> Arcanum VI: Del olvido y otras cosas.

lunes, 6 de junio de 2011

Del olvido y otras cosas.

Por Sonny DeLorean

Qué esperabas de ese vil y deplorable errante, no podían ser otra cosa que simples vericuetos y aforismos insulsos. Después de todo era imposible que pudieras trabar una plática obstinada y empeñada en la elocuencia; lo que hacía, lo que decía e incluso lo que pensaba, sobre todo lo que pensaba, estoy casi seguro, contradecían el orden inmutable de la razón. Mira que concluir con la barruntada de que eras una persona en la determinación indeterminada y lo más absurdo, para olvidar es necesario recordar. Piénsalo bien, desde un inicio comenzó con los desbarajustes, no sé porque no te alejaste. Todo el tiempo estuvo siendo un simulacro tuyo, un palíndromo kinésico, una resonancia de ecos, una repetición de lo que nunca has querido ser.

Pero piénsalo bien, siempre ha sido así, no entiendo ahora tu molestia. Cada vez que entras en ese lugar y te sientas en ese lugar para no estorbar el paso y levantas la mirada, ahí está, una figura confundible con el común denominador, es tan ordinario como tú. Lo que no entiendo es el por qué de su fijación, sus ojos siempre están siguiendo a los tuyos (es extraño creer que lo único que podrías admirar en él es su mirada encandilada que sopesa tus penas), perfecta copia no sólo en tiempo y forma de tus gestos sino también de tus hábitos cuando peinas y encrespas con las manos tu cabello, señal inequívoca de tu embriaguez, incluso tiene tus mismos gustos mundanos en ropa y mujeres, lo sé porque el único momento en el que te pierde de vista (y tú no te das cuenta) es cuando reparan en ella. A veces pienso que te conoce tan bien, que ha entrado en tus pensamientos y los ha trastornado, podría escribir la historia de tu vida con sus impostergables anotaciones que hace de ti; es normal sentirse azorado cuando sabes que un impostor está vigilando todo lo que haces. Deja de pensar tanto en él, no vale la pena ya que siempre que vayas a ese lugar (¿sólo en ese lugar?) y te sientes en ese lugar (¿sólo en ese lugar?) concertarán una cita con las edades, y tal vez en las edades, para su (re)encuentro. Te diste cuenta de todo, ahora entiendo tu molestia.

Ya no es una noticia y mucho menos un rumor decirte que el intruso ha analizado y contaminado tus memorias. Todas tus colecciones de experiencias, desde las “más extensas y heterogéneas” (cosas olvidadas) hasta las “más pequeñas y selectas” (cosas inolvidables) han sucumbido al escrutinio de él. Se ha convertido en el usurero de tus más fantásticas y exquisitas memorias de “cosas inolvidables ya olvidadas”. Si lo sigues viendo no te quedará nada de tu vida, tan sólo el peso vacío del olvido. Es mejor si le das la espalda o tomas el libro que sacaste de tu mochila para recordarte lo que estás apunto de olvidar, como los recados de infancia que tu mamá escribía para que no olvidarás dejar las llaves con la vecina. Te aconsejaría que empezaras a leer otras cosas o es qué quizá aún guardas algo ahí: Las armas secretas de Julio Cortázar. No entiendo tu empeño en recurrir a una literatura tan (extra)ordinaria o ves en ello la única forma de conservar y evitar que tus recuerdos sean fagocitados y robados por él. ¿Qué esperas encontrar?



Acaso esperas encontrar la foto de ella que nunca viste entre las hojas confinadas de letras e historias de seres improbables y entrañables. Esperas qué con esa foto tu mente traslade ese poema de la infancia que ahora no recuerdas, o esa película infame que ahora olvidas, o esa imagen que nuca viste y nunca verás. No te empeñes tanto en algo que no ha de suceder, sólo abre el libro, para mayor seguridad en la página 89 de esa edición barata que compraste en el montón de libros usados apilados como torres derruidas de Babel. Coloca tu dedo índice sobre el segundo párrafo y por osmosis recorre esas líneas: Levanté la cámara, fingí estudiar un enfoque que no los incluía, y me quedé al acecho, seguro de que por fin atraparía el gesto revelador, la expresión que todo lo resume, la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seleccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial. Ahora da vuelta a la página y no pretendas atrapar en el aire esa foto-separador insoldable de ella, deja que gravite en el aire por unos segundo y acaricie el piso, sólo después de eso podrás tomarla y hacer lo que tienes que hacer, recordar.

¿Algo de lo anterior te resulta pertinaz? Atrapar, gesto, revelador, expresión que todo lo resume; nada de eso le es tan tenaz y convincente como tu recuerdo (nuevamente confundes el recuerdo con la experiencia y la costumbre), sólo la continuidad de la vida que el movimiento acompasa pero que una imagen rígida destruye al seleccionar el tiempo, si no elegimos la imperceptible fracción esencial le permitirá saber que en verdad exististe y no fuiste un capricho pasajero o su excusa preferida. Ahora que lo piensas el incomprendido Farabeuf decía que “la fotografía es una forma estática de la inmortalidad”, será porque esta técnica encarcela tu tiempo en un espacio febril y procura la quietud de toda extensión.

Siempre te han causado aberración las fotografías, lo sé mejor que nadie. Piensas que son tan abominables y atroces porque al ser una extensión de los espejos reproducen la condición humana en una posteridad indefinida. Tal vez ésta sea diferente. Concéntrate en la foto y dime qué ves. Definitivamente es la imagen incomprensible de ella consignada en un pedazo de papel opalino con el olor de los artilugios vetustos; esperabas que el obturador capturara la expresión de lo que tantas conversaciones en el metro y tantos silencios te habían sugerido de ella. Es cierto, atrapó lo único que no debió atrapar, ese gesto de fotografía, todo lo contrario al nombre que la contiene. Su cara no es ni el reflejo de lo que recuerdas, será por su nariz cruel o esa mirada sin ojos (esas sombras) que se esconde tras sus anteojos, incluso lo que más admira de si también ha perecido al desencanto, la comisura de sus labios objeta con el rojo coagulante de esa imagen. Nunca estuviste de acuerdo con su perfil artificial de cuarto menguante cuando era fotografiada, pero como contrariar sus incompatibles gustos, su terquedad te conmueve porque piensa que al menos una de tantas reposará en lo que realmente quiere ser. Tú lo sabes mejor que nadie, eso no pasará y no habrá nada como el teatro retinal que has cimentado a manera de recuerdos o posiblemente todo sea la invención de lo que tú querías que fuera.

Pero piénsalo bien, ¿si las fotos contienen el nombre de lo que recuerdas, de la veracidad de ella? Las apariencias se convertirían en esencia (una mentira hecha verdad) y entonces era parte de su profesión de mujer abigarrarte de memorias inexistentes, de que esa atención desapegada no fuera del todo sincera y natural. Sin ir más lejos, recuerda cómo empezaron esas salidas furtivas, con la inminencia del criminal, del engaño ¿Qué esperabas? Recuerda que hay miradas que pesan sobre la conciencia y a pesar de que la suya era templaría y cansina tenía un peso infinito; recuerda como hasta en los juegos del cuerpo sus dedos tenían la sutileza del negociador y el convencimiento de la retórica; recuerda incluso como sus besos sucedieron antes que la voluntad.

Deberías aguzar tu paciencia para no anegarte de melancolía a pesar de que hayas descubierto que su atención distraída era realmente una atención fingida y simulada. Después de todo ese intruso que ahora te mira de reojo a través del espejo no es tan intempestivo, su aforismo se traduce en un enigma. Deja que convierta tus memorias farragosas de y con ella en un olvido e inventa esa mujer de la que aún después de saberla fascinante (he ahí el invariable y funesto fin de toda aventura) puedas seguir maravillándote. Quizá sea ella, la de la foto que no deberías ver.

Seguramente esa era la foto, como tantas otras, de la mujer capaz de imaginarse así misma convertida en algo que no era y no en algo que hubiera sido, era, tal vez, el recuerdo remotísimo de ella misma en la memoria de otra persona que ella había imaginado ser. Era eso, o simplemente el recuerdo agónico de un clocharde envuelto en la embriaguez de un sueño. Antes de que sea tarde, si es que aún puedes, guarda esa foto inacabada de lo que alguna vez pensaste conocer y recuerda, sólo por curiosidad, donde colocas ese fetiche de tu invención, entre la página 88 y 89 de la edición barata de Las armas secretas, ahora que tu memoria lo recuerda lo único que te queda por hacer es olvidar.

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