Por Diego Bang Bang
Mi
vida ha sido una constante peregrinación. Un movimiento periférico suburbano en
busca del centro citadino. Me definí mucho tiempo por ser una ondulación
imparable que buscaba el extático momento de la quietud. Luego de encontrar un
pequeño espacio en Ciudad Monstruo, luego de eso, decidí a empezar un escrito
muy particular. Un diario impersonal fue
como lo definí. A continuación transcribo la primera de sus visiones.
Visión # 1
Ella,
Raina, pequeña. Con una bella mirada inocente. Unos gigantes ojos límpidos. Sin
la inocencia pisoteada. ¿Cómo llamarías a este tipo de fotografía? ¿Difuminada?
¿Textura sepia de recuerdo?
Te
pregunto: ¿qué tipo de ave eres? Me dices: “pingüino”. Un pingüino que vende
catarinas, complementas. Me quedó paralizado. Un universo así de turbulento no
lo esperaba. Un ave que vende insectos. Guardo, de golpe, las monedas que
sostengo en mis manos. Entiendo que a un mercader de esa calaña no puedo comprarle
con moneda convencional. Doy media vuelta y camino para alejarme.
Al día siguiente regreso convertido en un reptil.
Un reptil comerciante de besos. Propongo dos besos por cada catarina. Claro,
además de las nimias monedas del día anterior. Después del jaleo, del coqueteo.
Entonces sí… nuestro primer beso. Mi gruesa boca de reptil en tu tersa mejilla
de pingüino.
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