Poison Aby
Por Diego Bang Bang
Los dedos de las manos,
hermosa Poison, no me alcanzan para contar los infiernos que he
tenido que habitar.
Todas las noches me
sentaba para tratar de escribirte. Obsesionado con la turas
femeninas, he venido sorteando sus infiernos con la literaTURA. Cada
infierno ha sido distinto. El de Ariadna, por ejemplo, fue muy
chejoviano. El de la mujer que habita el arcoiris era muy
cortazariano. Sin embargo, linda Poison, el tuyo ha sido distinto en
tanto no he logrado descifrarlo en clave literaria.
Fui al médico,
aconsejado por los Rolling Stones, y me recomendó leer a Elizondo y
a Segovia. No obstante, leer sobre infiernos no me aclaró nada, sino
todo lo contrario.
Todas las noches,
primorosa Poison, me postraba en mi cama sin poder mover ningún
músculo. Todo me dolía: las articulaciones, las sienes, el pecho. Y
después venía, sin mi venia, la asfixia. El azul de mi cuarto se
transformaba en el azul de la asfixia. Luego me levantaba para
escribir, pero nada.
Poison, hermosa Poison,
por qué no puedo escribirte. ¿Es que acaso tú eres ese infierno
inescapable al que llega el escritor?
Quizá fue tu sonrisa o
tu forma de bailar, pero nunca tu frivolidad. Estoy dispuesto, linda
Poison, a sucumbir a tu embelso; dejarme morder, todo el tiempo, por
tu boca sensual. Necesito tu veneno y también la cura de tu
infierno.
Ahí voy, entonces,
nuevamente a la boca de la serpiente venenosa. Le busco en los
callejones de México, Distrito Federal. Le busco en la azotea de mi
memoria: su intempestivo olor de selva, su amplia sonrisa de
tormenta...
Eres mi vorágine,
primorosa Poison. Una vorágine de blanco y negro y a veces muy
sepia. Una vorágine de techos maltrechos y andadores peligrosos.
Eres la navaja afilada que el suicida busca y que entre más profundo
entierro, más lujurioso me siento.
Últimamente, hermosa Poison, todos
lados me sugieren la muerte por amor. Pero lo que nadie sabe, es la
delicia de fenecer por amor: agonizar con un cielo rojo chorreado de
amor, agonizar con los crujidos malditos de cada vecindad, agonizar
con la herida abierta por el azar.
¿Y qué haría si te volviera a ver,
linda Poison? Si fuera en algún café o alguna pulquería, llegaría
con el corazón escurriendo de amor. Con el cuchillo desenvainado
como hoz. Con la cabeza perdida en tu voz.
Primorosa Poison, nuestra tura apenas
comienza. Como primer ensayo de esta obra de ultratumba, no me
pareció tan magro.
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