> Arcanum VI: D. (el) F. (os)

lunes, 18 de noviembre de 2013

D. (el) F. (os)

Por Diego Bang Bang

¿Qué quieres de mí, Ciudad?

Para mí la ciudad se presenta como un juego de azar. Para mí no hay nada más serio que un juego. Luego entonces: la ciudad es la rayuela, la escenografía, la arquitectura, la caligrafía, incluso... la superestructura. Mientras deambulo encuentro miles de motivos para imaginar miles de mitologías; miles de vestigios para recobrar antiguas chamanerías.

Por ejemplo, Izazaga. Es diciembre, aunque es noviembre. Los fríos ya rayan las mejillas y entumen los pómulos. Tengo cerca de una hora y media para caminar. Avanzo y me doy cuenta que me ha hecho mal, pero bien leer a Robert Walser. Mal porque mis ojos no encuentran la belleza que él sí podría; bien porque, al menos, ahora he comenzado a buscar esa belleza escondida.

Chapultepec, por ejemplo. Acá las cosas son un poco más lujosas. Hay mujeres hermosas en bicicleta y sus bufandas ondean como elegantes pendones. Este juego en serio me ha llevado a una pequeña plaza que no parece mexicana. Pienso, de pronto, en lo caro que deben ser las rentas en esta colonia. En el centro de la pequeña plaza, una gigantesca estatua rodeada de agua fuente. Es una escultura griega. Me dan ganas de mojarme, pero recuerdo que son las nueve de la mañana. Mejor no, mejor otro día...

República de Chile o Salvador, no me acuerdo. Este personaje decide no pasear. Ha comprado una cámara de video y vive de los ahorros que generó mientras trabajaba para una empresa explotadora. Ha decidido grabar todo lo que sucede frente a su balcón: las viejas locas, los viejos pervertidos, las mujeres ninfómanas y los borrachos de tiempo completo. Hasta ahora sólo ha grabado a un pájaro que caga mientras cuelga de los cables de la luz. Hizo un paneo a la derecha y se detuvo en un par de tenis colgados. Ha decidido bajarlos...

Niños Héroes: el olor es de tamal con alcantarilla. Camina, camina y vuelve a caminar... Se encuentra con un escaparate giratorio. Tarjetas pequeñas rotuladas con cientos de nombres. Se detiene: Ariadna, Itzel, Damina... El primero es hebreo, el segundo es prehispánico, el tercero algo tiene que ver con los gitanos. Viene cada uno de los horoscopos de esas damas. Mientras lee, niega con la cabeza. “Ellas no eran así”, se dice. Aún así, saca su teléfono celular. Fotografía cada uno de los nombres especiales. Llega a la oficina e ignora la bandeja de entrada con los pendientes del día. Manda a cada una de ellas el nombre con su explicación. Algo se mueve y se remueve en su pecho. ¿Es la nostalgia?

Allende, verbigracia. Se saludan de beso, casi en la boca. Él pide una cerveza mientras ella pasea, ¿involuntariamente?, su lengua ávidamente. Se retira y él mira el suculento trasero. Piernas fornidas, nalgas bien paraditas. Chichis puntiagudas. Y pensar que no ha cogido en tanto tiempo. Ya hasta ha perdido la cuenta. Poco recuerda de una vagina (a lo mejor y sí tienen dientes), sobre todo en cuanto al olor de la misma. Ella regresa y saca el cambio de su cangurera. Él tiene la verga enhiesta y recuerda cómo gemía aquella perra. Recuerda el tacto de su tanga y también la sensación húmeda de aquella vagina. Bebe de la cerveza... de pronto recuerda a Ariadna embarazada. Mira cómo pasan los coches por la avenida (Allende, verbigracia). Sabe que es un castrado a voluntad.

Cítrico con cafeína fue el sabor de nuestro encuentro. ¿Reforma o Garibaldi? Ambas, por ejemplo. Siento que algo se ha descuadrado: ¡malditas endorfinas! Mientras hablas tus dientes se vuelven un hermoso vals. Vuelves a mancillar tus labios con un penetrante carmín. Sigues riendo y nuestras manos ya conspiran. ¿Fuera de lugar? Nunca, nunca. Cruzas la pierna, la necesidad es mucha. Cierro los ojos y vuelves a estar ahí o, más bien, allá... Mejor no te digo lo que pienso. La sensación es mucha. ¡Cuidado! El amor se acerca. ¿Alguien podría decírselo? Porque yo no puedo y ya debería...

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