Por Diego Bang Bang
Si pudieras despertar dentro de un siglo
ya sin tanto nudo en tu interior
bastaría remover en los escombros
y ver que sigo estando junto a ti
La Barranca
Han pasado muchos años y el frío otoño descrito por Iván se ha desplazado en la línea temporal.
El
pasado ahora importa más que el futuro. Me veo al espejo con demasiadas rampas
craneanas e intermitentes remolinos blancos en la cabeza. Miles de líneas
inconexas rayan mi cara y son estanques de mi fétido aliento. Mi espalda es una
madera astillada y mi estómago un campo minado de úlceras.
Por
fin puedo presentarte a Fauno. Un
lindo gato nocturno. Desapegado a mí como la luna del sol. Y lo acepto: no es
nada desagradable volcarse de amor hacia otra especie.
Hace
mucho murieron mis papás. Mi padre de un segundo ataque al corazón. Mi madre de
un paro hepático. Lloré mucho por ambos. Contarte también: mis sobrinas viven
en distintos lugares distantes. La más grande en un estado del sur. La más
pequeña en un condado de los Estados Unidos. Hace mucho no las abrazo. No
obstante, paso mucho tiempo de mis tardes husmeando en sus redes sociales.
La
política no resultó ser lo mío. Las cosas fueron de mal en peor. Nunca
mejoraron. Nunca lo harán.
Me
arrepiento de muchas cosas. Sobre todo, de haber creído en mí. En la
posibilidad de haber escrito una novela. En tomar decisiones enfocadas a la
realización intelectual. Ahora todo es muy claro: si la luz cae en las grietas,
la confusión es pasajera. Luego de un año con dolores estomacales insoportables
caigo en cuenta. El intelecto no suple, ni un lo más mínimo, la caricia viva de
una mujer viva.
Hace poco encontré nuestra pequeña libreta
amarilla. Sí, la misma llena de anotaciones lascivas y pesimistas. Todo el
tiempo me negué a sentirme vulnerable. A dejarme llevar. Ahora me arrepiento.
Aunque se lea estúpido. Y sólo me consuela un pensamiento: pensarnos en un
universo paralelo juntos, quizá otra vida, con dos perros y un gato. Retirados
en algún lugar de Ciudad Monstruo. Con una centena de discos en vinil. Con
fotos de tu autoría en nuestra pequeña sala de estar. Con un millar de libros. Con
tres restaurantes de sushi favoritos. Con nuestras patologías y manías, pero
muy juntos.
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