer álbum doble “Surfin´ Tenochtitlan”, y cierra un
ciclo compositivo de estos padrinos del surf ibérico. Un salto cualitativo y
momento de inflexión en la carrera de la banda que pone sobre la mesa un
cuestionamiento acerca de nuestro consumo cultural: ¿Se necesita vender humo
entre los escuchas para que puedan adentrarse en un álbum doble? Estas señales
de humo, metáfora inmejorable de la percepción corriente que se tiene de la
música instrumental, se adentran en la brecha de consumo abierta
estrepitosamente por el formato vinil y procuran reivindicarse como un producto
cultural genuino, digno de atención. Máxime en un contexto donde reina la
mercantilización fetichizada de la música —potenciada por la ubicuidad del formato
digital— y donde los escuchas ya no logran la atención ni siquiera de 2 minutos
y medio, tiempo de duración de un sencillo convencional.
El séptimo álbum de Los Coronas es la vigorización y reivindicación de la palabra “surf” y contraviene lo declarado y entendido por Jorge Drexler de esta palabra. Con Los Coronas, “surf” significa vértigo, ingravidez, ignota profundidad musical, actualización de la identidad. Lo mejor del horizonte rockero en 2017.
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