Por Diego Bang Bang
1) Al
final fue el blues, esa rasgadura
placentera, lo que nos encontró. O tal vez nosotros lo encontramos sin darnos
cuenta. En todo caso, ahí estaba: en cualquier póster de cualquier acera de
alguna pared. O tal vez en las pérfidas cervezas, también placenteras, que
habíamos de derramar en los labios. Porque lo nuestro no fueron cosas melífluas
ni adoquinadas. No lo sé, no lo sé: presiento que fue algo más. ¿Se les llama
corazonadas? Tal vez certezas.
2) Quizá
las mariposas no se permitan en esto del blues. No recuerdo a ningún bluesero coquetear con las mariposas. Y
es que todo en el blues es campos de
algodón, espinas en el corazón y tristeza… mucha tristeza. El merodeo de los
lobos y el canto de las hienas, pero nunca el revoloteo de las mariposas. No
obstante, mi blues, cuando comenzamos
con nuestro pequeño enamoramiento todo era mariposas. O, más exactamente,
sombras de mariposas. Algo oscuro debía de tener, ¿o no? Y entonces cerraba los
ojos y veía esas sombras coleópteras revolotear como en un grabado hermoso.
¿José Guadalupe Posada alguna vez grabó mariposas? No lo sé, no lo sé: en algún
rincón de mi memoria sí que lo hizo.
3) ¿Sería
perogrullo bluesero decirte que me
causas mucha tristeza? Me dueles cada arpegio, cada acorde; incluso cada nota.
Me dueles en esos ojos claros de gitana y en esos labios inmensos de avenida.
Me dueles y pienso el porqué de esta tristeza y el porqué de su conjugación en
tiempo presente. A veces, mi blues,
tengo la sensación de que el dolor es una cuestión humana irrecusablemente
presente y presencial. Un gemido de armónica presente y presencial en la sinfonía
caótica del día a día.
4) Al
escribir este texto, mi hermoso blues,
tengo la sensación de vivir un infinito déjà
vu. Una muletilla infinita y en la vorágine repetitiva estás tú. Estás ahí
a la orilla de algún libro de Dylan, tan callada y blanca como el papel. Estás
ahí en lo más profundo de la herida que horadas con ceniza. Estás ahí desnuda
en los sentimientos y vertida sobre ti misma. No hablas, pero tampoco callas
aunque estés callada. Y entonces el déjà
vu también es paradoja y la paradoja es hermosa porque no es presente ni pasado.
El déjà vu eres tú en lo más hondo de
la herida. Un hermoso blues en mí, menor.
5) ¿Fuimos blues,
mi blues? ¿Con cada beso se llenaba
nuestra Copa de la Tristeza? ¿Fuimos campo de algodón, espinas en el corazón?
¿Fuimos el aullido de los lobos y el canto de las hienas? Y nuestras sombras,
¿sombras de mariposas? Ruego a Robert Johnson no haber sido melodía bendita.
Doy gracias por haber nacido bajo la maldición del blues, de nuestro blues.
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