Por Diego Bang Bang
Dedicado a Eusebio Ruvalcaba. Cuando muere un autor, muere un amor.
1) Condicional: abrir
bien los ojos.
Hablábamos de la condición ulterior del alma. De la inexistencia de una vida espiritual sin las debidas condiciones materiales. Me decías: “Si tuviera el tiempo suficiente, lo resolvería”. Y sin duda no resolvíamos nada. Porque a mí ya me empezaba la comezón propia de la ansiedad espiritual. (Es raro, te veo en fotos y pareces otra. Te veo en persona y no pareces la misma.)
El reflejo de las nubes desfilaba frente a nosotros. En ese momento me parecieron veleros dorados cargados con los huevos absurdos de nuestro romance epiléptico. Se podía ver un óleo pintado de forma natural en los cristales infinitos de la inmovilidad. (Pocas veces cambias de expresión. Lo haces, sobre todo, cuando hablamos de amor.)
Fumábamos. El humo crecía lentamente en las dos monedas de oro incrustadas en tu rostro. Las comisuras de tu boca ladeaban sensualmente. Me decías: "Sin tanto pasado, tendríamos un futuro". Y tenías razón... Básicamente porque teníamos un poco de presente. (Te quise borrar de mi memoria superficialmente. Mientras escribo, tu imagen crece desde el fondo de mis ojos hasta convertirse en una ruina ígnea).
2) Condicional: un poco suerte
¿A dónde van a parar todas las utopías amorosas? Los viajes, los planes acompasados y los pesares acumulados. ¿Existe un muladar para todas esas palabras y deseos? ¿Existe un basurero para todas esas ideas? Si quisiéramos recuperarlas, deberíamos inventarnos algún artilugio. Una tienda con artefactos mágicos, por ejemplo. Un universo paralelo donde pudiéramos ver la estrella distante en el fondo del pozo. Lanzar las monedas a la espera del viraje venturoso.
Tú un tanto menos insegura; yo librado de
ninguna culpa. Desgraciadamente, la suerte de la primera vez nunca regresa para
la segunda vuelta.
3) Condicional: la
vocación de incendio
En este lugar el zumbido de los insectos solía llamar a la lluvia. Los dioses eran aeróbicos, se mimetizaban con las piedras circundantes. Faltos de la medida antropomórfica, hacían simbiosis con el follaje de los árboles y los silbidos del viento.
Sangre derramada. La huella del homo, el templo aterrizado y la
multiplicación de los ídolos. Piedras pensadas como sudarios. Prestidigitación
alquímica: la transmutación del pulque en vino.
El Guerrero Águila atraviesa la armadura con
el fuego rabioso de su lanza. El venido de ultramar saquea los tesoros
naturales. El fuego incandescente de la historia los cobija.
Las letras de neón asoman en la esquina. Un
mariachi espera en la puerta principal. De un recoveco secreto surge un
mercader sonriente. La peor de las sustancias es la mejor de las ganancias.
Debajo de aquella construcción se encuentra una de las ruinas principales del Mictlán.
¿Cuántas huellas dactilares de sus cuatro
patas habrán pasado sobre nuestros restos? Hordas de caballos metálicos y apocalípticos. Tenochtitlán, día tras día, se hunde más en nosotros. Algunos
somos lodo, algunos ya somos magma. Nunca aceptaremos el mote de homo urbanus.
4) Condicional: encontrar
a Ella
Se conocieron en la segunda década del S. XXI.
Por aquel entonces, Viajero del Tiempo sólo pensaba en una cosa: Ciudad
Palimpsesto. No obstante, la Ciudad era una colección de imágenes confusas…
difusas. De ella, sólo unas cuantas cuadras se dibujaban con nitidez: Bucareli,
Reforma y Guerrero. A sus pensamientos solía llamarlos dioramas citadinos. En
ellos, la gente hablaba incansablemente. De cualquier tema, de cualquier amor.
Paseaban a sus mascotas y miraban perdidos el pavimento. De igual forma, luces
intermitentes asomaban a distintas distancias.
Después de un tiempo, los pensamientos
transmutaron en sueños. Por un largo período, Viajero del Tiempo soñó con el
mismo lugar y en las mismas condiciones. Un panteón. Una tumba. Con fechas
inverosímiles. Datadas en un futuro lejano. Los atardeceres oníricos se
sucedieron. Una escritura disímil también se ceñía a la piedra de aquella
tumba. Todas las mañanas se hizo la misma pregunta: ¿A quién pertenecía esa
tumba?
***
De ella sólo se recuerda
que soñaba a colores radiantes y con bellos lugares imprecisos.
5)
Condicional: perder la decencia
Todas las
mañanas miro sus tetas. Sentada sobre Puente de Alvarado, mira los autos pasar.
La imagino frente al espejo del cuarto 505 del Hotel Riviera. Su cabellera ensortijada brilla debido a algún
producto de tienda de autoservicio. Quizá servicio
sea justamente la palabra. Ella brinda un servicio. No solamente cuando practica
sexo oral a cambio de dinero. No sólo cuando practica sexo anal. Ella sirve,
funciona en el todo citadino. No sólo yo le miro sus bellas tetas. He visto
como lo hacen hombres más viejos y también más jóvenes. ¿Pensarán lo mismo?
¿Sienten hervir los testículos? ¿Las ganas de querer morder esas tetas y oler
ese culo?
He pensado
seriamente en detenerme un día y confesárselo. Decirle “tienes un par de tetas
deliciosas”. Imagino su sonrisa al escuchar esto. Aunque, si soy sincero,
también imagino su incomodidad. ¿Debería pagar por ver? El pensamiento común
dice lo contrario: la mirada es inofensiva hasta que enamora. Y sus tetas en
verdad son motivo de enamoramiento.
Es mediodía.
Sombras vestidas con corbata pasan a mi lado. Soy, lo sé, también una de esas
sombras. Sigo pensando en la prostituta parada frente al puesto de historietas.
¿Cuál es su nombre? ¿Cuántos penes mamara al día? ¿Cuánto dinero ganó el día
anterior? ¿Tiene alguna enfermedad infecciosa? ¿Alguno de sus clientes se ha
enamorado de ella?
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