Por Diego Bang Bang
16) Condicional:
abrir bien los ojos
Ante todo, fue el sentido del
humor. El tuyo particular, esa manera de anudar las palabras con tanta gracia.
Ese mismo que regresa cada vez que miro una de tus fotografías. Y entonces me
pregunto: “¿qué pensarás cuando te cuente?”. Cuando te diga de la pequeña
libreta amarilla. Ese diario extrapersonal.
¿Nuestro? Liado con cada uno de tus sueños, recuerdos y fotografías. En algunos
aparezco reproducido a escala. En otros simplemente no aparezco. Y entonces me
pierdo en ese largo trecho llamado memoria, tu memoria. Una especie de desierto
con zonas selváticas. Así me la imagino.
Luego de un rato regreso a las fotografías: ¿qué habrás
sentido al tomar ésta? ¿cuánto de ti se ha ido en ésta otra? Me da un vértigo.
De no saber quién eres. De perderme en la infinidad de tu ser. Porque de eso se
trata, ¿no? De abrirnos, como rendijas del universo que somos, para dejar
entrar al otro. Al ser vivo, al humano. Al amante impertérrito. Por eso aquí estoy: con la curvatura del cielo frente a mí y con la vieja computadora.
Invento relatos, derivados de tus fotografías.
***
Te vi a lo lejos. Estabas con un hombre apuesto. Él bebía una margarita
mientras avizoraba un puñado de gaviotas surcar hostilmente el cielo. Fue el
ruido, quizá, de las aves lo que me hizo voltear. No lo sé. En esta parte de la
fotografía mi memoria se ha vuelto ambigua. Porque todo se volvió desechable al
percatarme de ti. Una cámara apuntada al cielo. Uno, dos o tres tiros. No lo
recuerdo bien tampoco. Mi mirada fija en tus furtivas orejas. Seis aves
impregnadas en una memoria digital, portátil. Cuando bajaste la cabeza para
revisar las imágenes, entonces regresé la mirada con alivio a mi libro en
turno. Desde entonces acompañas mis lecturas… ¿y yo tus fotografías?
17)
Condicional: un poco de suerte
Este
texto trata sobre la suerte. Suerte de sobrevivencia. Al contexto vil y
variopinto de donde provengo: Ciudad Limbo.
En
mi familia sólo mi abuelo es el portador de la fe artística. Él ha librado
épicas batallas en nombre de la pintura. Algunas las ha ganado y las más
importantes las ha perdido. Él fue quien sembró la raíz de nosotros, su
progenie, en las profundidades de Ciudad Limbo. Dejó la pintura para dedicarse
a la panadería y así poder mantener a más de una decena de hijos. Con un poco
de suerte, algunos de sus nietos hemos podido heredar algún viso artístico.
En
un universo ordinario sin suerte, me convierto en un padre de familia
adolescente o en un ladrón de poca monta antes de caer en las garras de la
cárcel. Ante la desesperación de este cruel encierro, decido quitarme la vida. Mi
madre llora al pie de mi ataúd. Mi padre muere de un segundo ataque al corazón, luego de mi sepelio. Mis sobrinas siempre me recordarán como un ser deleznable
y desechable. No hay epitafio ni dedicatoria alguna en mi tumba.
En
el caso particular del universo extraordinario con suerte, me tocó poder
escribir una pequeña obra de teatro antes de cumplir los treinta. Esta pequeña
obra cuenta dos historias. En la primera, el personaje femenino reivindica los
valores de la rebeldía a través del anarquismo. En la segunda, la obrita se
publica y puedo regalarla a mi abuelo y a mi padre. La dedicatoria, el
contraepitafio, es para ellos. Porque sin ellos no habría ópera punk a la
mexicana.
En
el universo ordinario sin suerte, pude haber sido mi primo que murió con
esquizofrenia o alguno de mis primos que viven con retraso. También pude haber
heredado la pusilanimidad de algunos de mis tíos. Pero no… me tocó lo
extraordinario y lo agradezco enormemente. Me tocó poder despedir un libro,
porque todo libro es un viajero. Buena suerte, CamiLa.
Orgullosa de sí misma / Se levanta la ciudad de
México-Tenochtitlan / Aquí nadie teme la muerte en la guerra / Esta es nuestra
gloria / Este es tu mandato / ¡Oh, dador de la vida! / Tenedlo presente, oh príncipes
/ No lo olvidéis / ¿Quién podrá sitiar a Tenochtitlan? / ¿Quién podrá conmover
los cimientos del cielo…? / Con nuestras flechas / Con nuestros escudos / Está
existiendo la ciudad / ¡México-Tenochtitlan subsiste!
19) Condicional:
encontrar a Ella
Ganar una ciudad… formidable
recurso para el amor.
Llegué a Ciudad Palimpsesto luego
de un largo y forzado deambular en Ciudad Limbo. Fui traído por los intempestivos
lamentos de una tumba que se sucedieron oníricamente en blanco y negro.
Negro y blanco era el vestido de
la aparición femenina de aquellos sueños. Sus labios incendiados de rojo
pronunciaban un apellido: Lafragua.
Cuando me hube en la urbe, lo
primero que hice fue apostarme en el cruce de las calles de San Fernando y
Héroes. Así pude leer la inscripción que se me presentó varias ocasiones en
sueño: “Llegaba ya al altar feliz esposa, ahí la hirió la muerte, aquí reposa”.
Las hojas de los árboles se mecían
acompasadamente, a la luz de los últimos hilos del rubor químico de la tarde,
mientras una noble brizna rozaba mi rostro. A lo lejos un rayo iluminó las
hierbas que tiritaban en las grietas del pavimento. Entonces la aparición
femenina salió de su aposento. Se acercó a mi cuerpo adosado a las polvorientas rejas.
Su presencia era etérea, se sentía un gran vacío y también una ubicuidad desbordante.
Cuando habló, una calma inconmensurable inundó el panteón. “Debes buscar a la
Mujer Intergaláctica”, me dijo en un claro español. Para después perderse entre
las columnas de piedra y los viejos troncos de los árboles.
Aquella fue la noche decisiva
para confirmar tu existencia y comenzar a buscarte… Mujer Intergaláctica.
20) Condicional:
perder la decencia
Esquina del eje de Guerrero y
Puente de Alvarado. Son las nueve de la noche de un miércoles de 2017. Un par
de viejos amigos de la universidad se encuentran en la cantina El Mirador. Ambos son directores de
teatro, reconocidos cada uno en su estilo. Uno de ellos ha sido multipremiado
por las instituciones de cultura del sistema político mexicano. Ha tenido
algunos coqueteos con el teatro comercial. El segundo ha tenido cada cierto
tiempo bombazos en las taquillas de los teatros más comerciales de la república
mexicana. Ambos dan clases en escuelas de teatro. Luego de haber bebido un par
de horas, la lengua se suelta leguas. Han hablado ya de sus proyectos en
puerta. De la muerte de Vicente Leñero. De los múltiples homenajes a Ludwik
Margules. Es el momento idóneo para hablar de las víctimas:
Dramaturgo-geógrafo: tenía 21
años cuando la conocí y comencé a darle clases. Su nombre era María. Mis
alumnos presentaban monólogos, si no mal recuerdo, como examen final. María quería ser actriz antes que cualquier cosa, pero no daba el ancho. Cada uno de
sus ejercicios era pésimo. No tenía presencia escénica, no tenía ni el más
mínimo dominio de su corporalidad. En sus ojos se asomaba todo el tiempo la
inseguridad. Nunca le dije nada al respecto. Siempre traté de hacer buenos
comentarios y mostrarme optimista acerca de su trabajo. Para el momento del
examen final, escogió un texto de Ingmar Bergman. Fue su peor actuación.
Incluso así hice algunos comentarios positivos, sobre todo acerca de su
dicción. Ella pasó el curso con una calificación regular. No volví a saber de
ella hasta dos años después. Había terminado la carrera en actuación, pero no
había tenido ningún trabajo profesional ni en teatro ni en televisión. En todas
las audiciones la rechazaban y también todos los directores de teatro la hacían a un lado. Se encontraba trabajando en la cafetería de un espacio escénico por
las noches. Por las mañanas se empleaba en la limpieza del recién abierto “Gran
Frontón de México”. Había subido de peso notablemente y una enfermedad cérvico-uterina
parecía asomarse en los más recientes estudios que se había hecho. Todo me lo
contó en el pequeño coctel del estreno de El sueño de Strindberg en el Centro
Cultural del Bosque. Luego de despedirnos, una culpa inmensa no me soltó de
vuelta a casa. Mi poca responsabilidad como tutor la había hecho creer en una
carrera en el teatro. Me había comportado como un amante que hace creer en el
amor eterno a la otra persona y después la traiciona de la manera más vil. Una
culpa así de inmensa me revuelca cada vez que pienso en María. Cada vez que
pienso en si hubiera sido responsable y fiel a la causa pedagógica. Pero no lo
fui y ahora ella está destinada a deambular por las calles de Ciudad Monstruo
en busca de algún escenario que pueda arroparla. En verdad lo siento... Pobre María.