El pasado más distante
Por
SonnyDe_Lorean
“El olvido es el hermano ausente de la
memoria
pero
siempre es reconocido en su presencia”
Cees Nooteboom
La
oscuridad abnegaba la parte trasera de aquella bodega hasta dejarla desnuda de
color, sólo un hilito de voz se logró colar por el haz de luz que proyectaba
aquella televisión, se escuchaba el sonido monocorde y tétrico de las personas
que no se inmutan por callar la verdad y ofrecer la mentira como el mejor
sedante tan bien aceptado por la ignominia social: elecciones libres y transparentes, combate inteligente contra la
delincuencia, cruzada nacional para erradicar el hambre, economía mexicana a la
alza…
Solovino,
mote inmerecido que sobrevive más tiempo que su nombre y lo único que conservó
de la travesía * sin retorno; estaba sumergido en ese letargo que causa la vida
del encallado y la monotonía del presente. Tal vez por eso muchas veces sintió que
el patrimonio de su despilfarro consistía en colocar el número de envases
vacíos sobre la mesa cuando engullía la última gota; de aplastar las colillas
de cigarro después de que la nicotina fuera consumida y las volutas se
disolvieran en la nada como todas las personas que habían entrado y salido de
su vida; y exprimir los limones en su boca con tal saciedad para cicatrizar las
palabras y los besos que sólo la lengua herida puede dar. Como si tales
acciones apaciguaran la continuidad de las decisiones que estacionaron lo que imaginó
sería su vida, dejándolo sustraído en el presente como un ebrio a la deriva.
(Quince
años transcurrieron para que volviera a retumbar en su consciencia el epitafio
que su padre le dijo con el que dejó atrás su pueblo: “puedes huir del pasado,
pero el pasado nuca te deja”. De no ser por esa frase que acaba de recordar,
pensaría que el parto de su vida comenzó en la adolescencia, cuando dio el
primer paso con el que cortó el cordón umbilical que lo separaba del nombre que
alguna vez existió, y después otro paso más en el que aún palpitaba su
pretérito, y así de pasos fue dando hasta que borró la historia cuando ya no hubo
nada que se la recordara.
El
alcohol ha entrado como narcótico en sus neuronas, es un muerto contento; aunque
tiene la desazón de que el motivo por el que está aquí no es su pasado remoto,
sino su pasado inmediato, intentando poner una dimensión justa al tiempo). Trata de
recordar que lo trajo aquí… y como la suerte o como la muerte, que para el caso
es lo mismo, cuando uno menos la espera, le llega. Subrepticiamente la memoria
desempolva el recuerdo perdido…
se
ha sentido mal porque desde que tiene uso de memoria siempre quiso errar para perderse
en el culo del mundo, arrogarse a/en la nada para seguir una dirección de viaje
sin brújula y ser como esos seres mágicos que son capaces de aparecer en todos
los rincones del planeta: los extraviados extraños o los extraños extraviados; cuando
ve escenas tan miserables y desproporcionadas como la muerte de un vagabundo cuesta
creer que le duela tanto. Fue el motivo que lo orillo a hacerle un homenaje
fúnebre al futuro que ya no será, al fantasma del porvenir que vivió debajo de
los puentes o donde la noche le vomitara, a los viajeros eternos y sin reparo.
El único cementerio que pudo encontrar para tal ritual no es gratuito que se
llame Los Olvidados
…
y parece algo increíble porque tan sólo han pasado tres horas desde que vio
aquel hallazgo e hizo un esfuerzo terrible por recordar. Después de todo
cumplió con un doble sepelio, porque Solovino con el paso de la sequía ha
desarrollado una desaforada virtud, es capaz de enterrar y cantar un réquiem a
su memoria cuando así lo desea, nuevamente ha sepultado su pasado.
Se
está haciendo tarde y es hora de regresar a casa en donde lo esperan su esposa
y sus dos hijos, los tres clavos que lo
crucificaron en el madero de sus decisiones y su presente. Golpea la mesa
maldiciendo que el amor sea capaz de arruinar
el futuro de la nada y que Solovino
no le advirtiera que estacionarse por amor lo dejaría varado para siempre. Aún
queda un diminúsculo y desproporcionado trago en la botella. Lo toma para no
recordar el trago que lo trajo aquí…
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en la que muchos familiares y desconocidos se embarcaron para cumplir con los designios del viaje tradicional, clásico, épico, triunfal y convertirse en los pletóricos
Ulises modernos para regresar a casa con la desfase de la Historia, con las ilusiones
destrozadas, con la piel vetusta y los sueños desalmados y ya para siempre con la
mirada cuesta abajo… Fue aquella noche impávida y absorbida por la memoria cuando
platicó con Solovino, un anciano que
vivió unos meses en Resignación de las Peñas; siempre fue mal visto, no sólo
porque era extraño, sino porque en los meses que estuvo parecía insensatamente
feliz, pueblo al que le era difícil compartir tal estado de ánimo. En ese
extracto en que la tarde se convierte en noche, Solovino caminaba por el
escampado y vislumbró un punto que al acercarse se convirtió en persona, no
sabía si contemplar a la persona o lo contemplado por la persona, ambas escenas dignas de
fascinación. Solovino miraba a Venus,
cuerpo celeste que es ocaso de la tarde y alba de la noche. No deseaba distraerlo
pero el ruido que ocasionó al pisar las hojas secas lo hicieron volver hacia
él. Solovino vio a un chico flaco y correoso,
tostado por la inclemencia del Sol. Sin saber porqué, el anciano le platicó que el único lugar al que no ha viajado es al
espacio, pero que estaba seguro que esos puntos refulgentes que se ven en la noche
si nos acercáramos más veríamos otras formas de vida, y lamentaba que este tipo de
hazañas y proezas ya no tendrían cabida para él, el único consuelo que alberga es que siempre habrá viajeros sin reparo que escribirán la Historia del Futuro; que él sólo es un hombre destinado a seguir perdiendo y vagando
con esta forma de vida, que si lo veían feliz los demás es porque es muy fácil
malinterpretar la desdicha y que lo único que lo reconforta es vagar en línea
recta, “una especie de peregrinaje, de viaje que procede siempre hacia
adelante, hacia un punto imposible del infinito, como una recta que avanza titubeando
en la nada”, como perro sin dueño; le era ajeno la dicha del viaje
circular contemporáneo, que este pueblo y todas las ciudades han corroborado lo
que piensa, que el volver solo paraliza y hace más insoportable la vida, hace
que la pesadumbre sea eterna y a pesar de que él también tenga la desdicha
encima nada más por ser humano, le pesa menos, porque no hay pasado
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