¿Qué quieres de mí,
Ciudad?
Para mí la ciudad se
presenta como un juego de azar. Para mí no hay nada más serio que
un juego. Luego entonces: la ciudad es la rayuela, la escenografía,
la arquitectura, la caligrafía, incluso... la superestructura.
Mientras deambulo encuentro miles de motivos para imaginar miles de
mitologías; miles de vestigios para recobrar antiguas chamanerías.
Por ejemplo, Izazaga. Es
diciembre, aunque es noviembre. Los fríos ya rayan las mejillas y
entumen los pómulos. Tengo cerca de una hora y media para caminar.
Avanzo y me doy cuenta que me ha hecho mal, pero bien leer a Robert
Walser. Mal porque mis ojos no encuentran la belleza que él sí
podría; bien porque, al menos, ahora he comenzado a buscar esa
belleza escondida.
Chapultepec, por ejemplo.
Acá las cosas son un poco más lujosas. Hay mujeres hermosas en
bicicleta y sus bufandas ondean como elegantes pendones. Este juego
en serio me ha llevado a una pequeña plaza que no parece mexicana.
Pienso, de pronto, en lo caro que deben ser las rentas en esta
colonia. En el centro de la pequeña plaza, una gigantesca estatua
rodeada de agua fuente. Es una escultura griega. Me dan ganas de
mojarme, pero recuerdo que son las nueve de la mañana. Mejor no,
mejor otro día...
República de Chile o
Salvador, no me acuerdo. Este personaje decide no pasear. Ha comprado
una cámara de video y vive de los ahorros que generó mientras
trabajaba para una empresa explotadora. Ha decidido grabar todo lo
que sucede frente a su balcón: las viejas locas, los viejos
pervertidos, las mujeres ninfómanas y los borrachos de tiempo
completo. Hasta ahora sólo ha grabado a un pájaro que caga mientras
cuelga de los cables de la luz. Hizo un paneo a la derecha y se
detuvo en un par de tenis colgados. Ha decidido bajarlos...
Niños Héroes: el olor
es de tamal con alcantarilla. Camina, camina y vuelve a caminar... Se
encuentra con un escaparate giratorio. Tarjetas pequeñas rotuladas
con cientos de nombres. Se detiene: Ariadna, Itzel, Damina... El
primero es hebreo, el segundo es prehispánico, el tercero algo tiene
que ver con los gitanos. Viene cada uno de los horoscopos de esas
damas. Mientras lee, niega con la cabeza. “Ellas no eran así”,
se dice. Aún así, saca su teléfono celular. Fotografía cada uno
de los nombres especiales. Llega a la oficina e ignora la bandeja de
entrada con los pendientes del día. Manda a cada una de ellas el
nombre con su explicación. Algo se mueve y se remueve en su pecho.
¿Es la nostalgia?
Allende, verbigracia. Se
saludan de beso, casi en la boca. Él pide una cerveza mientras ella
pasea, ¿involuntariamente?, su lengua ávidamente. Se retira y él
mira el suculento trasero. Piernas fornidas, nalgas bien paraditas.
Chichis puntiagudas. Y pensar que no ha cogido en tanto tiempo. Ya
hasta ha perdido la cuenta. Poco recuerda de una vagina (a lo mejor y
sí tienen dientes), sobre todo en cuanto al olor de la misma. Ella
regresa y saca el cambio de su cangurera. Él tiene la verga enhiesta
y recuerda cómo gemía aquella perra. Recuerda el tacto de su tanga
y también la sensación húmeda de aquella vagina. Bebe de la
cerveza... de pronto recuerda a Ariadna embarazada. Mira cómo pasan
los coches por la avenida (Allende, verbigracia). Sabe que es un
castrado a voluntad.
Cítrico con cafeína fue
el sabor de nuestro encuentro. ¿Reforma o Garibaldi? Ambas, por
ejemplo. Siento que algo se ha descuadrado: ¡malditas endorfinas!
Mientras hablas tus dientes se vuelven un hermoso vals. Vuelves a
mancillar tus labios con un penetrante carmín. Sigues riendo y nuestras manos ya conspiran. ¿Fuera de
lugar? Nunca, nunca. Cruzas la pierna, la necesidad es mucha. Cierro
los ojos y vuelves a estar ahí o, más bien, allá... Mejor no te
digo lo que pienso. La sensación es mucha. ¡Cuidado! El amor se
acerca. ¿Alguien podría decírselo? Porque yo no puedo y ya
debería...
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